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Lo que no haré con mi voto

Santiago Pérez

Ya vienen la elecciones generales (por la Punta de Anaga o por la de de la Isleta). Son las segundas en menos de un año.

Sé que cualquier gobierno, conservador o progresista, tiene un escasísimo margen de maniobra. Y ahora, con una deuda pública superior al 100% del PIB, menos margen aún que hace un año.

Sé que una democracia estatal en un mundo globalizado, donde las decisiones las toman agentes globales sin el contrapeso de Instituciones también globales (y por tanto desde la más completa irresponsabilidad, es decir sin tener que rendir cuentas a nadie), es una democracia muy devaluada.

Pero aún así, tengo derecho a que en mi país haya un gobierno que no esté atenazado por la corrupción; porque la corrupción lo lastra todo. Porque es una hipoteca que le impedirá aprovechar el angosto margen de maniobra en pro de los derechos de la mayoría. Y aunque sé que la corrupción siempre acaba retornando y que contra ella ninguna victoria es definitiva --porque está anclada en la propia condición humana, donde también anidan la honradez y la decencia-- me niego a aceptar que esa lucha esté perdida para siempre. Porque forma parte de una lucha, la del bien contra el mal, que ha inspirado casi todas las cosmogonías ideadas por la Humanidad desde el tiempo de los neardentales.

En el aquí y ahora de España, el PP no puede liderar esa lucha. En el PSOE, el sórdido asunto de los ERES y la sobreinfluencia electoral y orgánica del socialismo andaluz merman la credibilidad de Pedro Sánchez y serán trabas para poder “combatir de raíz la corrupción, el fraude y desterrar a los tramposos de la vida pública”, como dice en su carta a los votantes.

En este terreno, sólo los partidos emergentes parten ligeros de equipaje. Y así será durante un tiempo. Es la vida.

Sé lo que no quiero: que mi voto, que es el voto de alguien con ideales progresistas, sirva para mantener a este PP en el gobierno, por activa (gran coalición con el PSOE, que es lo único que empiezan a desmentir Oscar López y otros, de los que no me fío mucho) o por pasiva.

Sé lo que me gustaría en estos tiempos del (bienvenido) pluripartidismo: un gobierno progresista formado por PSOE y Podemos-IU. O por Podemos-IU y PSOE. En la confianza de que intentarán responder a las exigencias regeneracionistas de la mayoría de la sociedad española y dedicar el margen de maniobra real, que es muy exiguo, a atender los derechos de los ciudadanos. Sobre todo, de quienes más lo necesitan. Porque son esas políticas las que dignifican a un país.

Y que dedicarán todos sus desvelos a sacar del atolladero a la España de las Autonomías, empleando inteligencia y diálogo, afectividad y firmeza, para romper el círculo endemoniado y la intransigencia de quienes, bajo banderas enfrentadas, en realidad se necesitan.

Espero que gobernarán con los pies en el suelo, explicando cada decisión importante, las dificultades previsibles o sobrevenidas que tendrán que afrontar. Y respetando, sobre todo, la inteligencia de la gente. De lo contrario se romperá la complicidad con la ciudadanía y el gobierno quedará aislado e inerme. En muy poco tiempo, por cierto.

Los españoles votamos por provincias. Y resulta que a mí, que soy tinerfeño y de convicciones democráticas y socialistas, el PSOE me propone que vote una candidatura en la que figura Spínola. Ya pasó el tiempo en que las siglas no dejaban ver a los candidatos. Y si no ha pasado del todo, hay que hacer que pase definitivamente.

Me parece una falta de respeto. El Tribunal Constitucional acaba de declarar la inconstitucionalidad de la maniobra discriminatoria (y, en mi opinión, delictiva) que Spínola y González Ortiz diseñaron y ejecutaron despiadadamente contra 3.500 empleados de la Administración canaria, imponiéndoles un severo recorte del salario. Sólo porque eran los más débiles jurídica y sindicalmente. Y por tanto incapaces de defenderse.

Spínola, obsequioso con los poderosos e implacable con los débiles, no tiene la menor credibilidad para trabajar por “salarios justos y condiciones de trabajo dignas”, como figura entre los compromisos electorales y debemos todos esperar del PSOE. Ni menos aún para acabar con las puertas giratorias.

En mi caso, tener bien definida mi zona de certeza negativa (qué no voy a hacer, porque no debo hacerlo) me ayuda a decidir lo que sí voy a hacer. Con mi voto, claro.

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