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Las tres formas de hacer las cosas: bien, mal o no hacerlas

Carlos Castañosa

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Cuando se asumen responsabilidades, en especial políticas, es imprescindible saberse capacitado/a, conocer en profundidad el tema a gestionar y disponer de la firme voluntad de alcanzar objetivos.

Poder, Saber y Querer. Sin uno de estos condicionantes, los otros dos no sirven de nada. Pero si fallan los tres, el fracaso está servido en bacinilla de plata fina.

Así sucede en algunas áreas de gobierno, local, autonómico o estatal, tan delicadas, sensibles y especiales como los Servicios Sociales (centrémonos solo en esta a nivel municipal).

Ante los últimos y lamentables episodios oficiales de carencia humanitaria, vividos en nuestra capital en fechas recientes, no hay más remedio que intentar movilizar la conciencia colectiva para exigir a los cargos públicos el cumplimiento de su deber, de acuerdo con la oferta electoral de su partido y con la supuesta valía personal que ha justificado su nombramiento.

Es inaceptable la crisis social y humanitaria que está padeciendo una gran parte de esta población, en porcentajes in crescendo de emergencia por pobreza, exclusión social, desahucios, hambre, muertos de noche, sin techo y al aire libre… Una situación tan penosamente gestionada e intentando disimularla, que lejos de apreciar medidas paliativas ante tan graves carencias, las estadísticas siguen hablando de un incremento vergonzoso de la marginalidad y la miseria; con extremos cada vez más alejados del pretendido estado de bienestar, en las mediocres manos de algunos responsables administrativos.

No son conjeturas abstractas ni afán de crítica gratuito. Gracias a los medios de comunicación, en general, la opinión pública puede acceder a la veracidad de situaciones de auténtica emergencia humanitaria. Por supuesto, las redes sociales culminan la divulgación de noticias que causan suficiente alarma social como para inquietar la conciencia ciudadana, ante casos tan escandalosos como el de los 20 jóvenes inmigrantes africanos, “acomodados” a la intemperie en un escenario ruinoso de las afueras del parque Viera y Clavijo. Colchones rescatados de basureros, mantas de colaboración ciudadana –el IMAS también los ha “visitado” en un protocolo operativo rutinario y poco eficaz–; al parecer comen, si les queda sitio, en el albergue municipal, donde carecen de espacio para alojamiento… En fin, una situación que requiere otro tipo de actuación, más inteligente, digna y humanitaria.

El problema de la inmigración ilegal debería ser tratado de acuerdo con la DUDH, Declaración Universal de los Derechos Humanos. No basta con abrir las puertas y facilitar la entrada si no se prevén medios adecuados y suficientes para una acogida digna. Son personas, en este caso jóvenes que vienen de un infierno, dejando atrás tragedias de alta intensidad; de familias asesinadas en su país de origen, de diez compañeros de huida muertos en la patera y dejados en el mar… Llegan aquí, y cuando se cumple el tiempo reglamentado en el centro de recogida, los “alojan” en compañía de los “sintecho” instalados en el teatrillo abandonado del Viera y Clavijo.

Aunque la DUDH no es un documento vinculante para los Estados, nuestra Carta Magna, y la casi totalidad de los países democráticos, la contempla con rango de “derecho constitucional”:

Artículo 10, apartado 2, de la Constitución Española (1978):

“Toda persona tiene los derechos y libertades sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición. Además, no se hará distinción alguna fundada en la condición política, jurídica o internacional del país o territorio de cuya jurisdicción dependa una persona, tanto si se trata de un país independiente, como de un territorio bajo administración fiduciaria, no autónomo o sometido a cualquier otra limitación de soberanía”.

Una vez expuesto esto, por favor: ruego que a nadie se le ocurra escribir en mis redes la repugnante muletilla de “primero los de casa…”. Es evidente que los “de casa” son, somos, todos. No me hagan pasar vergüenza ajena. Gracias.

Y a concejales, consejeros, alcaldes, ministros, presidentes de cabildos, de gobiernos autonómicos y del Estado, cumplan con su deber de servir con dignidad y sensibilidad humanitaria al pueblo soberano. Y si no pueden, no saben o no quieren, mándense a mudar y dejen espacio a quienes puedan, sepan y quieran.

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