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Ministro Soria: dimita ya y para siempre

Ezequiel Navío Vasseur; Sofía Menéndez-Morán; Antonio González Viéitez; José Guillén Medina; Noelia Sánchez Suárez; Javier Díaz Reixa; José María Fernández Palacios

Nadie podrá obviar que España atraviesa un periodo de experiencias políticas y mediáticas tan inédito como intenso, con una ristra interminable de nuevos escándalos que se suceden día a día a lo largo y ancho del territorio y que solo fomenta el hastío, la impotencia y la indignación profunda y creciente de la ciudadanía. Nadie podrá negar tampoco que las prácticas corruptas que infectan la política española no se circunscriben solo a casos puntuales; los hechos, perfectamente notorios, evidencian que el tejido político, ese paradigma democrático garante de libertad, pluralismo y protección de los derechos fundamentales de las personas y del interés general, está tan extendidamente gangrenado que solo admite la amputación drástica y sin contemplaciones de aquellos miembros que siguen expandiendo la necrosis hasta donde alcanzan sus tentáculos. Miles de políticos en este país han infringido con su indigna actitud un incalculable dolor a la sociedad general, a los políticos honrados y comprometidos -que los hay y muy ejemplares-, a millones de familias en sus vidas cotidianas, a nuestra economía, a la referencia educacional de nuestros jóvenes, a nuestro presente y a nuestro futuro, y es cuestión de pura supervivencia usar el bisturí con precisión ética y comenzar el proceso de regeneración de forma inmediata e implacable. Los avances legislativos en la lucha contra la corrupción y en transparencia, son todavía insuficientes.

Las políticas sustentadas en el sistemático uso de la mentira como estrategia para rendir escenificadas cuentas ante la opinión pública, deben ser perseguidas y castigadas con ejemplaridad. La opacidad, la impunidad, el abuso de poder, el aprovechamiento de las instituciones públicas para el enriquecimiento de personas o de entidades que finalmente benefician a esas mismas personas mediante tramas hibridadas de política y negocio, de política y saqueo, deben desaparecer de la liturgia política aspirando dignidad. Pero la tarea no es sencilla. Para empezar, es imprescindible inocular a nuestros políticos un antídoto contra la pérdida de capacidad empática con la población. Cuando pierden el sentido del por qué, del dónde, del cómo y del a quién se deben, la corrupción aflora espontánea y fluye a velocidad vertiginosa contaminando un sistema carente de defensas porque las defensas están secuestradas por los mismos que engañan.

El ministro de Industria, Energía y Turismo, José Manuel Soria, es un ejemplo destacado de carencia total de empatía con los seres humanos, con el medio ambiente y con los valores morales y éticos más básicos. Soria encarna a la perfección la gélida figura de Torquemada inquisitorial en su trayectoria, en sus formas y en sus hechos, contra adversarios políticos o contra incómodos correligionarios de su propio partido, contra periodistas herejes o contra cualquiera que represente un obstáculo para sus intereses. Su permanente juego sucio, sus mentiras y sus políticas antisociales generan un daño insoportable a la dignidad de todos aquellos a los que supuestamente representa, le voten o no le voten. El recorrido del ministro canario por Industria, Energía y Turismo no puede ser más representativo de cómo concibe la gestión de los asuntos públicos y, por poner algunos ejemplos, citemos cómo se ha castigado a la ciudadanía con la factura de la luz -disparando a niveles históricos los índices de pobreza energética-, o cómo se arrojó a los brazos de multinacionales petroleras mientras dilapidaba el liderazgo español en energías renovables.

Ahora, la aparición de su nombre en los papeles de Panamá ha permitido iluminar y mostrar al mundo el lado más oscuro de Soria en estado puro, ese lado que tan bien conocemos en Canarias. Su nivel de credibilidad y de confianza se ha volatilizado, y no solo por el hecho más polémico y evidente -haber mentido reiteradamente a la población-, sino porque se ha constatado que su familia y él mismo, tan entregados a la causa Patria y a España, participaron en tramas empresariales diseñadas para permanecer opacas al fisco español. Tan opacas que hasta el propio ministro desconoce formar parte de ellas. Nadie creerá al titular de Industria cuando comparezca el lunes en el Congreso para tratar de justificar lo que de antemano es injustificable. En algunas democracias, por mucho menos de lo que Soria tiene con Panamá/Bahamas/Jersey o Rita con Valencia o Rajoy sé fuerte con todo su partido, los políticos dimiten y se sustituyen. Soria ha permanecido en su feudo político durante más de 20 años, y su balance, sus hechos y su futuro lugar en la memoria, distan mucho de ofrecer un ejemplo de honestidad y de buen hacer público. El ministro español de Turismo, el que veranea en hoteles ilegalizados por la Justicia, el exclusivo pescador de salmones noruegos y jets privados, el huésped de lujo en hoteles caribeños, el inquisidor de Repsol en Canarias, el que da instrucciones a la Justicia, constituye un auténtica vergüenza y un veneno para nuestra sociedad. Soria debe dimitir ya mismo de todos sus cargos y concedernos al menos ese final feliz tras toda una vida política de auténtica ruina.

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