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Opinión - Pedir perdón y que resulte sincero. Por Esther Palomera
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Ojo por ojo

Cristóbal D. Peñate / Cristóbal D. Peñate

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Todos esos cristianos ultramontanos que se muestran eufóricos en plena calle por la muerte del terrorista más buscado del mundo reaccionan igual que lo harían los acólitos más seguidistas de Bin Laden.

Los mismos descerebrados que aplauden a Barack Obama en España por este asesinato de Estado son los que censuran a Felipe González por la creación de los GAL en su mandato. Los mismos que se felicitan efusivamente porque los soldados americanos mataran al líder de Al Qaeda son los que censuran que los grupos parapoliciales españoles se cargaran a etarras en suelo francés hace unas décadas.

Los mismos que se horrorizan y claman al cielo porque Felipe González reconociera en una entrevista que estuvo a punto de dar la orden para que volaran el piso donde estaba reunida la cúpula de ETA son los que vitorean al presidente de los Estados Unidos por ordenar la muerte de Bin Laden.

Son siempre las mismas dos varas de medir. En realidad están contentos de que los gobiernos se carguen a terroristas ilegalmente, pero lo que reconocen como magnífico en el extranjero les parece abominable en su país.

La gente que se alegra por el asesinato de otros seres humanos, por muy abominables y execrables que sean los sujetos, goza de una ínfima moralidad. No es lo mismo alegrarse de que un dictador fallezca de forma natural en la cama de un hospital que hacerlo cuando un marine le mete una bala en el ojo.

Al final esta gente de orden que se alegra porque hayan liquidado al terrorista saudí se ponen a la misma altura de los que se celebraron con champán la muerte de Carrero Blanco a manos de etarras. Seguramente jamás querrán compararse con ellos, pero son de la misma calaña.

Esa es la gran paradoja con la que tendrán que convivir siempre.

Lo que distingue la civilización de la barbarie es la justicia, pero ésta nada tiene que ver con la ley del talión.

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