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Metropolitano

José H. Chela / José H. Chela

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El tranvía, de momento y como está en periodo de pruebas, no lleva pasajeros. Los pasajeros, potenciales, claro, están en la calle, viéndolo pasar y comentando la novedad. De modo que el tranvía, por ahora, además de para dar un aspecto más amplio y limpito a nuestras calles, sólo ha servido para asustar a ancianitas que no se esperaban el paso del invento, para poner nerviosos a ciertos conductores que, a pesar de las campañas informativas llevadas a cabo, no están al tanto de la señalética ni esperaban que se pusiera en marcha así, sin avisar como quien dice y para que se creen aglomeraciones de vecinos que vuelven a discutir sobre los pros y los contras del método de transporte, algo que parecía ya olvidado. También hay quien se queda con la boca a abierta un buen rato -porque el metropolitano va más despacio de lo que irá cuando esté a pleno funcionamiento- en tanto la pulida, brillante y aerodinámica carrocería trascurre, tranquilamente, por delante de sus narices. El mago de ciudad suele ser muy del campo a veces, si quieren que les diga. Tampoco cree uno que el tranvía vaya a colapsar la ciudad con su presencia, porque ése sería, precisamente, el efecto contrario de lo que se pretende. Pero, en fin: parece claro que la población tendrá que ir acostumbrándose a su presencia y a su continuada irrupción en el tráfico rodado. Todo es cuestión de acostumbrarse. El personal del común se preocupa sobre todo por lo que pueda suceder en algunas calles importantes de la capital –Rambla Pulido, por ejemplo- donde el novedoso vehículo circulará entre dos vías para automóviles, en las que solamente cabe un coche, o sea que van en fila india, y sobran unos centímetros de asfalto por cada lado, bordeadas por dos altos petriles. ¿Qué sucederá el día que se averíe un coche y se niegue a seguir rodando?... Las gentes con sentido común se lo preguntan, pero, posiblemente, los responsables del proyecto son más listos que las gentes con sentido común y ya habrán pensado en alguna solución si llega el caso. Los políticos, visto que el ciudadano ha terminado por acoger la idea melchoriana con un generalizado y curioso interés al menos, pegan a hablar ahora de la falta de necesidad de las catenarias, que afean las fachadas de la urbe y constituyen un feo impacto visual. En otros sitios se ha optado por enviar la electricidad de estos vehículos a través de los raíles, me cuentan. Pero, como uno no está demasiado puesto en el asunto, pediré los informes pertinentes a quienes tanto critican un sistema y ensalzan el otro. Y veremos pues.

José H. Chela

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