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¿Por qué no soy independentista?

Emilio de Fez Marrero / Emilio de Fez Marrero

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1. Nuestro Archipiélago no tiene recursos para pagar por sí mismo los gastos de un estado avanzado, entre ellos ejército, colegios e institutos, médicos y hospitales, policía, justicia, transportes, obras públicas, subsidios de paro y pensiones. No los tenía ni siquiera en la época de (relativas) vacas gordas recién concluida. Mucho menos los tiene en la actual crisis o en las que lleguen en el futuro.

2. Nada digamos ante una situación bélica, en Europa o en nuestro entorno. Ese supuesto (u otros que por prudencia ni voy a nombrar) inevitablemente reduciría a la mínima expresión la afluencia turística a Canarias con la consecuencia, “salvo ayuda exterior”, no ya de un “brusco descenso de nuestra calidad de vida” sino de pura y simple miseria generalizada: hambre, muerte y profunda inestabilidad social.

3. Ante semejante panorama, poco o nada nos iban a ayudar España o la Unión Europea si previamente nos hubiéramos independizado. La ventaja de tener una “gran caja común” (es decir, la ventaja de pertenecer a un Estado grande y a una unidad supranacional aún mucho mayor) es que ante situaciones críticas (como ha ocurrido en algunas regiones peninsulares con la reconversión siderúrgica, minera y textil, entre otras), ante esas situaciones, decía, el conjunto del Estado sale en ayuda de las comarcas o colectivos necesitados para asegurar cuando menos la subsistencia de todas las personas en condiciones aceptablemente dignas.

4. Nombramos antes la necesidad y el coste, en esa eventual “República Canaria”, de unas Fuerzas Armadas (Ejército, Armada y Aviación). Dichas FFAA habrían de ser nutridas, eficaces y por ende costosísimas, hasta el punto de que comprometerían gravemente el gasto social. No estamos en el idílico entorno de Andorra ni de Liechtenstein o, ni siquiera, en el de las Islas Feroe? sino en una zona geopolítica y geoestratégica sensible de por sí y que puede en cualquier momento convertirse en un avispero, con consecuencias peligrosísimas para nosotros si nos coge desvinculados de España. Sólo armados hasta los dientes, véase Israel, tendríamos alguna posibilidad de supervivencia. La conveniencia expansionista de cualquier país afro-occidental no precisaría de grandes excusas ni de mucho tiempo para aprestarse a anexionarnos por la fuerza. Bastaría (ya vimos la que se montó en Dinamarca con lo lejos que les queda) una inoportuna caricatura de Mahoma en alguna de nuestras publicaciones impresas o digitales, o algún ultraje ?real o supuesto- a alguno de sus nacionales que vivan aquí, o cualquier conflicto comercial o, sin ir más lejos, el rechazo a la política inmigratoria que estableciéramos en un país que consideraríamos el nuestro pero que no faltaría quien se apresurara a reivindicar como suyo. Esperar, ante un ataque extranjero, ayuda de España o Europa sería sencillamente de risa. El mundo occidental ha asistido cruzado de brazos a las más atroces matanzas, guerras e invasiones en las más diversas partes del planeta y? sólo ha intervenido cuando, donde y como le ha convenido.

5. Eludo, por innecesario, referirme al catastrófico efecto que nuestra entrada en guerra tendría para nuestro negocio turístico.

6. Se invocan a veces ejemplos como el de Cabo Verde, república independiente mucho menos poblada que Canarias. Y, en general, se arguye que si hay países independientes de menor población, con más motivos podemos serlo nosotros. Parece ignorarse que precisamente nuestra superpoblación actual haría aún más inviable (=imposible) nuestra subsistencia económica como país soberano. Si en todo caso fuéramos 500 o 600.000 personas quizá podríamos (y mal) subsistir desde el punto de vista productivo y disponer, muy por los pelos, de excedentes suficientes como para pagar al menos las importaciones más perentorias y mantener, además, las estructuras básicas del Estado: funcionariado, material, instalaciones, prestaciones sociales, etc. Se ignoran, por otra parte, las situaciones complicadísimas que ha atravesado Cabo Verde desde su independencia en 1975 y la incomparable mejor situación, no sólo actual sino “en todos los sentidos y de cabo a rabo”, de Madeira y Azores, archipiélagos que han seguido formando parte de Portugal. Y eso que la Unión Europea ha tenido a bien echar una mano a Cabo Verde. Ya veremos hasta cuándo pero, aunque durara, esa ayuda ni ha igualado ni va a igualar nunca el apoyo ya prestado o el que necesiten en el futuro Madeira y Azores como parte integrante de Portugal, miembro de pleno derecho de la UE.

7. Me ahorro detallar el derramamiento de sangre (durante años) y el caos socioeconómico que subsiguieron, en Angola y Mozambique, a su independencia de Portugal. Quien lo desee que consulte una enciclopedia actualizada o simplemente la Wikipedia. De paso compárese, usando la terminología de nuestros conciudadanos independentistas, la hoy “colonia española de Canarias” con Angola, con Mozambique (o con cualquier otra nación africana, iberoamericana, centroamericana o con la mayoría de las asiáticas) en parámetros como el PIB, la esperanza de vida y otros indicadores comúnmente aceptados para evaluar la calidad de los países.

