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Popurrí político (Pot pourri: “Olla podrida”)

Carlos Castañosa

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La amalgama de diversos componentes en proceso inicial de cocción lenta e improvisada, que emite efluvios inquietantes, propios de un estofado mal condimentado, con productos impropios de cierto nivel gastronómico por exceso de chorizo en la receta original

Pero es lo que tenemos, y lo que nos hemos ganado a pulso por así haberlo  elegido entre todos. Ya solo faltaba, en un Estado de Derecho cuestionar la entidad de las urnas y su virtud de asignar los dirigentes políticos que se merece el pueblo que los ha votado.

La gestión culinaria ha sido, sigue siendo, desagradable y traumática para los electores de todos los colores. No es admisible el grado de agresividad que se ha prodigado a lo largo de una prolongada campaña electoral entre los variopintos elementos del potaje… todos borboteando en la misma cazuela.

No hay ninguno que quede fuera en plato aparte. La mezcolanza de ingredientes incompatibles jamás puede dar como resultado una elaboración gastronómica de éxito, por muy vistosa que resulte la presentación de un cuidadoso emplatado, pues el tufo desagradable que se desprende de la “olla podrida”, resulta poco apetitoso para el hambriento comensal ante la ingesta de lo que pretende ser alimento para el espíritu y satisfacción para los sentidos.

Las sucesivas campañas preelectorales han supuesto un inhumano suplicio para los angustiados ciudadanos, que solo hemos pretendido poder elegir a  nuestros representantes, supuestos servidores del pueblo, para contratarlos con nuestro voto, según el currículum que nos ofrecen en formato de propaganda política que, como tal, suele resultar capciosa, sesgada, tendenciosa, falaz y tan falsa como las propias promesas electoralistas que se nos prodigan. Demostración flagrante de que para los candidatos, los intereses populares son materia residual que no merece respeto ni atención. Lo único que prima es la voracidad por el poder y la lucha inmisericorde por las poltronas, sin reparar en medios para alcanzar un fin; como norma maquiavélica habitual en quienes la ambición es patología, la lealtad entelequia y la dignidad es un bidé: “instrumento en forma de guitarra de uso desconocido”.

Así, nos encontramos con la marmita en ebullición desaforada. Auténtico milagro es que este magnífico país siga adelante en las malas manos de tanto desaprensivo. Unos, triunfadores con artimañas poco presentables, alardeando del éxito alcanzado con prepotencia y megalomanía. Los otros, rabiosos y frustrados por su fracaso, repartiendo improperios, descalificaciones e insultos contra el tramposo que quizá lo sea menos que los propios juzgadores de intencionalidades ajenas… conjurados para dinamitar sus exiguas posibilidades de proyección futura. Y los primeros, poniéndose la tirita antes que la llaga porque se la ven venir… Pandilleja de desalmados… unos y otros.

Esta España no los necesita. Demostrado queda que, a pesar de nuestra Historia, ora gloriosa, otrora denigrante –como sucede con todos los pueblos de gente bien nacida–, siempre ha salido adelante a pesar de las asechanzas del enemigo de fuera por envidioso, o del de casa por resentido.

Por fortuna, el chup chup del fuego lento se desarrolla con la normalidad de los fogones tradicionales. No sería así si se tratase de una olla exprés, pues el exceso de presión descontrolada podría provocar la misma explosión de entonces… cuando existían otros condicionantes que hoy serían inaceptables.

Ante la aparente imposibilidad de que la voluntad política de nuestros representantes, bien pagados por todos nosotros, apueste por la viabilidad de futuro de este gran país, nuestra conciencia colectiva debe asumir el principio de que “solo la sociedad civil está capacitada para resolver sus propios problemas”… conscientes, como la triste realidad demuestra, de que “todo lo que toca la política, se contamina y pudre”.

Ruego un solo ejemplo que contradiga este predicado.

Vale de engaños y ambiciones mezquinas. Comulguemos con Otto Von Bismark y su célebre cita: “Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a si mismo y todavía no lo ha conseguido”.

Yo también estoy firmemente convencido de que si las “dos Españas”, de hoy y  siempre, aunáramos esfuerzos en pro de todos, en lugar de desgastar baldías energías en intentar partirnos la cara unos a otros, seríamos la primera potencia mundial, no solo en recursos materiales –que también–, sino en principios morales y valores éticos que fueran paradigma para el resto del mundo. Lo tendríamos todo a favor con un simple gesto que acogiera benevolencia, respeto, lealtad y tolerancia hacia los demás.

Me consta que estoy diciendo una tontería, pero me hacía ilusión soltarla.

¡¡¡FELIZ 2020!!!... y para todos, muy próspera década que, estoy convencido, no pasará desapercibida para la Historia.

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