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Espacio de opinión de Canarias Ahora

Negársela a España

Santiago Pérez / Santiago Pérez

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Quienes escribieron la alocución leída por Paulino están ideológicamente, es un decir, en el mismo lugar que la famosa Ponencia del Congreso de Coalición Canaria, de la que han renegado más veces que un sampedro desde que les reconoció la querencia soberanista el centurión no de Roma, sino de Génova 13 (al fin y al cabo itallicae civitates ambas).

La piedra de toque de todo este borbotón de palabras --que manejan con la misma destreza que aquel soldado de mi general Francisco Villa, que apretó el gatillo de una ametralladora nuevecita sin saber cómo funcionaba?es la tozudez de negarle a España cualquier sustancia propia, cualquier entidad sociológica, histórica, cultural, en fin política, que sólo le reconocen enfáticamente a Canarias. España es, para los vates de este nacionalismo recién inventado, un Estado sin alma, un mero tinglado de poder, una “potente maquinaria propagandística con la finalidad de someternos a las características e idiosincrasia de lo que denominan sentimiento nacional (español, se entiende)”.

Los dos escribidores del alegato de Paulino se prodigan utilizando un sinnúmero de veces el nombre de España. Pretenden, a fuerza de repetirlo sin ton ni son, aturdir a la respetable audiencia a base de reiterar un concepto vacío, una cáscara hueca. Consideran España una mera suma o yuxtaposición de pueblos y territorios. Y nada más. Niegan a la ciudadanía española cualquier vínculo de identificación o de sentimiento de pertenencia que no sea con su propia comunidad territorial, región o nacionalidad, lo único real. Hablan, por eso, de España plural. Omiten que la Constitución define a España, simultáneamente, como una y plural. Y que es en esa complejidad, donde radica el fundamento de la solidaridad y del deber del Gobierno de España de corregir los desequilibrios territoriales. Y, a continuación ?sin vaselina--, se autoproclaman leales a la Constitución.

¿Les resultará imposible de entender que la primera decisión fundamental de los constituyentes consistió en reconocerle a España la entidad histórica, cultural, sociológica, su carácter de comunidad política, la consistencia de país suficiente como para ser el soporte de una organización estatal, para continuar siendo el Estado que se fraguó durante siglos ?

En el plano meramente argumental, ¿no se dan cuenta de que los argumentos que emplean para considerar a Canarias una nación o nacionalidad, con mucho mayor fundamento son aplicables a España? ¿ni que cuando manejan determinadas “razones” para negarle a España su condición de nación, esas mismas razones les llevarían a fortiori a negársela a Canarias?.

A partir de esas premisas habituales, los ideólogos de coalición-canaria --imitando los modismos de otros nacionalismos peninsulares-- se desparraman con deleite en una serie de elucubraciones con las que se han ido familiarizando, aderezadas con algunas novedades: consideraciones sobre el ser nacional --“ser canario es ser isleño” ¡?.!-- y la madurez adquirida por el pueblo canario, necesidad de “apuntalar una España en la que tengan cabida las diferencias?” (una España desvencijada a partir del trasplante de reflexiones orteguianas ,fruto de otra época); renovar el sentimiento constitucional colectivo mediante la reforma de la Constitución --como si fuera un dato indiscutible que ese sentimiento está exánime y marchito--; la necesidad de un proceso que desemboque en un modelo de Estado avanzado, y de una nueva transición que nos acerque, normativamente al siglo XXI (unas normas sigloveintiuno para un gobierno siglodiecinueve); apelaciones a la evolución natural de los pueblos , condenas sin paliativos a una España de dos velocidades, con ciudadanos de primera o de segunda en función del territorio al que pertenezcan, y --cómo no!-- reiteración de la cantaleta de que Europa se ha adelantado al Estado español?al consagrar la ultraperifericidad de Canarias como un concepto político? En fin ,una considerable ración de afrecho mental que el presidente del Gobierno nos ha brindado representándose a sí mismo , en un evento en el que debió representarnos a todos.

Ni una sola mención, a la hora de hablar del tema preferido ?la Reforma del estatuto-- en el que se refugian para que no se hable de este Gobierno deteriorado, de que Canarias necesita mejorar notablemente la calidad democrática de su autogobierno. Ninguna referencia a las truculencias del sistema electoral al Parlamento de Canarias, piedra angular del Régimen de ati-pp. Nada sobre establecer en el Estatuto garantías suficientes para que los órganos de fiscalización y control, la Audiencia de Cuentas y el Consejo Consultivo, esenciales para lograr los equilibrios tan consustanciales a la democracia, no sean colonizados por el Gobierno de turno. Ni pío sobre cómo evitar que los medios de comunicación de titularidad autonómica sigan siendo lo que son: agencias de propaganda oficialista, donde los censores campan a sus anchas.

Las variaciones sobre un mar que nos une y no un mar que nos separa, pronunciadas por quien no ha tenido el coraje de plantarle cara a los editoriales que corroen y emponzoñan la convivencia y el sentido de unidad entre los canarios, suenan a farsa.

Habemos muchos canarios que sentimos tanto la canariedad, como nuestra pertenencia a la comunidad de los pueblos hispanos, nuestra condición española, europea? y reivindicamos nuestro derecho a administrar nuestras lealtades, como un ingrediente esencial de la libertad. Y reivindicamos el pluralismo de la sociedad canaria, en el campo de las ideas y en el de los intereses sociales, que algunos pretenden negar con una jerga pseudonacionalista, para difuminar qué idea de Canarias --patética, ensimismada y victimista--, y qué intereses económicos y sociales representan realmente.

Y somos muchos también los que creemos que la Constitución Española no es un tótem, ni un amuleto, sino el fruto un pacto de convivencia entre las personas y los pueblos de un país, España, sin el que nos resulta ininteligible el pasado y el presente de Canarias. Y, hasta donde la vista de uno llega, su futuro. Y todo ello, al margen de las formas políticas que vaya adoptando en el marco de la democracia y de las libertades, que la Constitución por fin ha consagrado. Porque las formas de Estado, y hasta la propia existencia de un Estado concreto, no son producto de la naturaleza, sino de la historia. Larga vida a la Constitución de l978, treinta años después.

*Secretario de Política Autonómica del Partido Socialista Canario-PSOE.

Santiago Pérez*

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