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El 'Juego de tronos' de Pablo Iglesias

Francisco Pomares

Santa Cruz de Tenerife —

Terminé ayer de leer una curiosa colectánea de artículos sobre la serie de televisión Juego de Tronos, coordinada por Pablo Iglesias, y en la que participan con colaboraciones Monedero, Errejón y una buena parte de los dirigentes de Podemos, además de otros políticólogos y amigos del secretario general del partido anticasta. Aclaro que es un libro publicado hace apenas un mes, terminado de escribir en agosto de este año, después de las elecciones europeas, no algo que pertenece al pasado académico o comunista del militante Pablo Iglesias. Se trata de un libro reciente, actual, en el que –más que comentar la serie basada en las novelas de la saga Canción de Hielo y Fuego de George R.R. Martín, lo que se hace es establecer paralelismos entre la situación del mundo ficticio de Poniente y la actualidad política en España. El libro, oportunamente titulado Ganar o morir, confirma que para Iglesias y su élite de académicos, la política es básicamente un juego de poderes en el que el papel de las vanguardias es determinante, un juego que se juega para ganar o perder, y en el que lo decisivo es el juego en sí mismo, no las consecuencias del juego, sino el juego y sobre todo ganarlo.

Iglesias es un personaje curioso y fascinante: es sin duda un cerebro bien amueblado, que ha sido capaz de construir una interpretación política de Juego de Tronos obviando cualquier referencia a la creciente banalización de la cultura y a la sociedad de la ignorancia en la que cada día nos instalamos más. Y lo ha hecho sin ningún complejo, con el aparato crítico de un aplicado doctorando, estudioso compulsivo de Maquiavelo –al que admira como intérprete moderno del poder- y con las oportunas pinceladas de un postleninista que lo mismo tira de Anderson que de las cartas que Antonio Gramsci escribió a su mujer desde la prisión.

Llevo meses –como la mayoría de los españoles- atrapado por el imaginario y el discurso de este político singular que ha encantado a millones de indignados con un discurso de deslegitimación de la política. Y ahora –después de leer un libro sobre una serie televisivas de masas- sé que Iglesias es un tipo que admira en secreto al pérfido Meñique –desde una perspectiva popular, el más maquiavélico personaje de Juego de Tronos, el hombre que considera –como cualquier revolucionario- que “el caos es la escalera para alcanzar el poder”-. También sé que Iglesias es un señor que adora a la reina Cersei (por motivos distintos a los nuestros, pobres orangutanes sin grandes fantasías) porque -para él- Cersei representa el poder sin limitaciones morales.

En este libro, en el que Iglesias es mucho más él, más transparente que en el resto de todos sus otros ensayos, el secretario general se abandona entusiasmado al invierno que se aproxima en las próximas legislativas. Ahora sé que Iglesias no representa una nueva política que reduzca la desigualdad y acabe con la golfería, ni la voluntad del empoderamiento de las mayorías, ni la regeneración de una sociedad cada día más próxima a la decadencia canovista y sus riesgos.

Iglesias es un jugador del Juego de Tronos que aspira a la hegemonía y que cree que el caos es la herramienta para alcanzarla. Un jugador hábil y sin reglas: un seguidor de Maquiavelo, un filósofo cínico. Y también un cándido: la Historia nos demuestra que el caos es la escalera para alcanzar el poder, sí. Pero al final de la escalera aguarda agazapado el monstruo que devora a quienes la escalan.

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