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'Sub specie feminae virilem animum'

Israel Campos

Las Palmas de Gran Canaria —

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Para los griegos de la Antigüedad, la única manera en que podían concebir que las mujeres participaran en la actividad política era dentro del contexto de una comedia representada sobre los escenarios de cualquiera de los teatros de las antiguas ciudades-estado. Lo absurdo e inviable de esa intervención de las mujeres en la política general, o tan siquiera que su voz pudiera ser escuchada en las asambleas, llevó a que el más famoso de los comediógrafos griegos, Aristófanes, creara dos obras de teatro representadas a finales del siglo V y principios del IV a.C. donde, bajo el formato de comedia, exagerara el absurdo de los excesos que podría suponer que el poder político pudiera estar algún día en manos femeninas.

La primera de ellas, Lisístrata, presentaba un escenario ficticio e impensable, en el que las mujeres de las ciudades de Atenas y Esparta eran capaces de ponerse de acuerdo para obligar a sus maridos a que firmasen la paz. Estaban hartas de una guerra absurda (la Guerra del Peloponeso duró treinta años) que duraba demasiados años y que se estaba llevando por delante a sus seres más queridos. El método para lograrlo era expeditivo: una huelga de sexo. Las mujeres se abstendrían de tener relaciones con sus maridos y amantes hasta que estos firmaran la paz. El contexto de comedia hace que el autor provoque situaciones irreales y que, además, la seriedad de la demanda reivindicada por las mujeres – nada menos que la Paz – quede ninguneada por lo paradójico del método elegido. Lo verdaderamente interesante, entre otras muchas cosas, de esta obra es que, por un lado, las mujeres consiguieron finalmente su objetivo, el final de la guerra. Pero por otro, la obra de Aristófanes dejaba entrever el temor que se puede instalar en el colectivo masculino acostumbrado a que no se cuestione su modelo tradicional de hacer las cosas y a que las mujeres algún día puedan ser capaces de organizarse en torno a reivindicaciones que consideren justas y legítimas. La otra obra teatral fue Las Asambleístas. Menos conocida que Lisístrata, sin embargo, iba mucho más allá en sus planteamientos. Las mujeres de Atenas pedían que les dejaran dirigir la política de la ciudad, bajo el argumento de que lo iban a hacer mejor que los hombres. En el contexto artificial del teatro, los hombres ceden y ellas implantan un proto-comunismo que podría haber llegado a funcionar, si no hubiese sido por el temor de los hombres a verse suplantados del todo. En ambas representaciones, sus protagonistas, Lisístrata y Praxágora, se deciden a actuar cansadas de la pasividad de los hombres y de la incapacidad para realizar políticas que satisfagan sus verdaderas necesidades. A pesar de la mediación masculina en la elaboración de las obras, no deja de ser interesante encontrarnos en dos escenarios donde las mujeres se han posicionado en la esfera pública sin necesidad de seguir pidiendo permiso o tener que esperar pacientemente a que las migajas de los cambios acaben haciendo algún efecto.

Ante el anuncio de las movilizaciones que se están organizando desde diferentes colectivos para la huelga feminista a nivel mundial convocada para este próximo 8 de marzo, resulta enormemente sorprendente que el argumentario en contra haya recurrido a justificaciones que recuerdan mucho a las palabras que Aristófanes puso en la boca de los hombres que participaban en Lisístrata y Las Asambleístas. Llama la atención la reacción que desde todas las esferas y resortes del poder se ha suscitado ante la envergadura y alcance de esta convocatoria. Debe haberse percibido un cierto temor al posible éxito o resultado de esta llamada a la movilización, porque lo grueso y burdo de los contra-argumentos son un reflejo de la ofensiva puesta en marcha para “desmovilizar” a las convocadas y convocados a hacer este paro. El miedo que se instala en las estructuras tradicionales marcadas por el discurso patriarcal, eso que nuestro presidente definió como “poner en peligro nuestra civilización occidental”, muestra que son conscientes de que en este tiempo se están consolidando dinámicas transformadoras que pueden obligar a acelerar los cambios y legislaciones que se han ido postergando o minimizando en sus consecuencias. La esfera de lo público no puede ser sustraída de la presencia activa de las mujeres. Como pasaba en la Antigua Roma, el escándalo que supuso que una mujer como Mesia de Sentino fuera capaz de defender su propia causa en el Foro, llevó a que el escritor Valerio Máximo (8,3.31) dijera de ella que eso solo era comprensible si bajo su apariencia de mujer había adoptado un ánimo viril (sub specie feminae, virilem animum). Seguimos identificando hoy en día el juicio peyorativo que existe sobre el papel activo de las mujeres en sus demandas y reivindicaciones por una sociedad más justa e igualitaria. Se sigue esperando que las mujeres se adapten y acepten la manera masculina de hacer y pensar las cosas. Y, como hace dos mil quinientos años, la sociedad espera que tras conseguir que se firme la paz o que les dejen hacer un experimento en política, las mujeres vuelvan a su segundo plano, para asumir que todavía tienen que pedir permiso para hablar en público o ser portavoces. Pero el tiempo de las comedias griegas ya ha acabado.

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