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Amarillos y colchoneros

Federico Echanove

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Quiso el destino que el enfrentamiento de este domingo entre amarillos y colchoneros, especial por tantos conceptos, y especialmente por atravesar ambos uno de sus mejores momentos en décadas, coincidiera con el fallecimiento de Manolo Montes, exguardameta de ambos equipos en los años 50, y que de este modo haya quedado especialmente subrayada la vinculación histórica que siempre ha existido entre ambos clubes por numerosos conceptos.

Y es que no hay ningún club del mundo en el que hayan militado más jugadores canarios o salidos de la cantera de la Unión Deportiva que el Atlético de Madrid. La nómina sería interminable, pero empezando por nombres míticos como Angel Arocha y Pancho Arencibia, es obligado también referirse a los legendarios Silva, Múgica o Lobito Negro, piezas clave de aquel brillanísimo atlético que en los 50 ganó varias ligas con Helenio Herrera. Por no hablar en épocas más recientes de gente como Juanito Rodríguez, Valerón o Jorge Larena.

Puede que en todo esto tuviera también algo que ver que durante muchos años formara parte de las directivas del Atlético de Madrid el aristócrata tinerfeño Luis Benítez de Lugo y Ascanio, Marqués de La Florida, quien lo presidió entre 1952 y 1955. Pero hay aún más vinculaciones poco conocidas, como la derivada de que uno de los cinco clubes que con su fusión en 1949 (junto al Marino, el Victoria, el Arenas y el Gran Canaria) integraron la Unión Deportiva fuese el Atlético Club Las Palmas. Este equipo había nacido en el barrio de Santa Catalina y al ser su presidente García de Celis hincha del Aleti, lo vinculó descaradamente con él, dotándolo del mismo equipaje de pantalón azul y camisa a rayas rojiblancas. Incluso el escudo de la entidad que se conserva y que uno puede ver en admirables webs como “La Futbolteca” o “Historia del Futbol Canario” era una directa traslación del de la entidad que hoy se encuentra en el Manzanares, con la única diferencia de que si en este hay un madroño en aquel figuraba un drago.

Vamos: para que lo sepan, porque esto pocas veces se cuenta y solo se suele hablar del Marino y del Victoria: que entre los cinco clubes que fundaron formalmente la Unión Deportiva había uno que era una especie de filial entusiasta y vocacional (aunque no oficial) del Atletico de Madrid.

Y sea por lo que fuere, aunque siempre han debido estar más ocultos que los de Madrid o el Barça, porque tampoco recibían muchas alegrías, tanto en Canarias como en LPGC hay numerosos seguidores colchoneros, algunos en peñas antiquísimas. Y da la impresión de que en ello la tradición familiar y la transmisión de padres a hijos juega un papel mucho más importante que en ese estulto binomio bipartidista por el que al crecer un chiquillo debe ser a la fuerza merengue o culé y elegir entre Cristiano o Messi cuando el abanico es mucho más amplio. Y solo recordaré la algarabía rojiblanca que se ha montado últimamente varias veces en la plaza de España, cuando, tras la onimosa etapa de Jesús Gil, lo rojiblanco volvió surgir, no ya con Simeone sino a partir de aquella trepidante primera Europa League de Quique Sánchez Flores (2010) que por lo ajustado de algunos partidos, como aquel gol de Forlán en Liverpool en la prórroga, a algunos nos llevó casi al paroxismo.

Terminaré diciendo que las aficiones de estos dos equipos son las dos mejores de España. Y no es porque yo lo diga que (como ya habrán adivinado) llevo en el corazón las dos camisetas, sino porque con lo largo y penoso que ha sido en ambos casos el trayecto para retornar a donde debían estar, cualquier otro aficionado habría tirado mucho antes la toalla. No hay dos equipos que hayan pasado tantos años alejados de su lugar natural, pero para haber aguantado todo este tiempo ese cierto sentido entre trágico y estoico del devenir futbolero que tienen ambas hinchadas seguramente ha sido fundamental. Igual que ese modo de ganar y de morir que en 2014 los equiparó una vez más al perder ambos en el último minuto la Champions y el ascenso. O esa condición transhumante, de haber tenido varios estadios y alejados entre sí (y que no es muy frecuente en España) que también les hermana.

Cuando alguien lea estas letras quizá el partido ya haya acabado. O no. Yo me dispongo a ver en unas horas con pasión este enfrentamiento entre el toque con garra amarillo y la garra con toque colchonera. Pero también les digo una cosa: para mí es de esos partidos tan especiales que casi el resultado es lo que menos me importa. Aunque ojalá que no tenga que hacer al final de temporada cuentas por los puntos que pudo perder uno a costa del otro, claro.

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