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El aislamiento político de Tenerife y sus responsables

Juan Manuel Bethencourt

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Los sucesos políticos recientes, en Canarias y en España, han producido estupor en la isla de Tenerife, que disfrutó de una posición preponderante en el tablero político autonómico, siempre en competencia velada con Gran Canaria en los planos institucional, económico e incluso mediático. Para explicar esta situación de aislamiento, que afecta por encima de todo a Coalición Canaria como organización mayoritaria en Tenerife durante décadas, hay que mirar sobre todo hacia dentro, más que buscar responsables en otras latitudes cercanas. El insularismo que quiso cohesionar Canarias bajo la fe nacionalista se perdió en los personalismos cruentos y derivó a una visión cortoplacista que no hizo sino coleccionar enemigos, incluso a título gratuito o, como se dice en Canarias, sin necesidad ninguna. Estas son algunas de las claves que explican su debilidad.

La pérdida de la centralidad. Es una de las palabras fetiche de la política canaria. Fuera de las Islas, probablemente también, y más en tiempos como los actuales, asociados a las mayorías inestables y las coaliciones como receta para articular mayorías, sean estas transversales o uniformes. Los éxitos electorales de Coalición Canaria y la primacía de la organización tinerfeña en el seno de la organización nacionalista, sobre todo tras la absurda ruptura con Román Rodríguez en 2003 (el mayor error, de largo, del nacionalismo canario en toda su historia reciente) garantizó a la isla de Tenerife 16 años consecutivos con uno de sus representantes al frente del Gobierno de Canarias: cuatro años de Adán Martín, ocho con Paulino Rivero y otros cuatro de Fernando Clavijo. La legislatura de Román Rodríguez queda así como un interregno exótico que siguió a los seis años del primer presidente nacionalista, Manuel Hermoso. Este ecosistema fue puesto en riesgo por Fernando Clavijo con su apuesta por el PP como aliado preferente tras la expulsión del PSOE del Gobierno de Canarias en diciembre de 2016. Y de aquel error estratégico y los que siguieron, en una carrera de tensión creciente y absurda con el PSOE de Pedro Sánchez, estas consecuencias. En descargo de esta estrategia, pocos podían pensar que Sánchez se convertiría en presidente del Gobierno central en tiempo récord. Pero como dejó escrito Keynes, cuando se espera lo inevitable (la consolidación de Rajoy en la Moncloa) sucede lo imprevisto (la condena al PP por sus escándalos y la moción de censura). La organización de CC en Tenerife aún no ha asimilado ese suceso, como acaba de demostrar el voto indisciplinado de Ana Oramas en la sesión que ha renovado a Sánchez al frente del Ejecutivo.

El nacionalismo desunido. Dadas las coordenadas del ecosistema político canario, un líder nacionalista en las Islas solo tiene una misión para asegurarse la presencia en el poder: unir al propio nacionalismo, a sus corrientes insulares y espectros ideológicos diversos. Hermoso, el hacedor de la criatura, lo tuvo claro y se garantizó seis años de plácida presidencia. Martín rompió con Román y el experimento le costó su adiós a la política activa. Rivero optó por la tregua, condición previa al reencuentro, y se mantuvo dos legislaturas en plena crisis económica y política. Lo primero que debía hacer Clavijo tras romper con el PSOE era ponerse a la tarea de la reunificación, frente a todas las dificultades, frente a todos los recelos, y hacerlo con una perspectiva generosa, que ofreciera un contexto más amable a una organización, Nueva Canarias, liderada por gente muy correosa, con claras dificultades para hacer crecer su marca pero con enorme habilidad en la guerra de trincheras. Paradoja: con el nacionalismo unido Tenerife ganaba siempre, porque tenía la Presidencia a tiempo compartido, pero con una extensa cuota de poder prácticamente garantizada. La nueva ola tinerfeña de CC creyó sin embargo que era posible la reunificación previo aplastamiento. Un grave error que deja ahora a la isla en posición de debilidad y a la organización nacionalista totalmente desubicada.

