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Paulino el sordo

Francisco Pomares

Que dos políticos -y además del mismo partido- queden para almorzar no debería ser noticia, excepto que haya faisán y caviar y tarjetas Black por medio. Por eso, resulta curiosa la expectación despertada por el almuerzo de Fernando Clavijo y Rivero, y el interés general en presentar ese encuentro como algo que realmente habría de marcar el futuro de las relaciones entre el candidato que no es presidente y el presidente que no es candidato. En realidad, si algo demuestra la paulinología –disciplina aún pendiente de reconocimiento académico, que estudia los comportamientos de Rivero en la Presidencia- es precisamente el hecho de que para el presidente que no es candidato, los almuerzos no tienen mucho valor más allá del meramente alimenticio. Y es que hasta alguien tan frugal como Rivero tiene que comer todos los días. Si al final es verdad que el presidente encontró hueco en su apretada agenda, para sentarse a almorzar con Clavijo, lo cierto es que los acuerdos prácticos del encuentro no irán mucho más allá de pactar los entrantes.

Y es que Rivero no ha asumido aún que fue derrotado por un colega al que en privado califica de “niñato”. Desde el sábado fatídico del Consejo Político, en el que los suyos le sorprendieron dejándole con el trasero mirando para Cuenca, Rivero no ha hecho un solo gesto de apaciguamiento con los que hoy controlan la cuestión en Coalición, sino más bien todo lo contrario: se sacó de la manga la pregunta sobre el petróleo sin consultarla siquiera con los suyos; planteó la iniciativa de subir los impuestos sin que mediara el más mínimo contacto con quienes deberán defender esa iniciativa en el Parlamento de Canarias y luego en campaña electoral; publicó su historieta persa sobre la soberanía compartida sin hablar siquiera con Hilario Rodríguez... y planteó una reforma de la Prestación Canaria de Inserción –desestimada por el Parlamento por Coalición- sin haberla sometido previamente, como es preceptivo, a la consideración de su grupo parlamentario. Y no es que Rivero haya cambiado y ahora consulte menos a su partido. Es que sigue actuando exactamente igual que cuando controlaba todos los resortes del poder político e institucional de Coalición Canaria, sin prestar la más mínima atención a las formas. De hecho sigue haciendo de su capa un sayo, como en estos últimos ocho años. Lo que pasa es que antes no le tosía nadie. Y ahora lo tiene más complicado: sus decisiones no cuentan con el respaldo suficiente, y en su partido quieren que cambie los modos y formas y los adapte al hecho incontestable de que hoy ya no es él quien controla Coalición. Desde Coalición le han mandado ya algunos recados bastante contundentes. Pero él sigue haciéndose el sordo.

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