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Espacio de opinión de Canarias Ahora

540 años de la fundación de Las Palmas de Gran Canaria

Castillo de La Luz

Teo Mesa

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En estos días se cumple un nuevo aniversario de la primitiva ciudad de El Real de Las Palmas, fundada por Juan Rejón en el margen izquierdo de la desembocadura del Guiniguada, en el sanjuanero día 24 de junio de 1478. Ese el lugar donde instaló su campamento militar para el asedio y la conquista de la isla de Gran Canaria, enviado a tal empresa anexionista por la reina Isabel la Católica, gesta que estaba bajo sus auspicios y costes de la expedición militar conquistadora. En esta redacción dedicada, como en cada acontecer conmemorativo anual de la primera ciudad archipiélgica, lo haré recordando las trágicas invasiones y de mayores consecuencias, sufridas en la primigenia ciudad de Las Palmas por los corsarios europeos, en busca de riquezas, conquistas de tierras y de asaltos a los navíos que regresaran del Nuevo Mundo, cargados de oros y otras materias de valor comercial.

Los piratas de la mar, con sus flamantes y más modernos veleros, estaban pertrechados en sus naves con abundante artillería y armas para la confrontación militar de sus milicias, con poderosos y novedosos equipos bélicos. Llegaban con los adelantos de la era Moderna, en la que vivían en la vetusta Europa de entonces, con significativos avances técnicos y culturales –pero, sin embargo, aún sanguinaria e imperialista–. Las escuadras, que en sus derroteros hacia América debían navegar por Canarias (por sus favorables vientos para la travesía meridional, como anteriormente la realizara el nauta Colón en sus singladuras hacia las Indias), y los piratas usaban también esa navegación norte-sur, para sus asaltos vandálicos.

Los piratas que se referencian, hicieron estragos en su navegación y fondeo en las costas grancanarias. Los siguientes filibusteros que se describen por sus navegaciones por Las Palmas y sus deplorables historias (precisamente, sufragados en los gastos expedicionarios por sus respectivos países: Inglaterra y Holanda) fueron los más afamados por sus violentos desembarcos, con muertes, incendios, pillajes, saqueos, destrucción y arraso de cualquier material apreciable; y allanamiento de todo lo que a su paso encontraran.

Drake y Hawkins en el Real de Las Palmas

El rencor que la reina Isabel de Inglaterra le tuvo a su colega, el monarca español Felipe II, hizo que la regenta británica encomendara a los infortunados, por sus hazañas bélicas navales anteriores, Francis Drake y John Hawkins, financiándoles los costes de una nueva armada para combatir y arrebatarles los nuevos territorios en el Caribe a la Corona de Castilla, y hacerse con la ruta comercial Europa y América, conquistados por los españoles en ultramar, en el Nuevo Mundo. Y abordar a la navegación española que transportaba riquezas minerales del nuevo continente. La flota tenía el cuantioso número de 27 barcos, con sus esplendorosos y modernos velámenes, en los que transportaban 2.800 milicianos piratas y tripulantes de los buques. El exceso de 300 hombres, que navegaban a las órdenes de Drake, hizo que pusieran rumbo hasta las radas de la capital de la isla de Gran Canaria, como la tierra más próxima, para abastecerse de víveres y aguadas.

Las naves fueron oteadas desde las garitas de los vigías permanentes de las Isletas de Gran Canaria en el amanecer del día 6 de octubre de 1595. El avistamiento de aquella gran escuadra fue una sorpresa para los mandatarios de la ciudad laspalmense, porque no hubo información previa por parte de los regentes estatales de la península al gobernador de la isla, de la potente flota que navegaba en singladura sureña del océano Atlántico y de sus posibles amenazas para las islas y los buques españoles que regresaban de América con importantes mercancías en sus bodegas. Alonso Alvarado y Pamochamoso ordenaron la estrategia militar para la defensa de la ciudad. Debían contrarrestar el desembarco de los aguerridos filibusteros con los cañones existentes en la fortaleza de La Luz y con las tropas de infantes que se apostaron en las playas y en las murallas que protegían la urbe capitalina, que ya contaba con 117 años desde su nacimiento como ciudad atlántica. Francis Drake decidió el asalto a la ciudad por la caleta de Santa Catalina. Fueron alcanzados los piratas en este primer intento de abordaje, por los cañones y los arcabuceros, mandados por el capitán Baltasar de Armas. En la incursión fueron heridos y muertos gran cantidad de ingleses. La ciudad y la isla, que fue defendida con todas las fuerzas militares, impidió que penetraran los bandoleros británicos. Hawkins (era primo de Drake) ante tal resistencia, decidió poner rumbo con sus naves, en la noche del día 7 hacia el sur de la isla, abandonando la ciudad definitivamente, por su ineficacia invasora.

