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''Oltra y sus muchachos'', amigos para siempre

Emilio de Fez Marrero / Emilio de Fez

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Esto debe reconocerse y agradecerse a pesar de no haberse logrado mantener la categoría, para lo que sólo faltaron dos goles en la última jornada: uno del Tenerife al Valencia y otro del Madrid al Málaga. O, simplemente, uno más al Almería en la penúltima jornada, que nos habría dado los tres puntos y la consiguiente salvación.

Ya la temporada pasada fue casi un milagro el ascenso a la Primera División porque había equipos con más presupuesto y bastante mejor plantilla. El objetivo sólo pudo lograrse por la combinación de la sapiencia futbolística del técnico, la unión y disciplina del plantel, la lucha de principio a fin en cada partido a lo largo de toda la competición, la escasez de lesiones importantes y, todo hay que decirlo, no pocas gotas de suerte en algunos partidos decisivos.

Con esa misma plantilla que casi de milagro ascendió en Junio de 2009, se afrontó, casi sin refuerzo alguno, la proeza de intentar la permanencia en la multimillonaria e internacionalmente super-mediática Primera División española, quizá la Liga más importante del planeta. Sin refuerzos, digo, porque el Tenerife no tenía ni tiene recursos sino enormes deudas heredadas del pasado y, por ello, sus rectores, con muy buen criterio, mantuvieron, al ascender, una línea de austeridad tendente a reducir el déficit del club no exponiéndose a dispendios que pudieran llevar dicho déficit a extremos que, en caso de descenso, habrían supuesto la desaparición de la entidad, con todo lo que ello implicaría para su masa de seguidores en la “Isla Picuda” e incluso en otras zonas de nuestro Archipiélago.

Los esfuerzos del buen director deportivo, Santiago Llorente, para fichar algún chollo o para conseguir cesiones “buenas, bonitas y baratas” fracasaron. Ante eso, lo lógico era que el Tenerife hubiera cogido el farolillo rojo desde las primeras jornadas y no lo hubiera soltado hasta su despedida de la categoría en el último partido. Como le ocurrió, porque la situación económico-deportiva era casi calcada, al Universidad y al Vecindario en su única temporada en 2ª A.

La realidad ha sido muy distinta. Los gigantescos profesionales de esta memorable plantilla, con Oltra a la cabeza, dieron la batalla hasta el último de los 34.200 minutos en que rodó el balón en los campos de primera; y, ayudados por el hecho de que esta temporada bastaron 37 puntos para salvarse (y de que salvo Kome, no hubo casi lesionados entre los jugadores-clave) estuvieron a un pelo de conseguir la proeza.

Son nombres, y hombres, que merecerían un monumento a la entrada de la Tribuna del Heliodoro por su entrega a la isla fueran cuales fueran sus orígenes. Y es que junto a los canarios (Ayoze, Pablo Sicilia, Héctor, Ricardo, Omar, Angel, etc.) han estado, con al menos igual profesionalidad y pasión, todos los demás, que son peninsulares excepto Luna y Román, argentinos. No me detengo a destacar a las figuras del equipo (para mí, Sergio Aragoneses y Nino) porque creo que todos los jugadores sin excepción merecen el homenaje y el recuerdo eterno de la afición.

La no renovación del entrenador me parece el primer gran error del presidente Concepción en lo que lleva de mandato. (¿Qué pretendía usted, con lo que hay y al haber sido además inviables los refuerzos invernales? ¿A quién va usted a traer que sepa más de fútbol, que conozca mejor el paño y que vaya igual de a muerte por la causa? ¿Por qué nos hace usted empezar de cero?).

Por eso, como desagravio colectivo, quiero expresar, seguro de recoger el sentir de la inmensa mayoría de los seguidores del club, que, donde quiera que estén, les deseamos toda la suerte del mundo a “DON” José Luis Oltra y a “sus aguerridos muchachos” tanto en su vida personal como en su futuro futbolero. Han dejado ustedes al club infinitamente mejor de lo que lo encontraron. Se han ganado el respeto de las personas inteligentes y la admiración de viejos y niños por su hombría de bien en todo momento. No hace falta decirles que, aquí, en Tenerife y en Canarias, estarán siempre en su casa: ustedes ya lo saben. Gracias por todo, amigos.

Amigos para siempre. ¡Qué suerte que hayan estado aquí!

Emilio de Fez

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