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Partidos emergentes

José H. Chela / José H. Chela

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Podría suponerse –a otra escala- que Rosa Díez se encuentra entre los casos que ejemplarizarían lo dicho hasta aquí. No lo creo. Aunque sus ex compañeros socialistas la acusen de incoherencia y hasta de transfuguismo o así, lo cierto es que la eurodiputada actuó con diáfana honradez al mudarse a las filas del nuevo partido de Fernando Savater. Lo primero que hizo fue renunciar a su bien remunerado escaño en Estrasburgo. Es bastante posible que doña Rosa se estalle –electoralmente, digo- como una pita, pero estaba en su derecho de seguir la máxima de Churchill: “A veces es preciso cambiar de partido para seguir manteniendo la misma ideología”. Aun aceptando que el dicho encierra una gran verdad, debe admitirse que, desde un punto de vista pragmático, su puesta en práctica no siempre es aconsejable. Churchill fue uno de los pocos líderes que perdió unas elecciones después de ganar una guerra. ¿Merece la pena seguir sus consejos?... Quizás sea más razonable y práctico comerse las uñas en un partido donde nos sentimos incómodos, para intentar reconducirlo desde dentro, que cofundar uno distinto sin demasiadas garantías no ya de tocar poder, sino de actuar como revulsivo social. Díez está en una cosa que se llama Unidad Progreso y Democracia (UPD). Por lo menos suena bien y trasmite una eufónica seriedad. No como otros que pretenden auparse en posibilismos de poco crédito. Los Es Posible, los Sí Se Puede… Y otros similares que generan más dudas que entusiasmo Pero, también sonaba de miedo el PRT, Partido Radical Tolerante, único en el que un servidor militaría, si le pusieran en el brete. En cualquier caso, lo malo de los partidos emergentes es que se hunden nada más asomar la nariz de sus propuestas. El sistema los rechaza. Las normas electorales los abortan. Y los votos que a ellos van se pierden en la aventura de la escisión, de la nada, del humor o de la utopía.

José H. Chela

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