La venganza de los medianeros. Es la frase que puede explicar todo lo ocurrido en las semanas posteriores a las elecciones autonómicas de mayo pasado. Román Rodríguez y Ángel Víctor Torres tenían fuertes incentivos para ponerse de acuerdo y articular una mayoría progresista en Canarias para la que solo necesitaban convencer a Casimiro Curbelo, porque para Podemos la idea de echar del poder a CC ya era premio suficiente. Las contradicciones del pacto de centro-derecha (las limitaciones de Clavijo por su situación judicial, la extraña vetocracia practicada por Ciudadanos y las dudas de un Asier Antona ninguneado por su propio partido) convirtieron al Pacto de las Flores en un resultado prácticamente inevitable, desde el mismo momento en el que la gran coalición entre PSOE y CC, con o sin la presencia de NC como tercer socio, devino en prácticamente imposible por una ruptura del diálogo escenificada por Fernando Clavijo con llamadas telefónicas infructuosas a la Moncloa. Y Pedro Sánchez parece uno de esos políticos que ni perdona ni olvida. Rotos los puentes con el señor de la finca, Coalición Canaria ha sucumbido ante la revuelta de los medianeros, que además cada día están más fuertes y han colocado a una de las suyas en la mesa del Consejo de Ministros. La lógica criollista de CC se ve ahora gravemente dañada, y es en la isla de Tenerife, que nunca tuvo un ministro en la actual etapa democrática (Gran Canaria, con Carolina Darias, ya suma cinco), donde más se notan sus efectos. Las cúpulas empresariales han tomado nota de ello, y a la hora de formular sus reproches no miran a la isla vecina, sino que bucean en los errores cometidos en casa.

El regreso al pasado no es una opción. ATI, esas siglas añoradas o satanizadas en función de la procedencia del emisor, nació y prosperó en un contexto político excepcional: con un PSOE hegemónico en Canarias y España y sin derecha a la que acudir como refugio y herramienta para el contraataque, porque la UCD había desaparecido y Alianza Popular era solamente un círculo de notables con aroma posfranquista. Manuel Hermoso aprovechó esa ventana de oportunidad para construir un proyecto que, desde su espectacular éxito electoral en 1987, labrado en el rechazo visceral a un PSOE gobernado por Jerónimo Saavedra desde Gran Canaria, creció hasta convertirse en mayoritario por la adhesión de movimientos y liderazgos insularistas de diverso origen. En los últimos días son numerosas las voces que, desde la isla de Tenerife, recurren a la nostalgia de los años dorados de ATI como refugio y fetiche ante los malos tiempos que atraviesa el nacionalinsularismo tinerfeño. El problema de esta visión es la misma que afecta a los nostálgicos de los puertos francos, y me explico: en los años setenta del siglo pasado Canarias era competitiva en materia fiscal porque era una economía abierta en una España cerrada; ahora precisa de otras herramientas porque la economía española ya se ha puesto al día en materia de apertura comercial. Del mismo modo, en el plano político el retorno al pasado, la refundación de ATI, es inviable cuando uno de sus rasgos genéticos primigenios, el antisocialismo, ya lo ejercen con intensidad otras marcas políticas con mayor pegada, como el PP y ahora también Vox. Por eso los lamentos de Ana Oramas en la investidura de Sánchez tienen, en realidad, poco recorrido político. Porque para atacar a la coalición de izquierdas aliada con “separatistas y etarras” ya están otros que lo hacen mejor y sobre todo con más decibelios. Si la cúpula tinerfeña de CC apuesta por recuperar la esencia de ATI debe saber, o quizá incluso considerar, que el papel que les espera es la condición de socio minoritario de una Canarias Suma dominada por el PP. O sea, su final como organización autónoma y como alternativa nacionalista real.

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