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A seis días vista

José Carlos Gil Marín / José Carlos Gil Marín

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Desde hace un buen tiempo se han revelado como insuficientes las megacategorías de izquierda y de derecha para expresar la realidad política de cualquier país, de cualquier Estado, de cualquier territorio político dotado de autogobierno. Izquierda y derecha fueron términos que encontraron su razón de ser en dónde se sentaron los girondinos y los jacobinos en la primera Asamblea Nacional de la Revolución Francesa, a la derecha y a la izquierda de la presidencia? Los girondinos querían el destierro del rey? Los jacobinos, la muerte? Al final triunfó Robespierre, y junto con Montesquieu, crearon las bases del estado liberal revolucionario y de la división de poderes.

En la actualidad, vemos que tanto la derecha como la izquierda recurren a las mismas promesas a las mismas estrategias para ganar adeptos en cada evento electoral. Y el resultado es también siempre el mismo: conservación del statu quo imperante. ¿De qué partido es el hasta el pasado fin de semana Director Gerente del Fondo Monetario Internacional, representativo de ese mercado que nos gobierna más allá de los parlamentos democráticos, Director Gerente actualmente suspendido por haber cometido un presunto delito de violación en los Estados Unidos, en New York, en la fecha precisada?¿No era y es un destacado miembro del Partido Socialista francés? ¡La “izquierda real” gobernando los mercados del capitalismo megaempresarial mundial!? Si Marx y Engels levantaran la cabeza?

La insuficiencia de ambas categorías viene dada también por el simple hecho de que para hablar de los actores del mundo político es necesario acompañarlas de otros adjetivos para introducir cierta diferencia. De ese modo tenemos una derecha dura, una derecha liberal, un centro derecha, una izquierda socialista, un centro izquierda, una socialdemocracia, una izquierda comunista, una ultra izquierda... No obstante, estas nuevas categorías y otras que se les puedan agregar, no nos dicen mucho sobre los fundamentos de las actitudes y prácticas inmediatas de cada grupo en particular. Ahí radica su insuficiencia. Son calificaciones generales, en donde cada grupo es definido, especialmente, de acuerdo con su ubicación frente al poder económico; y de acuerdo con las formas y contenidos recurrentes de sus discursos, sobre todo, consignas y eslóganes.

Lo estrafalario ha llegado ya, y lo hemos visto hasta el pasado fin de semana, llegando a encuestar hasta “opciones de pacto” más allá del democráticamente sagrado evento electoral, manifestación suprema de la soberanía popular, preparando en cocinas con más o menos especias lo que aún el pueblo soberano no ha manifestado.

Desde un punto de vista estructurado, la realidad social y política está pues cruzada por una serie de “procesos” y de “movimientos”, que se pueden originar espontánea o premeditadamente, pero que no adquieren un sentido ni un valor sino cuando están dotados de algún objetivo. Tampoco poseen aquel valor si no cuentan con una “conducción clara”, o una “direccionalidad” más o menos previsible; la cual, “por supuesto”, debe ser ejercida por los más capaces: líderes, dirigentes, organizadores sociales; oficiales o extraoficiales. Su quehacer en el ámbito social se atiene así exclusivamente a una “política de cuadros” estrechamente dependiente.

Ante esa estructura sólo vale la entropía como motor de cambio; una entropía que para ser impulsada necesita también de cierta estructura, aunque esto parezca de por sí incompatible.

Y esto es lo que se puede empezar a implementar el próximo 22 de mayo.

No pensemos en términos de izquierda o derecha. Pensemos en términos de cambio o no cambio. No nos quedemos en las siglas?

Miremos el más allá de los programas, el más allá programático? Logremos con nuestra actitud y desde nuestras singulares aptitudes que lo que ocurre cada cuatro años y se presenta ya tan sólo a seis días vista sea en sí mismo un elemento consustancial de nuestro ser diario y democrático.

Decía el teórico del poder del siglo XX Michael Foucault sobre el poder que “El ejercicio del poder no es simplemente el relacionamiento entre jugadores individuales o colectivos, es un modo en que ciertas acciones modifican otras. (...). El Poder existe solamente cuando es puesto en acción, incluso si él está integrado a un campo disperso de posibilidades relacionadas a estructuras permanentes. Esto también significa que el poder no es una función de consentimiento. (...) ...El relacionamiento de poder puede ser el resultado de un consentimiento más importante o permanente, pero no es por naturaleza la manifestación de un consenso”. Indicaba igualmente Foucault que“...si es verdad que en el corazón de las relaciones de poder y como una condición permanente en su existencia hay una insubordinación y una cierta obstinación esencial de parte de los principios de la libertad? No hay entonces relación de poder sin los medios de escapatoria o fuga posibles”. El 22M es uno de esos medios, es una de esas oportunidades que cada cuatro años se nos presenta para poder modificar lo aparentemente inamovible. No caigamos en la demagogia retórica discursiva? Pensemos? Y actuemos pensando?

José Carlos Gil Marín

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