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Todos somos falibles

Cristóbal D. Peñate

Las religiones están obsesionadas con el sexo y quizá por eso el sexo también está obsesionado con las religiones. A un obispo le puede parecer adecuado que un pedófilo enseñe religión a los niños, pero no le parece idóneo que un experimentado profesor casado con un hombre imparta la asignatura.

Hay gente supuestamente culta y razonable a la que la fe le ciega. Hay gente que cree que el papa, que no deja de ser un hombre (hasta ahora no dejan que sean mujeres), es infalible, a pesar de los múltiples fallos y errores cometidos por ellos en la larga historia de la Iglesia.

A Luis Alberto González, profesor canario de religión, lo acaba de despedir la Consejería de Educación del Gobierno de Canarias porque el Obispado considera que no es una persona idónea para impartir la religión debido a su matrimonio con un señor.

Ahora, los despedidores con remordimientos (los activos y los pasivos) argumentan que fue el profesor gay el que se autodespidió, como si los tiempos que corren estuvieran como para despedirse, al inculparse como no idóneo para impartir la asignatura tras su matrimonio. Es tal la presión que ejerce la Iglesia contra los profesores que se salen del rebaño que a éstos no les queda más remedio que suicidarse profesionalmente o morir en el intento.

La actitud del Obispado es muy poco cristiana con sus ovejas negras y la de la Consejería de Educación es sumamente cobarde para enfrentarse con un poder fáctico que consigue que todos, incluidos los laicos, paguemos el sueldo a sus profesores sin que podamos decidir sobre la continuidad de su trabajo.

No sé qué me repugna más, si el inmovilismo de una Iglesia pacata y antediluviana o el cinismo de unos políticos que se lavan las manos y pasan palabra, no necesariamente de dios.

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