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Patrimonio cultural Vs. Memoria histórica

Carlos Castañosa

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La escultura del insigne Juan de Ávalos, sita al final de la Rambla de Santa Cruz, constituye un valioso patrimonio urbano, hoy decrépito y abandonado por la autoridades, en riesgo de demolición en nombre de la Ley de Memoria Histórica porque representa un homenaje a Franco.

La coyuntura aquí presentada es el paradigma del doble lema de nuestro foro: 1º.- “Solo la sociedad civil está capacitada para resolver sus propios problemas”. 2º.- “Todo lo que toca la política se contamina y se pudre”. Es por lo que los ciudadanos normales debemos aportar ideas y opiniones que, en conciencia, se adscriban al punto 1º, (puesto que no podemos encontrar nada de buena fe en la 2ª mención).

A la hora de juzgar opiniones ajenas debemos ponderar la motivación de sus argumentos y respetar su criterio para que el nuestro también sea respetado: “No me descalifiques con acritud. Rebáteme con amabilidad, que yo así lo haré contigo”.

Cierto que no es este el ejemplo a seguir de los políticos en general ni de algunos comunicadores, o tertulianos, en particular. Pero nosotros debemos esforzarnos en contrarrestar ese defecto con educación y bonhomía ante los problemas que nos han planteado quienes son incapaces de solucionarlos.

Es muy difícil que en una confrontación de emociones y sentimientos contra el sentido común y el uso de razón, pueda hallarse un punto de confluencia, pues la divergencia de argumentos progresa indefectible hacia la separación de criterios y aleja toda posibilidad de encuentro.

Ante el conflicto dialéctico establecido sobre el conjunto escultórico, que bien puede considerarse una alegoría filo franquista, conviene tener en cuenta la figura de su autor. Juan de Ávalos fue el número uno en la España del S. XX por sus obras expandidas por la geografía española y portuguesa. Nacido en Mérida a principio de siglo, se afilió al PSOE (carné nº 7 del partido) y fue represaliado por la dictadura. Tuvo que exiliarse en Portugal pero pudo regresar a España cuando ganó el concurso para realizar su obra más reseñable: “El Valle de los Caídos”. Su relación con Franco fue de una sola visita en la que una vez ganado el concurso, impuso que sus esculturas serían solo de temática religiosa, sin referencia bélica alguna. Al día siguiente de dicha visita, hecho curioso, Franco dictó un decreto por el que en el Valle se enterrarían a los caídos de uno y otro bando. El dictador expresó su reconocimiento al insigne artista con una frase: “Este es el escultor que necesita España”.

Con respecto a su obra de Tenerife, el autor la tituló Escultura del Ángel. Pero por intereses políticos, como siempre, se decidió rebautizarla como homenaje al dictador con La Victoria. (Este detalle es la pista para una posible solución).

Una vez planteada la entidad del escultor y la indiscutible calidad de su obra, conviene repasar la Ley de Memoria Histórica en su Art. 15, punto 2: “Lo previsto en el apartado anterior (sobre retirada o demolición de símbolos franquistas), no será de aplicación cuando las menciones sean de estricto recuerdo privado, sin exaltación de los enfrentados, o cuando concurran razones artísticas, arquitectónicas o artístico-religiosas protegidas por la ley”.

Hasta aquí, la perspectiva exclusivamente cultural del caso. En la otra vertiente, de la que también puedo ser partícipe, la repulsa por una secuencia histórica de 40 años, de cuyo final han transcurrido otros tantos. En total, 80 años desde una guerra civil, como cruento epílogo de una fallida experiencia republicana tan sangrienta como bien relatan los anales de la Historia. España sufrió la peor tragedia bélica que puede padecer un país, donde no hay buenos ni malos –todos son malos–; ni vencedores ni vencidos –todos pierden, ninguno gana–; que deja llagas que pueden cicatrizar con el paso del tiempo… o hacerse crónicas por permanecer abiertas. Sé por propia experiencia el resentimiento que se puede llegar a sentir contra quienes asolaron mi lugar de nacimiento y masacraron a parte de mis ancestros, según me contaron mis textos de Historia en la escuela. Por fortuna, nadie me hurgó en la herida, ni la familia, ni en el colegio, ni con las nuevas crónicas actualizadas sobre aquellos terribles episodios. El tiempo me liberó del rencor y odio visceral hacia los posibles descendientes que aquellos, ya todos muertos, que destrozaron mi pueblo y la vida de mis congéneres. Gran alivio fue reciclar mis sentimientos adversativos.

Es por lo que comprendo posturas radicales contra símbolos que escarban en el recuerdo, no solo de lamentables hechos fehacientes, sino también por cómo nos han contado lo que sucedió antes de que naciéramos.

Con el máximo respeto por todas las sensibilidades decantadas por la demolición del monumento en cuestión, y el legítimo afán de destruir una parte de la historia cuyo recuerdo nos mantiene el alma sin cicatrizar; desde la más absoluta buena fe, propongo unos puntos de reflexión:

  • ¿Merecería, Juan de Ávalos, el agravio de que su obra fuera derruida o escondida en un desván como algo vergonzoso para él?
  • En la interpretación estricta de la Ley de Memoria Histórica, ¿sería aplicable el punto 2 del artículo 15?
  • Para darle viabilidad, y como solución para no dañar a nadie por su ideología ni sentimientos: el cambio de nombre para una alegoría (en la que hasta se ha llegado a ver al Dragón Rapide), igual que se cambian los nombres de las calles por razones políticas, por no tratarse de una estatua ecuestre en la que se identificaría la cara del dictador, se podría cambiar el título por algo así como EL GRITO DE LA CONCORDIA o similar. Incluso podría convocarse un certamen de ideas al respecto.

Amo a esta tierra, a este pueblo y a nuestra querida Santa Cruz, que no me la imagino desprestigiada por la negativa repercusión mediática llegado el caso de la demolición.

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