Al alba del día siguiente, Drake fondeó las naves suyas frente a las costas de Arguineguín, acampando en una de sus playas. Seis soldados canarios le seguían al acecho de las naves en sus últimas intenciones, por orden del gobernador Alonso Alvarado. Una barca del bordo de una de las naves, cargada de ingleses, varó en una playa, donde fueron emboscados por los aludidos soldados vigilantes, pastores y campesinos sureños, quienes dieron muerte a varios británicos e hicieron prisioneros a otros de los asaltantes. Fue por estos últimos prisioneros, que supieron la procedencia y quiénes comandaban las naves corsarias inglesas; y cuáles eran sus bandoleros propósitos para con la isla y de los asaltos a los navegantes españoles.

La flota inglesa continuó en sus derroteros hacia La Gomera, donde también tomaron aguadas y víveres para sus tripulantes y soldadesca pirata. Este viaje fue el último para los dos sanguinarios y usurpadores a la navegación marina y a las ciudades costeras por donde tenían sus derroteros. El día 22 de noviembre del mismo año, murió John Hawkins en San Juan de Puerto Rico, afectado por las fiebres; y Sir Francis Drake continuó con sus hazañas aventureras en varias riberas del Nuevo Mundo, quien tuvo su óbito por disentería, frente a Portobello en Brasil, dos meses después.

Van Der Does

Este navegante holandés (de estirpe noble), llegó a las costas de El Real de Las Palmas el 26 de junio de 1599. Su marina estaba constituida por 74 naves, 8.000 infantes, 4.000 tripulantes y una poderosa artillería de artefactos bélicos, dispuestos para los enfrentamientos en sus hazañas bucaneras. Era, sin duda, la flota más potente que había recalado por aguas del Archipiélago. La aún pequeña ciudad, tenía censado 5.000 habitantes, con sus frágiles murallas protectoras y una pobre defensa militar en armas e infantería.

Llegado el amanecer del día de la misma fecha indicada, los vigías de La Isleta avisan al castillo de La Luz para que dispararan sus cañones de advertencia a los invasores holandeses; y prevenir a la población insular, para la seguridad de la ciudad y la isla. El gobernador de la isla Alonso Alvarado dio las órdenes militares para impedir el desembarco de los holandeses (con la misma estrategia que pusieron en acción con el anterior ataque de Drake). Tanto los militares de mando, los soldados, la población hombruna y la curia, intentaron defender la urbe del asalto pirata con toda su entrega. Se sumaron también a la defensa de la ciudad y de la isla, las compañías de la Vega, Teror, Arucas, Telde y Agüimes. Las milicias de la ciudad estaban al mando del teniente Pamochamoso, habiendo distribuido este las defensas y los arcabuceros por todo el refugio de La Isleta, y dispuso estratégicamente, la colocación de nueve armas de artillería en la zona más vulnerable de la ribera: la caleta de Santa Ana.

Las naves invasoras preparan el ataque dirigiendo sus timones hacia la costa isleña. Lo hacen con dos franjas de buques. La fortaleza de La Luz dispara los cañonazos cuando estaban en su radio de acción, fraguándose una batalla de dos horas de duración, entre las naves agresoras y el castillo, en defensa de su tierra isleña y de sus gentes. La primera batalla fue más fructífera para los hombres de la fortaleza (que sólo perdieron dos soldados) habiendo sido uno de los navíos holandeses incendiado; y en otro, hubo desperfectos, perdiendo en la refriega a muchos corsarios. Sin embargo, la estrategia militar del alcaide de La Luz, Antonio Joven, fue extrañamente nefasta, dejando de disparar sus cañones. Ese fue el momento que aprovecharon los asaltantes a las órdenes de Van Der Does, con ciento cincuenta barcas para el desembarco; aunque, en principio, hubieron de retirarse por un último disparo desde la fortaleza de La Luz y que al unísono, dispararon desde las fuerzas apostadas en la playa, hundiendo dos botes cargados de piratas holandeses.

La escuadra insistió en un nuevo desembarco por la ribera de Santa Catalina, donde asimismo, fueron repelidos en varios de los intentos por las tropas defensoras, quienes defendían la ciudad en los arenales de la playa. En una de esas tentativas de invasión, Van Der Does fue herido por los ataques de la defensa isleña por el arma del capitán Cipriano de Torres, cayendo al agua desde su barca. Este militar Torres, fue tiroteado por los piratas invasores hasta darle muerte.

Las pugnas bélicas hirieron a varios de los mandos que estaban en resguardo de la ciudad, lo que hizo que se fueran retirando hacia en el interior de la ciudad de Las Palmas, bajo la protección de las murallas, haciéndolo de forma pautada, desde las trincheras defensoras del litoral. Ante tal infortunio de derrota, los ancianos, mujeres y niños, fueron evadiendo la ciudad, tomado el camino de los altos de la isla.

