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¿Qué hemos hecho mal para merecer esto?

Carlos Castañosa

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Éramos pocos y parió la abuela.

No hemos sufrido bastante con una campaña preelectoral deleznable, que ahora en la fase posparto de la votación y el recuento, tenemos que soportar el infame reparto de cromos, el baboseo de los oportunistas y el resentimiento de los fracasados. Pactos y negociaciones de trileros en las que se juegan cargos de responsabilidad y sustanciosos emolumentos con dinero público; bajo el disfraz de siglas e ideologías artificiales en las que no cabe como prioridad, ni de lejos, el servicio al pueblo, la defensa de sus intereses ni el respeto por sus derechos.

El negocio de la Política como profesión se ha convertido en el modus vivendi a perpetuidad para algunos desaprensivos que encontraron su filón desde una militancia juvenil; quienes cuando sienten temblar las patas de su poltrona, no dudan en utilizar todos sus recursos disponibles para consolidarse en el asiento, o preparar el salto a otro cargo de mayor rango… No sea cosa que tras repetir varias legislaturas sin haber cumplido una sola de las promesas electoralistas, vendidas como bisutería barata, vaya a pasarles factura el hartazgo de una ciudadanía engañada con reiteración.

Estas tragaderas del pueblo llano tienen explicación en un punto débil, muy aprovechable para ser manipulado en favor de los intereses espurios de quien maquina argucias de “llevar al huerto”, aunque su gestión histórica haya sido inaceptable. Consiste en volcar toda la energía y recursos en propaganda política y publicidad de promoción personal. Es una lástima que facultades desarrolladas con tanto éxito, no se apliquen en favor del bien común, o en ejercer con el mismo ahínco el servicio público que se contrata en las urnas.

Sorprende el ¿cómo han vuelto a salir estos mismos después de lo mal que lo han hecho todo? No tiene sentido que una población maltratada reincida en el mismo error de votarles una vez más. Sin embargo, podría explicarse, no con el tópico de “es que les va la marcha”, sino con el conocimiento de las triquiñuelas que controlan la buena fe del pueblo con técnicas capciosas y rentables para quien detenta el poder.

Tan sencillo como controlar líneas editoriales y contenidos de algunos medios de comunicación, subvencionados con dinero público para poner en práctica el decálogo “Armas silenciosas para guerras tranquilas”, (Noam Chomsky) “las 10 Estrategias de Manipulación Mediática” . A saber (compendio de sus definiciones):

  1. Distracción: Consiste en desviar la atención del público hacia temas sin importancia para mantenerlo distraído, lejos de los verdaderos problemas sociales, políticos o económicos.
  2. 2. Crear problemas y después ofrecer soluciones, para significarse como necesario.
  3. Gradualidad: Para hacer que se acepte una medida inaceptable, basta aplicar gradualmente los cambios que provocarían conflicto si se implantaran todos de golpe.
  4. Diferir: Es más fácil aceptar un sacrificio futuro presentado por fases que impuesto de inmediato como doloroso y necesario… Se calcula que el tiempo diluirá el trauma.
  5. Dirigirse al público como a niños pequeños. La propaganda utiliza el discurso infantiloide para anular el sentido crítico del adulto.
  6. Incidir en las emociones: Para causar un cortocircuito en el análisis racional y evitar la reflexión. El registro emocional permite abrir el acceso al inconsciente para injertar ideas e influir en los sentimientos
  7. Mantener al público en la ignorancia. Para facilitar la resignación colectiva y debilitar sus defensas.
  8. Estimular la mediocridad. Promover la moda de lo vulgar e inculto para anular la capacidad intelectual de reacción.
  9. Reforzar la autoculpabilidad. Hacer creer al individuo que es culpable de su propia desgracia, para invalidar sus facultades de acción contra el sistema.
  10. Conocer a los individuos… mejor de lo que ellos mismos se conocen.

Este punto es el fundamento de la manipulación estratégica. Pues si el candidato fallido conoce con precisión las debilidades, ilusiones o necesidades de una colectividad o grupo de individuos, sabrá cómo aplicarles cada uno de los puntos de este decálogo para que vuelvan a votarle a pesar de su fracaso.

Así se explica el éxito indecente del bocadillo de mortadela, mejorado con los años por agasajos más atractivos para los “invitados” de papeleta anexa incluida. El precio no importa, pues estas partidas promocionales las pagamos todos los contribuyentes que sustentamos el gasto público.

De nada sirven las reprimendas de la Junta Electoral ante denuncias de abusos de este tipo. Siguen desarrollándose con impunidad vergonzosa ante la indefensión popular.

Un despilfarro denigrante que se amplía con la “financiación” a algunos medios de comunicación, ajenos al Código Deontológico del Periodismo (FAPE) y exentos, por ende, de los más elementales principios éticos. Empresas de comunicación que perciben “subvenciones” a cambio de ponerse la mordaza de acallar la crítica y ensalzar tal figura pública sin más mérito que el de pagarles bien…

¡Ojo!... se paga con nuestro dinero para que nos mientan.

Solo añadir el atentado que supone este desvío conductual contra el derecho constitucional de la opinión pública a la veracidad.

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