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174 Aniversario del nacimiento de Galdós

Teo Mesa

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En este aniversario –día 10 de mayo– de la gozosa natalidad del genio de la literatura de habla castellana del siglo XIX, como un año más, dedico un artículo en este feliz evento del escritor canario. En esta ocasión lo haré en glosar al entusiasmado viajero que fue D. Benito Pérez Galdós. Viajes que efectuó en diversas ocasiones, que le sirvieron para formación cultural; bien para conocer nuevas gentes, tierras y ciudades con el objetivo de ilustrarse con determinadas clases sociales, como fuentes documentales para sus novelas costumbristas; o bien, para saciar el apetito en su vorágine de saber a través del viaje como método de conocimientos directos in situ.

El primer viaje que hizo el joven Benito fue a Tenerife en 1862, para examinarse de bachiller y obtener el título en las enseñanzas medias. Esta era una obligación que debía formalizar debido a que su preparación la hizo en el colegio San Agustín, de la orden agustina. Este centro de élite social en la ciudad laspalmense era privado. Acabó los exámenes el día 5 de septiembre, regresando a Las Palmas para preparar el viaje y despedirse de su familia. El día 9 del mismo mes, zarpó para Cádiz en el buque de vapor Almogávar, y de la ciudad gaditana se trasladaría a la capital del Reino, para comenzar la carrera de Derecho (que nunca le satisfizo ni acabó).

Desde Cádiz embarcó en tren hasta Sevilla. Y desde la capital hispalense, lo hizo en largo y duro itinerario hasta Madrid. El joven y futuro escritor de fama universal, había descubierto a sus diecinueve años, la travesía del océano y los viajes por las vías férreas en los rudos e incómodos trenes de entonces. Y vivió también el sufrimiento de padecer los graves mareos en los pequeños buques, al ser muy sensible su organismo a los movimientos de los barcos sobre las aguas marinas. Razón por las que no viajó en más ocasiones a su tierra natal (adujo su hija María). Desde su partida a Madrid, regresó tan solo en tres viajes: dos en vacaciones estudiantiles; y la última, en 1894, ya consagrado en la literatura castellana, en la novela naturalista.

En el año 1867 hace su primer viaje a París, para ver la primera Exposición Universal. Fue invitado por su familia (hermana Carmen, su esposo y el hijo de éstos), quienes habían programado ese viaje. En la ciudad parisina, el ávido mozo descubrió una progresada ciudad. En ella supo palpar las nuevas sensaciones urbanas y culturales y las vivas emociones que ésta le insufló. Compró –y leyó– todas las novelas de su maestro Balzac. Y de allí surgió el candente estímulo para comenzar su primera y exitosa novela La Fontana de Oro. Viajó de nuevo a París al siguiente año, y regresó por el sur del país galo, visitando Marsella y Perpiñán. Atravesó los Pirineos para llegar a Gerona, y de esa plaza se trasladó a Barcelona, en la cual vivió con asombro y entusiasmo los sucesos de Septiembre. Hechos que le fueron esenciales para tratarlos en sus novelas históricas.

En 1886 hizo un largo viaje a París, el Rhin y otras zonas de Alemania. Y lo hace asimismo, por Inglaterra –en varias ocasiones– y Escocia; país aquél al que tanto afecto le tenía por haber sido educado en sus años de infancia bajo los cánones ingleses, de los muchos anglosajones que en ese tiempo vivieron y comerciaron en Gran Canaria, dejando una honda huella social e industrial en la isla. El idioma de Shakespeare lo habló D. Benito a la perfección, que tal dominio tenía que fue el primer traductor de su admirado literato Dickens, traduciendo al castellano la obra Los papeles del Club Pickwick.

En 1888, de nuevo viaja a la ciudad Condal para visitar la Exposición Universal. Y en ese mismo periodo visita varias ciudades de Italia: Florencia, Roma, Venecia, Padua, Bolonia, etc. Allí recibió la bendición apostólica e indulgencias plenarias en caso de fallecimiento de él y de su familia, del Papa León XIII (absolución religiosa, en paradoja sobre quien fuera muy poco beato y anticlerical Galdós).

Los viajes continuados del escritor y viajero pertinaz, los hizo mayormente por toda la piel de toro, por todas las latitudes y puntos cardinales del suelo patrio. Su propósito era conocer y convivir con la sabiduría de las gentes populares, los pueblos, las ciudades, sus tradiciones y costumbres. Descubrir su habla vulgar y tan peculiar, y las maneras de vivir de la España profunda, desconocida y sometida a la mayor ignorancia y oscurantismo. Solía salir de Santander acompañado de su criado, viajando ex profeso en los vagones de tercera, con la intención de ver el comportamiento y escuchar el habla de las gentes más incultas. Argumentaba Galdós: “No se pueden ustedes imaginar qué escenas más pintorescas presencié y qué lenguajes más bonitos oí, en los vagones de tercera y en los mesones en que me hospedaba”. Quiso conocer y adentrarse en su mundo tan distinto y en la idiosincrasia de esa parte hispana olvidada a su suerte. Se hospedaba en mesones y paradores.

No renunció jamás a sus lucrativos y documentados viajes durante toda su existencia. Aún en la senectud y con los achaques propios de la edad, su enfermedad de la uremia, y la ceguera, que en el escritor era creciente hasta quedar en la invidencia absoluta, no dejó de viajar y presenciar los estrenos de sus obras en los teatros, en cualquiera de los rincones de España, especialmente con su actriz preferida, Margarita Xirgu y los arreglos para el teatro de los hermanos Álvarez Quintero. Solo le quedó por viajar y visitar América, y en concreto América latina, donde tuvo tantos lectores y admiradores.

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