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Togas y puñetas

Cristóbal D. Peñate

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Cada día que pasa sin resolución del caso Alba es un día más que pierde la Administración de Justicia para congraciarse con los ciudadanos, a los que llama justiciables. La Justicia, que tan alejada está de la gente, ha tenido la oportunidad de acercarse a ella, pero finalmente le ha hecho la cobra.

Los jueces de base, indignados, se han puesto de uñas contra sus gobernantes, como los ciudadanos corrientes y molientes hicieron en el 15-M. Hartos de la inoperancia del Consejo General del Poder Judicial, y por ende de la sala de gobierno del Tribunal Superior de Justicia de Canarias, se han puesto en pie de guerra y han protestado por su pasividad en el caso de las grabaciones de Salvador Alba, un juez que sigue juzgando como si no pasara nada mientras sus superiores siguen silbando y mirando para otro lado.

Como esto siga así, los jueces continuarán los pasos de Victoria Rosell y otros magistrados que se decidieron en su día por apoyar y presentarse con Podemos a las elecciones al no ver mejor salida para arreglar radicalmente la situación tan esperpéntica y caótica en la que estamos sumidos desde hace unos años, que en los últimos tiempos se ha recrudecido y a la que no es ajena (todo lo contrario) el poder judicial.

Hasta hace poco era impensable que jueces de prestigio dejaran temporalmente la toga para entrar en la carrera judicial a través de un partido considerado antisistema y populista, aunque en esto haya mucho que decir, debatir y rebatir. Que jueces como Carmena o el exfiscal Anticorrupción Jiménez Villarejo se hayan atrevido a dar el salto en su etapa de jubilados ya es muy significativo, al igual que lo han hecho magistrados en activo como Yllanes en Baleares o Rosell en Canarias. Antes los jueces solo dejaban su juzgado para entrar en partidos convencionales, tradicionales y modosos.

Algo está cambiando velozmente cuando prestigiosos juristas con reconocida trayectoria se están atreviendo a abandonar las puñetas y dar el paso en la sociedad y en la política, y más aún en la judicatura, ese tercer poder que siempre ha estado imbuido de un halo de conservadurismo antediluviano.

Dentro de poco, si nadie pone remedio, los justiciables no querremos acudir al juzgado, como los niños cuando empiezan en el colegio, por temor a que nos topemos con el coco. Y lo peor es que el coco existe y deambula por los tribunales de justicia de Vegueta.

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