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Lanzarote, al montón

José A. Alemán / José A. Alemán

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El rastro del dinero conduce a los hoteles construidos al estilo de esta tierra sobre los que han caído sentencias de demolición. Ese estilo lo define la certeza de que, una vez levantado y en funcionamiento el engendro ilegal, nadie se atreverá a echarlo abajo. El favor de los políticos y la vista gorda cuando no el apoyo de las corporaciones es la garantía adicional que lleva a los inversionistas a arriesgarse, convencidos de que las leyes, las normas y los planes no los obligan a ellos, que tienen el machito. Y si por alguna razón la connivencia falla, como parece ser el caso de Manuela Armas, se recurre a la censura con el pretexto que sea y santas pascuas. Como digo, los psocialistas no han andado muy lejos de otros apaños para no perder pie en la isla y al tratar ahora de distanciarse y de adoptar posiciones decentes en asuntos como éste o el de la operación Unión, se encendieron las luces rojas en la consola de los controles del dinero. No es que las actuaciones del PSC hayan sido contundentes, pero apuntaban modos que lo han alarmado.

El episodio abunda, cada vez con determinación, en la línea de enterrar para siempre los sueños de César Manrique, al que debe Lanzarote buena parte de su potente imagen de marca turística. La especulación prefiere asegurarse el pan para hoy porque el hambre de mañana será para los demás, pues tendrán para entonces sus réditos en lugar seguro.

En Canarias, en general, la promoción turística se ha apoyado siempre en el dinero caliente inmediato y en la utilización como reclamo de las mismas bellezas paisajísticas y los mismos recursos medioambientales que no duda en destruir si eso da dinero; m ientras, se presenta ante la opinión a quienes se oponen a los destrozos, con notable éxito, como enemigos del progreso y en alguna isla incluso como “traidores” merecedores de lapidación. El caciquismo sigue presente.

Canarias, a mi entender, camina hacia un turismo tipo Punta Cana, por dar una referencia de gueto donde los turistas son “secuestrados”. En Punta Cana tienen de todo: restaurantes con diversos tipos de cocinas, tiendas, bares, discotecas, terrazas, piscinas, playa, deportes, etcétera, que actúan como factores de disuasión para salir a echar un vistazo al país, a sus gentes, sus costumbres, su cultura y su historia. Te puedes unas vacaciones sin conocer nada de Santo Domingo porque las necesidades materiales quedan satisfechas de puertas adentro y las otras quedan poco menos que proscritas. No les gusta que pretendas gastarte unos centavos fuera. Desde luego exagero algo pero es para que entiendan que todo se andará. Es cuestión de tiempo. Por eso no le tiembla el pulso a los especuladores y a sus arietes políticos para calzar con cuanto se les ponga delante, desde el patrimonio paisajístico al cultural y arquitectónico, que carecen de valor. No va con ellos.

Vuelvo a Lanzarote. Me cuentan que la Fundación César Manrique no ha tirado la toalla, aunque sí parece dispuesta a abandonar las instituciones y organismos turísticos conejeros que la utilizan de coartada. Tal y como están las cosas y ante el capitalismo ramplón y primario que padecemos, no vale jugar al posibilismo de estar dentro para mejorar lo que se pueda y disentir puntualmente para salvar el palmito. Hay que ponerse enfrente y dar respuestas radicales a las radicales agresiones que se producen. Los recientes escándalos conejeros, nada sorprendentes, dan una pálida idea de lo que hay. Todo el mundo sabe lo que está detrás de la censura a Manuela Armas y cómo se llevan las cosas en la isla y ya no quedan opciones intermedias: se está por exigir el cumplimiento de la ley para evitar sentencias traumáticas cuando se incumple o se está por lo otro.

Desde luego, he oído demasiados alegatos a favor de que se construya lo que haga falta y le cuadre a cada cual y nos dejemos de boberías y mariconadas para no saber que la censura cabildicia cuenta con fuertes apoyos sociales. Toca a los ciudadanos refrendarlos o no en su día; al final son ellos quienes tienen la solución al menos sobre el papel o la papeleta. No vale lamentarse después. De momento, Lanzarote ha dejado de ser el espejo en que nos mirábamos y la isla se ha incorporado al montón.

Nos permitió entrever que otro turismo es posible, pero eso se acabó.

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