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El concepto

José Miguel González Hernández

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Sin aspavientos ni histerismo. No será ni la primera ni la última vez que esto suceda. De hecho, cada persona las sufre o experimenta varias veces en su vida. Es cierto que, con diferente intensidad, pero de alguna forma u otra, lo terminas por notar. No. No estamos hablando de nada raro. Estamos hablando de los ciclos en la economía. Eso que sentimos de forma periódica en forma de (in)seguridad en nuestro día a día.

De hecho, es una de las principales señas de identidad de cualquier sistema económico. Porque, incluso habiendo hecho todas las tareas para minimizar o maximizar su impacto, termina por afectarte. En definitiva, son oscilaciones de la actividad que se expanden o se contraen debido a que el crecimiento económico no es un proceso lineal en donde siempre se crece o se cae, sino que presenta alternativas. De hecho, el ciclo puede tener una evolución coyuntural o estructural, dependiendo de la fortaleza de los pilares sobre los que se asienta.

No piense que la periodicidad establece cadencia. Ni hablar. Muchas veces se agravan y se adelantan en el tiempo, más por acciones incorrectas que por inacción de los agentes económicos y sociales, teniendo un alto protagonismo los diferentes niveles de la administración pública. Por ejemplo, modificar su política fiscal no tiene los mismos efectos si lo haces en la parte alcista a que si lo haces en la bajista. O decisiones sobre determinados sectores productivos dependerán de la oportunidad del momento. Materialismo histórico, en palabras marxistas. Por ello, en política económica hay que hablar de acciones procíclicas o anticíclicas. De hecho, las procíclicas son aquellas que, en una época de bonanza, o bien mejoras o bien afianzas. Las anticíclicas evitan escenarios indeseables. Sería poco lógico hacer lo contrario, salvo que te estés suicidando (económicamente hablando, claro está).

Pero sigamos con los ciclos. Hemos quedado que no son rítmicos, ni siquiera duran lo mismo. De hecho, un horizonte temporal amplio está dotado de muchos microtiempos. O, en otras palabras, en una hora te puede pasar lo que acumulativamente te vaya pasando en cada uno de los sesenta minutos que la componen.

A partir de ahí, se pueden distinguir diferentes fases de los ciclos. Por un lado, la expansión a través de un crecimiento del Producto Interior Bruto con estabilidad de precios y tipos de interés. Por otro aparece la recesión, en donde los precios comienzan a caer en aras de atraer demanda no cautiva y el desempleo comienza a no descender (incluso a incrementarse). Técnicamente una recesión se da con dos trimestres consecutivos de caída del PIB. Luego aparece la crisis, en donde ya no solo crece el desempleo, sino que hay una destrucción de la estructura económica y, por ende, de la ocupación a lo largo de un periodo de tiempo más prolongado de forma más incisiva. Suelen indicar cambios de paradigma. Incluso hay quien le pone el calificativo de “oportunidad”. Por último, aparece la recuperación (de precios, ingresos, empleo…). En medio, podemos ver desaceleraciones del crecimiento, mejora del empeoramiento o cualquier otro vocablo que nos inventemos en lugar de llamar a las cosas por su nombre. Ahí la semántica es rica. Pero es solo eso: semántica, porque la realidad es la que es. Y será.

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