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Vincent y el doctor

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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No, esta columna no tiene que ver con una persona cualquiera que se llame Vincent y con un doctor. Esta columna tiene que ver con Vincent van Gogh y el doctor Who.

Esta columna tiene que ver con el encuentro entre uno de los más GRANDES artistas de todos los tiempos y el personaje televisivo más longevo de la historia de la pequeña pantalla.

Esta columna tiene que ver con lo que significaría, para una persona cualquiera, poder viajar en el tiempo y conocer a quienes han ayudado a construir nuestra civilización, tal cual la conocemos hoy en día. Claro que para el común de los mortales eso es imposible, una palabra, sin embargo, que no figura en el vocabulario del buen doctor, el último de los señores del tiempo, siempre a los mandos de su inseparable Tardis.

El doctor Who y toda su imaginería nacieron de la mente de Sydney Newman, hace ya casi cinco décadas.

Sydney Newman junto con C.E. Webber y Donald Wilson crearon el concepto de un personaje, capaz de viajar en el tiempo e interactuar con seres de todas las razas, credos y naturalezas. En su origen, la serie estaba pensada para un público infantil/ juvenil, pero, con el paso de los años, temas mucho más complejos y filosóficos fueron llenando las aventuras del doctor sin nombre, el doctor Who.

Tras siete doctores con distinto aspecto, pero sin perder la esencia original, -y un sin fin de aventuras-, la serie entró en una década de ausencia, interrumpida en 1996 por un especial que sirvió para presentar al octavo rostro que dio la réplica al personaje. Después, hubo que esperar hasta el año 2005, momento en el que la BBC decidió volver a apostar por el veterano personaje, una decisión que no ha dejado de acarrearle buenos resultados.

Así, tras la primera temporada, protagonizada por el actor Christopher Eccleston, llena de una sorpresa tras otra -y en la que aparecieron personajes tan atractivos para el público como el capitán Jack Harkness (futuro líder de Torchwood); le tocó el turno al décimo doctor, interpretado por David Tennant.

Con Tennant, la serie dio un salto exponencial de calidad, colocándola entre las series más vistas no solamente en Gran Bretaña, sino en los mismísimos Estados Unidos de América. Con Tennant llegaron momentos memorables, siempre a la sombra de los destructivos Dalek o los implacables Cybermen.

Una vez que Tennant decidió colgar el atuendo de doctor, le llegó la oportunidad a Matt Smith, el décimo primer doctor y las cosas, lejos de empeorar, tal y como muchos vaticinaron, han ido a mejor en estos últimos tiempos.

Fruto de ello, es el décimo capítulo de la primera temporada protagonizada por Smith, titulado, Vincent and the doctor.

La trama arranca cuando el doctor lleva a Amy, su compañera de viaje, hasta el Musée d´Órsay para ver una exposición dedicada al pintor post-expresionista holandés Vincent van Gogh. Una vez allí, el doctor descubre, mientras mira una de las últimas obras pintadas por el autor, la Iglesia de Auvers, algo que no le encaja reflejado en una de las ventanas. Ante el asombro de Amy, el doctor se dirige hacia su máquina del tiempo, en busca de van Gogh. Cuando llegan, lo primero que podemos ver es la terraza del café en la place du Forum de Arlés, otro de los óleos más famosos del pintor holandés. Tras entablar conversación, el doctor y Amy lograrán quedarse en casa del pintor, no sin antes descubrir los efectos que deja tras de si una criatura llamada Krafayis, la cual sólo van Gogh puede ver.

En casa del pintor, también podremos disfrutar con la habitación que tantas veces inmortalizó en un lienzo, su dormitorio en Arlés, y con los problemas mentales que le persiguieron durante su vida y acabaron por ganarle la partida, a la edad de 37 años. No obstante, y ante los requerimientos de Amy, van Gogh sobrellevará sus problemas y pintará la iglesia que provocó que el doctor y su compañera se desplazaran hasta aquella localidad francesa, a finales del siglo XIX.

Una vez que, entre todos, logran derrotar al Krafayis -una pobre criatura, mucho más asustada que cualquiera de los humanos con los que se cruzó en su camino- los tres protagonistas serán testigos de la recreación, en movimiento, de uno de los lienzos más increíbles y maravillosos creados por el genio del ser humano; es decir, la Noche estrellada, pintada por Vincent van Gogh en 1889, trece meses antes de su muerte.

A la hora de despedirse, el doctor decide que el mejor regalo que le puede hacer a van Gogh es llevarlo al futuro y darle la oportunidad de escuchar, en boca del conservador a cargo de la exposición del artista, lo que en el futuro se dirá de él. Hay que tener en cuenta que, en vida, van Gogh solamente llegó a vender un cuadro y que, un siglo después, el retrato del doctor Gachet, pintado por van Gogh en 1890, se vendió, en el año 1990, por 82,5 millones de dólares.

Para el artista, profundamente frustrado por el constante rechazo de sus contemporáneos hacia su obra, la palabras del responsable del museo, Mr. Black, suena a música celestial y acaban por darle algo de sentido a su atormentada vida. Según Black, al igual que me ocurre a mí, Vincent van Gogh es uno de los más grandes artistas de la historia de la humanidad y su dominio del color, su manera de plasmar la luz y la textura de la que fue capaz de dotar a sus pinturas no han sido superadas por ningún artista posterior.

Sin Vincent van Gogh nunca hubiéramos sido capaces de ver la luz que desprenden las estrellas, pintadas sobre un lienzo, ni sentir el calor del sol que desprenden su paisajes. “Van Gogh transformó el dolor de su atormentada vida y lo transformó en maravillosos instantes de belleza congelada. Fue capaz de canalizar toda su pasión en la pintura, de una forma que nadie había logrado y que puede que nadie logre hacer otra vez”, le dirá Black al doctor, con van Gogh de testigo.

Con van Gogh, la luz se adueñó de la salas de los museos, las paredes de las pinacotecas privadas y los salones de los palacios donde ahora reposan sus cuadros, iluminándolos de una forma que hoy resulta imposible imaginarla de otra forma.

El capítulo, como no podía ser de otra manera, se despide con otro de los cuadros más famosos del pintor, en esta ocasión, uno de sus Girasoles -doce, en este caso-, dedicado a la pelirroja de Amy Pond

Vincent y el doctor, sin duda alguna, es uno de los mejores capítulos de la etapa actual de la serie del doctor Who, porque lo puede ver cualquier persona, sin necesidad de tener ningún bagaje anterior y porque demuestra la validez del género fantástico para contar historias llenas de pasión, belleza y atractivo. Todo en él está colocado en su sitio, sin que nada sobre, incluso los pequeños chistes privados que aparecen, de vez en cuando, a lo largo del metraje.

Matt Smith, Karen Gillan, Tony Curran y Billy Nighy conforman un reparto sobresaliente, gracias al cual nos trasladamos hasta la localidad de Arlés, en los meses finales de la vida del artista holandés, como pasajeros de la nave Tardis y dispuestos a descubrir qué se esconde en la pintura que tanto sobresaltó al doctor.

Eduardo Serradilla Sanchis

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