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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal
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Splice

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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Fueron tiempos de barbarie, de sinrazón y de una podredumbre moral, disfrazada de religiosidad farisea y asesina, responsable de la muerte de centenares de personas inocentes. Las hogueras que ardieron durante aquellos años solamente sirvieron para evitar que las personas pensaran de manera racional en vez de con preceptos trufados de mentiras y apoyados en una concepción de la sociedad prostituía por quienes no estaban dispuestos a permitir ningún cambio.

Con el paso de los años, la llama de la inteligencia y el raciocinio han logrado quitarse de encima el pesado yugo de una religiosidad, terminando con tanta insensatez e ignorancia. No obstante, está claro que todavía hay muchos que cuestionan, por ejemplo, el concepto mismo de la evolución humana, prefiriendo explicaciones mucho más simplistas e infantiles, escudados en una fe, siempre tan voluble como conveniente.

Por ello, la batalla que rodea la creación de un ser vivo continua siendo tema de debate, sobre todo por quienes piensan que solamente una deidad está capacitada por poder hacerlo. Dejando a un lado las creencias de cada uno, algo íntimo y personal y que nunca debería colocarse al lado de ninguna ideología- la pregunta que se me viene a la cabeza es; ¿Qué deidad es la que tiene el derecho a crear vida? En nuestro mundo, no existe un único dios o, por lo menos, no tiene el mismo nombre. Entonces, ¿Cuál puede y cuál no? ¿Y qué ocurre con quienes no creen en dios o anteponen el saber y el conocimiento a sus propios creencias?

Este fue el caso de muchos científicos de la antigüedad, empeñados en quitar la venda de la ignorancia que cubría los ojos de su sociedad. Uno de aquellos pioneros fue el responsable del estudio de la circulación pulmonar, proceso gracias al cual se transporta la sangre desoxigenada desde el corazón hasta los pulmones, para luego regresarla oxigenada de vuelta al corazón. Su principal impulsor fue el médico, matemático, geógrafo y teólogo aragonés Miguel Servet, quien fue quemado en la hoguera por hereje, en un aciago día de octubre del año 1553.

Gracias a su muerte, los fanáticos que dominaban las creencias de la época, tanto católicos como protestantes, lograron retrasar varios siglos el desarrollo del libre pensamiento y cualquier tipo de investigación científica.

Me gustaría pensar que las cosas han cambiado pero la realidad sigue siendo bien distinta, en especial cuando la investigación científica y las patentes dependen del dinero, un bien que poca gente posee y cuya posesión suele estar ligada a un conservadorismo que nada bueno le acarrea a nuestra sociedad.

Precisamente por ello, los científicos Clive Nicoli (Adrien Brody) y Elsa Kast (Sara Polley) siempre se las han apañado para salirse con la suya y evitar un excesivo control sobre su trabajo. Además, Clive suele saldar las discusiones que se cruzan en su camino con una sonrisa, la cual acaba por cautivar a cualquiera de sus detractores.

El caso de Sara es igual pero sin las alegrías de Clive. Sara quiere encontrar la cura para algunas de las enfermedades que continúan persiguiendo a la raza humana y sabe que estudios con células madre podrían ayudar a conseguirlo. Atrás quedan las consideraciones morales y los lastres ideológicos que de nada sirven cuando se está a punto de lograr un descubrimiento que revolucionaría la medicina tal y como la conocemos.

El único problema, y así lo describe, de manera magistral, debo decir, la autora británica Mary Shelley en su novela Frankenstein or The Modern Prometheus es, ¿Hasta dónde está dispuesto a llegar un científico para lograr encontrar el descubrimiento que tanto ansia?

Clive lo tiene claro; nadie va a impedir que su trabajo se quede en una mera teoría. Sara tiene sus dudas pero, ante el empuje y la determinación de Clive, decide apostar por concluir lo que ambos comenzaron hace ya mucho tiempo.

De esta forma, y al igual que le ocurriera al atormentado doctor Víctor Frankenstein, Clive y Sara se encuentran con su creación, el fruto de todo su trabajo, simbolizado en una criatura a la que llaman Dren.

Con Dren, una película como Splice, dirigida por Vincenzo Natali y escrita por Natali y Antoinette Terry Briant logra encontrar un punto de ruptura con otras tantas que abordan temas similares. Lo normal en estos casos es que la criatura recién llegada se torne en una suerte de depredador sanguinario y sin ningún raciocinio, dominada por sus instintos más elementales. Con ello, lo único que se logra es que el espectador se coloque al lado de quienes se empeñan en destruirla, cueste lo que cueste.

Sin embargo, Dren es distinta, diametralmente opuesta a los personajes que el cine está acostumbrado a mostrarnos. En un principio, Dren es una criatura con rasgos por definir y que se comporta de una manera esquiva y huidiza. Sus creadores tratan de calmarla pero sus intentos no siempre llegan buen puerto. Todo cambia cuando Dren crece y empieza a mostrar rasgos cada vez más humanos. Primero es una niña, la cual siente curiosidad por el mundo que le rodea, bastante limitado dada su situación. Luego, y dada su rápida evolución, se convierte en una suerte de adolescente, tremendamente atractiva y sensual, la cual termina por seducir al propio Clive.

La gran virtud de Natali es lograr que el espectador se olvide de que Dren no es una persona, dado el mimo con el que la trata. Parte del mérito hay que dárselo a la actriz Delphine Chanéac, quien logra humanizar a la criatura resultante del experimento ideado por Clive y Elsa. El trabajo del realizador y la actriz logran que Dren deje de ser ese “experimento mortal” que acompaña al título en nuestro país para convertirse en un ser que solamente busca su lugar en este mundo.

Y es ahí donde radica la valía de esta historia y no en otra cosa, por mucho que se quiera buscar la comparación fácil y/o la descalificación tópica y vacía. El director, uno de los invitados durante la pasada edición del festival de cine fantástico de Sitges 2009 ?escenario donde se pudo ver, por primera vez la película- trató de dejar claro este punto así como la comparación entre los humanos que rodean a Dren y la misma criatura.

Al final, uno no sabe quién es peor? Bueno, si lo sabe pero decirlo siempre suena “políticamente incorrecto” sobre todo cuando uno prefiere posicionarse junto a una criatura creada genéticamente, en vez de al lado de una persona creada por un dios, el cual no significa lo misma para cada persona, por muchos que algunos se empeñen en decir lo contrario.

Eduardo Serradilla Sanchis

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