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Los excesos de la naturaleza

Esperanza Pamplona / Esperanza Pamplona

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La razón: las ventosidades de sus vacas. La cabaña de aquel país es tan extensa y sana, y sus ventosidades tan intensas y cargadas de metano (apestosas, por tanto) que superan todos los límites de emisión de gases marcados por Kioto. No deja de tener su aquél, cuando en Nueva Zelanda está limitado hasta el simple hecho de mover las conchas de una playa. Es que, además, su cabaña no se nutre de piensos ni sucedáneos, las vacas neozelandesas sólo se alimentan de pasto natural, ni siquiera están estabuladas, lo que hace que sus pedillos sean todavía más contaminantes. Paradojas de la naturaleza.Lo grave (o no) es que en un país con cuatro millones de habitantes hay diez millones de vacas y 41 millones de ovejas, amén de otro tipo de animales, cada uno con sus particulares emisiones de metano (incluidas las humanas, supongo). No obstante, la conciencia de ese país respecto a la cuestión ambiental es tal que ya hace tres años se planteó crear el Impuesto de flatulencia (Flatulence Tax), que se aplicaría a cada ganadero en función de las cabezas de ganado, para calcular así las ventosidades emitidas bajo su responsabilidad, con lo que se recaudara se pretendía investigar cómo reducir estas emisiones sin causar daño, claro está, a los animales.No obstante, los neozelandeses son muy amantes de la naturaleza, pero también mirados con su bolsillo, y no consideran justo tener que pagar por un fenómeno tan natural, a fin de cuentas. Se están planteando cambiar la alimentación de las vacas, tal y como se hace en Europa, pero eso reduciría también la calidad de sus carnes y derivados. Otra opción es la modificación genética, lo que tampoco parece muy respetuoso con el medioambiente. Lo crean o no, éste es el debate que consume en esto días la vida política, económica y social en Nueva Zelanda. Lo que da una idea de que se debe tratar de un país cuasi paradisíaco, cuando la máxima preocupación de sus habitantes son los peditos de las vacas. Uno no sabe si reír o llorar conmovido.

Esperanza Pamplona

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