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Los buenos gestos

Cristóbal D. Peñate

Las Palmas de Gran Canaria —

Pedro Sánchez no es Zapatero pero ha iniciado su Gobierno con política de gestos como él. Lo primero que hizo Zapatero en 2004 fue nombrar al primer gobierno paritario de la historia de España. El mismo número de ministros que de ministras. Sin embargo, sus ministros (y ministras) no tuvieron el arrojo de prometer el cargo con la fórmula de “Consejo de Ministros y Ministras”. Es más, algunos de sus ministros, como el inefable José Bono, no prometió: juró. Fue el único de los 16 ministros (y ministras) que juró el cargo; todos los demás prometieron.

Los ministros (y ministras) pueden jurar o prometer el cargo indistintamente, a su libre albedrío. Sin embargo, formalmente se asocia el juramento a los políticos conservadores y la promesa a los progresistas. De hecho, Bono siempre ha parecido un político de derechas en un partido de izquierdas, mientras que Ruiz Gallardón aparentaba ser un político de izquierdas en un partido de derechas. Nada que ver con la realidad. Las apariencias engañan, aunque a veces, como el polígrafo, dicen la verdad. En realidad los dos parecen de derechas.

Precisamente fue Bono el que, nada más tomar posesión de su cargo, ordenó a las tropas españolas regresar de Irak ante la algarabía de la izquierda y de parte de la derecha, aunque sobre todo de los familiares de los soldados que no sabían qué hacían allí ni por qué los había mandado Trillo (¡manda huevos! y ¡viva Honduras!), el ministro de Defensa de Aznar, el hombrecillo insufrible de aquel trío calavera de las Azores que abandonó a Rajoy después de designarlo a dedo. El traidor de su partido.

En realidad Bono no fue el que ordenó a los soldados españoles que volvieran de Irak. Fue Zapatero el que hizo que el ministro acatara ese precepto, dando cumplimiento a una de sus principales promesas en la campaña electoral, del mismo modo que Felipe González prometió crear 800.000 puestos de trabajo y sacar a España de la OTAN, aunque luego lo que hizo fue dejarla dentro.

Igual que Zapatero trajo a las tropas de Irak nada más tomar posesión, Pedro Sánchez ha ordenado acoger en España a los 629 inmigrantes a los que Italia y Malta no quieren ver ni en pintura. El ministro del Interior italiano, del partido ultra y xenófobo Liga Norte, se ha jactado de quitarse un muerto de encima de manera abyecta y ruin.

España, en cambio, no quiere quitarse de encima un muerto, sino dar vida a los 629 refugiados que huyen del hambre, la miseria, la guerra, las torturas, la esclavitud y las persecuciones en sus respectivos países. Entre ellos hay siete mujeres embarazadas, once niños pequeños y 123 menores no acompañados, además de quince quemados graves y personas aquejadas de hipotermia y ahogamiento.

El anterior gobierno de Rajoy se comprometió hace tres años a acoger a 17.387 refugiados de la cuota acordada con la UE, pero solo llegaron aquí poco más del 10%. Los países más autoritarios y xenófobos de Europa se han negado a albergar a los inmigrantes que buscar refugio. España hasta ahora, desgraciadamente, ha sido de los que menos han recibido.

El gesto de España ha sido aplaudido por todo el mundo, empezando por esa Italia, a pesar de su gobierno insolidario e insensible. No se trata de buenismo ni generosidad, como ha dicho la ministra española de Justicia. Se trata simplemente de humanidad, sensibilidad y sentido común.

Hace un par de años Sánchez dijo textualmente: “si yo gobierno, España será un país de acogida”. Aún no sabemos cómo va a gobernar España. Lo único que sabemos es que por ahora, como Zapatero, cumple con su palabra nada más tomar posesión. Algunos cascarrabias intolerantes apuntan que solo es una política de gestos, pero si todos los gestos de su gobierno son de ese calibre, dejando en evidencia a los malnacidos de Europa, bienvenidos sean.

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