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La farola de Azpeitia por Iñaki Anasagasti Olabeaga

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La luz de esa farola frente a la Basílica de Loyola tiene que ser, a futuro, todo un símbolo.

La sociedad mundial vive a diario ataques constantes al contenido de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la que recientemente se ha celebrado el 60º aniversario, un articulado cuya defensa debe renovarse desde el compromiso.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos ha cumplido 60 años. Un hito político que se resume en que “todas las personas tienen derechos. Esa es la esencia de nuestra humanidad. Cada persona tiene el deber de alzar su voz, no sólo para reclamar sus propios derechos, sino también los de sus semejantes”. No vale reclamar derechos propios mientras se vulneran los de otros. Ese texto ha sido, durante seis décadas, un rayo de esperanza gracias a miles de mujeres y hombres que defienden una concepción humanista de la convivencia, de las relaciones sociales, de los debates políticos y de los modelos económicos. El derecho a la vida es el que da capacidad real de ejercicio al resto de derechos individuales y colectivos, desde el derecho a la alimentación al de la salud, desde el derecho a la libertad política al de la tutela judicial efectiva.

Todos los individuos y los órganos de la sociedad tienen la responsabilidad de firmar el respeto de los derechos y libertades. Todos. De ahí la anomalía de lo ocurrido en el Ayuntamiento de Azpeitia donde el alcalde y los concejales de ANV se negaron a condenar el asesinato a un hijo de ese Pueblo.

Iñaki Anasagasti Olabeaga

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