8. No menos graves podrían resultar las tensiones endógenas (=internas) que con toda probabilidad se derivarían de la independencia de Canarias. No haría falta que vinieran desde fuera a complicarnos la vida (que lo harían). Por si esto fuera poco, lo haríamos nosotros solos desde instantes después de las fiestas y voladores en celebración de la “libertad”. Pienso en la guerra de facciones que se puede montar sin el actual factor arbitral y sin las garantías que nos proporciona la pertenencia a un estado fuerte, civilizado y democrático. Pienso en la tiranía de los caciques insulares y locales. Pienso en la manipulación o apoderamiento de los medios informativos y en todos los poderes públicos (fuerzas de seguridad, parlamento y justicia) rápidamente puestos “velis nolis” al servicio de unos cuantos. Ese es, y no tengo por qué esconderlo, el concepto que tengo de nuestras élites influyentes si les sueltan la cadena. Ya no estaríamos ante “meras” (por llamarle “meras”) presiones para, por ejemplo, informar falsamente la conveniencia de enajenar ENMASA ni ante otros muchos casos, habidos, de vergonzosas connivencias político-empresariales en las últimas décadas por parte de políticos de todos los colores. Todo eso, con ser funesto y de nefastos efectos, serían minucias en comparación con la corrupción generalizada que en pocos meses corroería los cimientos de nuestra sociedad arrastrándola a la más ominosa descomposición. Naturalmente, el pueblo, o sectores del mismo, reaccionarían? con el resultado de una contra-reacción desde el poder, de una represión en toda regla, de unos movimientos insurgentes violentos, etcétera. Al empobrecimiento de, al menos, las clases medias y bajas, se añadiría, a perro flaco no le faltan pulgas, la pérdida de ese bien inapreciable que es la paz social.

9. No cuestiono la buena fe o la nobleza personal de quienes albergan ideales independentistas. Es más, la gran valía de algunos me consta de primera mano o por sus escritos. Pero me tranquiliza saber que no son muchos, malamente un 5% de nuestra población adulta. Así parece deducirse (aunque su desunión, su falta de medios y la censura mediática han influido), así parece deducirse, decía, del hecho de que nunca han obtenido no ya escaños al Congreso ni Senado (de los 28 que elegimos en Canarias), ni ninguno de los 60 diputados regionales, ni ninguno de los 100 y pico consejeros de Cabildo, sino ni siquiera, que yo sepa, ninguno de los más de 1.000 concejales que “el pueblo” elige en los ochenta y tantos ayuntamientos canarios.

10. No es pues concebible que, desde dentro, desde Canarias, se genere una mayoría social que reclame la independencia. Pero, ojo: esa reclamación, aparte de que podría ser promovida desde las propias esferas caciquiles de nuestras islas, también podría instigarse eficazmente desde fuera. Nosotros, Canarias, “damos pérdida” y pudiera suceder (combinándose con otros trapicheos internacionales) que España, algún día, “nos quiera echar” o que a algún país poderoso le interese nuestra secesión. Es muy fácil engañar a la gente teniendo medios para ello. ¿No se nos engaña vez tras vez con facilidad, en Las Palmas y en Santa Cruz, al tocar la fibra del pleito insular, con gran regocijo de sus instigadores del mundo económico-político-mediático? No. No sería tan difícil, para los poderosos de aquí o de fuera, intoxicar a la opinión pública con campañas orquestadas para “obnubilarnos con la independencia como solución”. Ello es aún más posible con el caldo de cultivo de situaciones de crisis o el de errores e irresponsabilidades (los ha habido graves, sin duda) de nuestros dirigentes políticos de aquí o de Madrid. Por esto debemos, como los melillenses y ceutíes, abrir el ojo y mantener un sentido crítico al que espero haber contribuido con este artículo que conviene llevar, es un decir, siempre en el bolsillo. Porque, ya dije, “damos pérdida”. Y eso, en un mundo crecientemente mercantilista, es un factor de debilidad y un mosqueo.

11. Permítaseme una observación distendida para concluir y por si alguien precisa de más argumentos. Cierto es que nuestro funcionamiento democrático y la gestión pública son muy mejorables y en algunas cosas han sido incluso desastrosos. Cierto es que nuestra capacidad de decisión autónoma no es la adecuada a nuestras necesidades. En realidad, mal puede decirse que hayamos tenido autonomía (=capacidad de promulgar leyes propias) porque básicamente lo que hay es una gestión descentralizada. Mucho habría que decir, no hoy, al respecto. Pero agárrense al asiento: si desde 1983 hubiéramos sido independientes habríamos tenido, como sucesivos “Presidentes de nuestra República” (los pelos se me ponen de punta al pensarlo) a los siguientes personajes: Jerónimo Saavedra, Fernando Fernández, Lorenzo Olarte, Manuel Hermoso, Román Rodríguez, Adán Martín y Paulino Rivero. ¿ Qué persona sensata no se “engrifa” ante la perspectiva de semejantes “Jefes de Estado” !. Para eso, yo al menos, me quedo con el Rey.

Emilio de Fez Marrero

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