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Vamos a contar mentiras

Cristóbal D. Peñate

Las Palmas de Gran Canaria —

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Hubo un tiempo en que Cristina Cifuentes, siendo de derechas desde jovencita, era la musa de cierta izquierda, que la veía como un verso suelto en las filas del conservador PP. Rubia, elegante, apuesta, simpática con sonrisa permanente, republicana y agnóstica, no parecía la típica mujer carcamal. Si a esto añadíamos que escondía cinco tatuajes en su esbelto cuerpo, nadie, si no la conociera, habría adivinado que entró en el partido cuando era casi una niña a través de Nuevas Generaciones.

Fue Jorge Verstringe, el otrora delfín de Manuel Fraga, el que le firmó el carné de entrada en el PP. Lo que son las cosas: ahora Verstringe es un catedrático universitario afín a Podemos y Cifuentes una de las representantes más conspicuas del partido gubernamental. Verstringe llegó a ser detenido en una manifestación cuando Cifuentes era delegada del Gobierno en Madrid y por lo tanto jefa de la policía y la guardia civil en esa comunidad.

El caso es que Cristina Cifuentes, tras ser descubierta en un chanchullo universitario por el que le regalaron un máster en la Rey Juan Carlos, lleva un mes enrocada y sin atisbos de que vaya a presentar la dimisión, que es lo que le pide todo el mundo, excepto algún dirigente de su partido, como Mariano Rajoy (ya sabemos cómo actúa el presidente en estos casos: mirando a otro lado y dejando pasar el tiempo) o Cospedal, que a lo mejor la defiende para que mañana la proteja Cifuentes cuando la cojan in fraganti en algún otro engaño o falsedad. Un día por ti y otro por mi.

Este martes, en un asomo de cordura, pareció que Cifuentes había cambiado de opinión e iba a dimitir por estar mintiendo a los españoles, y especialmente a los madrileños, durante unas cuantas semanas sin ningún rubor. Dijo que había sacado el máster y que los profesores la excusaron de ir a clase, lo cual es ya un impermisible trato de favor de la universidad a la política. Luego dijo que fue examinada por tres profesoras, lo cual fue desmentido por las tres. Cifuentes nunca fue a clase y tampoco se examinó pero, según ella, sacó su máster porque debe creerse la más lista de la clase.

La política renunció este martes al máster que no hizo y lo devolvió a la Universidad Rey Juan Carlos sin haberlo encontrado entre sus cajas de mudanza. Ha tomado el pelo a su partido y a toda España. Nadie puede renunciar y devolver algo que nunca ha tenido. Hasta el rector de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria está abochornado con la situación. Y con él todos los rectores honrados que tiene España, a no ser que sean como los presidentes de equipos de fútbol de primera división.

Si la educación superior en España tiene el mismo nivel que los presidentes de los clubes de fútbol, debe estar virtualmente entonces, como la Unión Deportiva Las Palmas, en segunda división.

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