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De Santa Cruz a Las Palmas, de la identidad a la ideología

Omar Batista

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En el capítulo que nos precede, hicimos lo que a un religioso votante socialista de Tenerife, o a un votante conservador de Gran Canaria más le podía molestar: recordar que hay idiosincrasias insulares históricas que vienen y van por un mismo camino, donde cada isla se ha movido históricamente entorno a los mismos ritmos políticos.

La escasa participación política de la sociedad canaria ha facilitado esta dinámica por la cual suelen ser normalmente los mismos enfrentamientos los que se suceden en cada isla, produciendo por tanto las mismas divisiones y por tanto los mismos clivajes.

No se sorprenderá nadie de que digamos que Tenerife suele generar referentes políticos del centro-derecha liberal, o que ha participado de una producción de identidades políticas más intensa que Gran Canaria, aunque haya sido a precio de un insularismo con muy tímida voluntad archipielágica.

Gran Canaria, por su parte - y en esto tendrá mucho que ver aquello de tener una ciudad como Las Palmas dentro de sí - ha tenido un comportamiento electoral más urbano-castellano que el de Tenerife, con posiciones políticas que suelen estar más diferenciadas entre sí. En Tenerife las propuestas no se llegan a diferenciar tanto, incluso, diría; a veces se confunden, hay una manía tremenda con evitar el conflicto en las relaciones humanas y políticas, lo cual acaba tendiendo a que existan mayorías de voto amplias de partidos muy moderados que no buscan un cambio profundo en las políticas públicas que se implementan.

Que haya habido cambios de gobierno en Las Palmas y no los haya habido en Santa Cruz en cuarenta años de Constitución del 78, nos sirve para explicar muchas de las dudas que nos vienen a la cabeza cuando pensamos por qué una ciudad es de una manera y la otra es de otra. Y es que más que quien gobierne, es importantísimo que exista una alternancia política que genere el contrapeso necesario del que debe gozar una democracia representativa. Tal es así, que la isla sita capital es Santa Cruz de Tenerife, ha producido históricamente partidos políticos propios con gran respaldo político; véase el Partido Republicano de Tenerife en los años 30, la Agrupación Tinerfeña de Independientes en 1983, o la propia Coalición Canaria a partir de 1995. Los tres con amplio poder, respaldo de las élites y sus medios, posición en el centro de los dos grandes partidos nacionales, y con horizonte común ejercer el control de las Islas Canarias desde Tenerife. Esa línea divisoria de plantear un supuesto tinerfeñismo como primer elemento divisor de preferencias políticas ha sido el mayor clivaje que ha movido el comportamiento electoral de esta isla hasta nuestros días.

Esta serie de alineamientos no son casuales. Tenerife, entre La Laguna y Santa Cruz, tuvo la mayor parte del control de las relaciones con Madrid hasta la proclamación de las normas que dividen la provincia en dos en 1927, y la previa generación de los siete cabildos en 1912, a iniciativa del majorero Velázquez Cabrera.

Ahora estamos hablando de las diferencias, quisiera hablar más delante de lo que nos une, sin tener miedo de reparar primero, en los siete próximos episodios en detallar las vicisitudes históricas y ritmos políticos de cada una de las islas de Canarias, empezando por la isla de El Hierro y su AHI.

Tanto por la configuración de nuestro sistema electoral, como por la especificidad de esas corporaciones municipal-autonómicas como son los Cabildos, merece la pena reparar en lo que nos ha diferenciado a cada una de nosotras hasta este momento, creo inédito, de ganas de unidad por un Archipiélago que sienta y viva al mismo ritmo, basando - como creo que practicamos muchos desde hace tiempo - la unidad entorno a buscar la manera de sentir juntas y tejer sinergias entre las diferentes, y no en enfrentar a este Archipiélago con ninguna otra comunidad, país, cultura, continente o territorio; porque ser canario significa sobretodo ser del mundo.

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