Van Der Does pudo, con su grande fuerza militar, que gran parte de su tropa desembarca en la isla. Lo hizo en la nocturnidad, con cinco escuadrones compuesto por 6.000 filibusteros bien pertrechados en armas y deseos de feroces hazañas, haciendo que la ciudad se rindiera ante tal magnitud bélica. No, sin antes, el alcaide de la pequeña fortaleza de Santa Ana, Alonso Venegas, disparara sus cañones contra la avanzadilla militar invasora, causándole gran mortandad, lo que hizo replegar al resto del ejército pirata. Pamochamoso, en pertinaz y última lucha por la defensa de Las Palmas, apostó sus milicias en los rededores de las frágiles y franqueables murallas que rodeaban a la pequeña villa. Pese a la salvaguardia, Van Der Does la atacó por dos zonas del muro con 2.500 salteadores. Antes de que entraran victoriosos a la centenaria ciudad, fraguaron una batalla de tres días, por la resistencia de los defensores canarios, muy desequilibrados en armamentos y distantes en número de soldados, con los que poseía la gigantesca tropa holandesa equipada con moderno material bélico y preparación militar de asaltos.

Allanada la ciudad y moradores, comenzó en aquella misma tarde el desvalijamiento de los bienes de la urbe, tanto los oficiales, los religiosos y los civiles. Sin embargo, todos los importantes documentos y bienes habían sido llevados a las afuera de la ciudad: los archivos de la Inquisición y de la Audiencia. Robaron los asaltantes las campanas y el reloj de la catedral (ambas de estilo flamenco); y otras campanas de las ermitas y conventos católicos; doscientas pipas de vino, veinte arrobas de azúcar y los cañones del castillo La Luz y de Santa Ana. El almirante ordenó, al día siguiente a sus secuaces bandoleros, que fueran embarcados los pillajes en sus veleros.

Para retomar la ciudad, los canarios huidos negociaron con Van Der Does. Este navegante corsario determinó las siguientes e imposibles condiciones del rescate: 400.000 ducados de oro; 10.000 ducados de tributo anual, mientras fuesen dueños de la isla o de todas las islas; y la libertad de todos los ingleses y holandeses, presos en la ciudad. Esta fue la estrategia que planearon los canarios, para dar tiempo a informar a las demás islas de que podían ser atacadas. Los mediadores del imposible pacto, fueron el canónigo y poeta Bartolomé Cairasco de Figueroa (a quien usurpó su casa por esos días, el almirante bucanero) y Antonio Lorenzo. El navegante holandés esperó en vano la respuesta de los negociadores grancanarios, quienes solo le contestaron: “Que hiciese lo que hiciese, que la gente de la isla se defendería”.

El día 3 de julio, las tropas invasoras holandesas emprendieron el camino de la Vega, hacia el interior de la isla, con la idea de apoderarse de más objetos de valía que escondieran los canarios de la ciudad. Los defensores canarios, con 300 milicianos armados, les acechaban en el Monte Lentiscal. Allí mismo fueron emboscados por los soldados del capitán Pedro de Torre y del teniente Pamochamoso. Cayeron sin vida en la refriega 150 guerreros holandeses, acabando con sus vidas las metrallas de los arcabuces, la fuerte canícula que hacía ese día y la sed que pasaron. En ese cruce figura hoy día, una placa que recuerda la hazaña triunfal de los canarios contra las tropas de Van Der Does.

La imposible y fracasada conquista de la ciudad y de la isla por los bárbaros holandeses, tuvo su cruel respuesta en el gran incendio de la ciudad laspalmense antes de partir con sus naves. Prendieron fuego a los conventos de San Francisco, Santo Domingo y San Bernardo; palacio episcopal, iglesias, ermitas, casa de la Audiencia, Cabildo, y casa de la Inquisición; casas particulares, el hogar del canónigo Cairasco de Figueroa, etc. Los canarios regresaron a la ciudad y pudieron sofocar varios de los incendios, excepto el templo de San Francisco y los conventos de Santo Domingo y San Bernardo, el palacio episcopal y otras casas particulares.

Hasta el día 8 de julio (cinco días más del abandono y quema de la ciudad) la flota holandesa permaneció fondeada en la rada del refugio marino de las Isletas. Pedían, bajo amenazas, fueran liberados los guerreros piratas prisioneros, ingleses y holandeses, a lo que se negaron los mandos defensores de la ciudad de El Real de Las Palmas.

Van Der Does decidió zarpar de aguas canarias, pero antes, quemó dos de sus navíos que habían sido dañados en los primeros combates para lo toma de la ciudad. Navegó la escuadra hacia Maspalomas para hacer aguadas y enterrar a sus 1.440 muertos. Del sur grancanario se dirigió a La Gomera, donde también hizo estragos con sus bandolerismos de saqueos e incendios en la ciudad.

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