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El cuarto poder, en la picota

Carlos Castañosa

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Donde se ha instalado desde hace un tiempo… en entredicho, cuestionado y oscurecido por silencios cómplices.

Admiramos el Periodismo como una profesión sublime, excelsa, con un componente vocacional intenso que hace de su colectivo un conjunto de privilegiados; no con connotaciones materialistas, sino por la suerte de quienes logran un trabajo tan satisfactorio que hasta lo harían gratis –dicho sea al socaire, así es en algunos casos–. Auténticos héroes, corresponsales en escenarios bélicos o enviados especiales a zonas catastróficas de desastres naturales, con contrato laboral o freelancers. También otros batiéndose el cobre en mesas de redacción o despachos de dirección y gestión administrativa…

Todo en favor del derecho constitucional a la libertad de expresión, e información debida a la opinión pública, receptora de una comunicación mediática donde la veracidad debe imponerse a cualquier consideración; según reza, punto por punto, el significativo artículo 20 de nuestra Carta Magna, con los lógicos y racionales límites que protegen el honor y buen nombre de las personas ante posibles invasiones a su privacidad.

Hasta aquí, sobre el papel, todo bien, todo perfecto; diáfano y hasta bucólico. Pero la cruda realidad contradice cualquier ilusoria teoría por mor del factor humano, cuya vileza natural suele dar al traste con predicados sublimes y doctrinas articuladas desde la buena fe, pero de aplicación imposible ante la injerencia de intereses personales y mezquinas ambiciones que contaminan e inutilizan el espíritu del texto escrito.

No hay excepciones en ningún colectivo, grupo profesional o entidad social donde sus componentes se mueven entre principios éticos bien redactados y desvíos conductuales de las inevitables ovejas negras en cualquier equipo.

Nos centramos aquí solo en el ámbito de la información, a partir del estallido provocado por el espacio televisivo de Risto Mejide: TEM, en la Cuatro, que ha destapado un descomunal escándalo con el programa Las cloacas del periodismo, originado por el libro de David Jiménez El Director, en el que se denuncia la corrupción organizada y el denigrante chalaneo barriobajero de las transacciones económicas por compra-venta de líneas editoriales, noticias falsas o chantajes al más puro estilo mafioso, con matonismo incluido.

El escandalazo ha sido explosivo, con audiencias millonarias del repetido programa que ha insistido en la denuncia de la corrupción institucional y mediática, con reseñables nombres y apellidos en la palestra. Otros pendientes de contrastar, y los menos intentando zafarse de la que se les puede caer encima. Sin embargo, la repercusión en prensa, radio y televisión ha sido prácticamente nula. Semejante bombazo y todo el mundo callado… ni siquiera para informar, comentar o, dado el caso, desmentir. ¿Qué indica tal silencio?... Aplicando el sentido común, aparenta síntoma de culpabilidad colectiva… “mejor calladitos todos a ver si pasa la tormenta”.

Aunque es de temer que esto no va a escampar así como así. En especial porque es lógico pensar que no todos están pringados en esta trama oficial; que incluso la gran mayoría de periodistas jamás se han dejado comprar; que muchos políticos nunca han recurrido a sobornar a los medios para promocionar su persona a fin de intentar ganar unas elecciones; ni que los empresarios honrados hayan tragado con el chantaje organizado.

De modo que el descalabro moral denunciado con visos de veracidad, solo puede ser reparado desde dentro. Es decir, que los profesionales, políticos y empresarios que colectivamente están hoy en la picota, deben localizar, etiquetar y repudiar a los infractores habituales, expulsarlos por su mala praxis y extirpar esta lacra para sanear los principios éticos de su grupo respectivo.

Al parecer, todavía no está configurado el Colegio Profesional de Periodismo. Eventualmente existe la FAPE: Federación de Asociaciones de Periodistas de España, depositaria actual de los valores éticos de la profesión en un Código Deontológico que, en su articulado, Apdo. III, punto 7 figura:

El periodista no aceptará, ni directa ni indirectamente, retribuciones o gratificaciones de terceros, por promover, orientar, influir o haber publicado informaciones u opiniones de cualquier naturaleza.

No hace falta nada más que aplicar este artículo al pie de la letra, cuyo espíritu implica también directamente la erradicación de políticos o empresarios propensos a comprarlo todo.

Una vez más: “Solo la sociedad civil está capacitada para resolver sus propios problemas”. Lema de este foro que sigue siendo válido en este caso; pero con la especifidad de que aquí, la parte de sociedad civil que debe solucionarlo es la directamente implicada. Es decir, el gravísimo problema deontológico generalizado solo puede resolverse desde dentro, con firmeza y dignidad.

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