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Nos abochornan

Cristóbal D. Peñate

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Como si fuera poco que dos miembros de la familia real defrauden al fisco, el ministerio público y la abogada del Estado defienden a la infanta en el juicio con el ridículo argumento de que ya Hacienda no somos todos, por lo que el presunto delito de la hermana del rey no tiene que ser perseguido por la Justicia. El sonrojo vergonzante de un fiscal que no acusa, como es su obligación, sino que defiende a una acusada, y una abogada del Estado que lo confunde con una comunidad de vecinos es de nota. Concretamente de suspenso bajo.

El bochorno de estos altos representantes del Estado es parecido al que tuvo que soportar la funcionaria de La Oliva a la que Domingo González Arroyo obligó a hacer de secretaria en el último pleno que presidió como alcalde tras su inhabilitación.

Algo tiene que tener la política, además de la erótica del poder, para que un alcalde septuagenario se aferre al ayuntamiento, se recluya y se niegue a salir de él después de una sentencia condenatoria. Es inaudito que un primer edil se lleve a su casa las llaves del consistorio como si fuera de su propiedad. A pesar de lo insólito, hace unos días ocurrió con el veterano y controvertido Domingo González Arroyo, el marqués de las dunas de Corralejo, ese hombre a que nunca le ha faltado el dinero, pero sí el cariño. Seguramente por ese motivo se atrincheró en su ayuntamiento, por falta de cariño, el que no le daban sus convecinos para respaldar su última machada.

Porque Domingo siempre fue un machote desde su más tierna juventud. Ya talludito hizo polémicas y continuas declaraciones sobre su virilidad y las mujeres, a las que trataba al trancazo como un vulgar machista.

Refiriéndose a su rival socialista Olivia Estévez, dijo que no había nacido macho que lo tumbara de la alcaldía y que esa hazaña solo la podría hacer una hembra virgen y sin desfondar. En aquellos años 90 la entonces diputada de IU Cristina Almeida pidió a Adolfo Suárez que destituyera al marqués del CDS en el que militaba entonces. Arroyo respondió con chulería que si todas las mujeres fueran como Almeida él seguiría virgen y célibe. Otra vez criticó públicamente a la ex alcaldesa Claudina Morales por llevar minifalda y pantalones ajustados.

Desde pequeño se ganó el apelativo del marqués porque era el único niño del pueblo que siempre tenía dinero en sus bolsillos hasta cuando jugaba a la pelota. Aquel niño rico con pinta aristocrática que se llevaba el balón cuando acababa el partido se convirtió con el tiempo en el alcalde que se llevaba las llaves del ayuntamiento cuando terminaba el pleno. Hay gente incorregible que no cambia pase lo que pase.

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