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La memoria según Rouco Varela

Antonio San José / Antonio San José

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Desgranar con voz afectadamente meliflua mensajes que dañan la sensibilidad de una gran cantidad de fieles no es muy caritativo que se diga, especialmente cuando el presidente de la institución, Antonio María Rouco Varela, afirma sin inmutarse que “a veces es necesario olvidar”, en referencia a la Ley de Memoria Histórica que los monseñores han atacado por tierra, mar y aire, desde sus inicios. Ignoro si con estas cínicas palabras se dirige a una parte significativa de este país, concretamente la izquierda, que supo hacer, en la Transición, un ejercicio generoso de desmemoria en aras de la reconciliación entre las dos Españas. Aquello se hizo y se hizo bien, pero que no venga ahora el cardenal arzobispo de Madrid a impartir lecciones a quienes dieron sobradas muestras de responsabilidad cuando era el tiempo preciso para ello.

Afirma temerariamente monseñor que “las exhumaciones de fosas dañan la concordia social”. Dicho de otro modo, les recomienda a los seres queridos de quienes allí yacen que se aguanten y les niega el derecho de enterrarlos con dignidad, al menos con la misma con la que los vencedores inhumaron a los suyos. Es verdad, y nadie va a negarlo a estas alturas, que contra la Iglesia católica se cometieron toda suerte de tropelías y actos execrables durante los años negros de la guerra civil. Los asesinatos de religiosos y monjas, la quema de iglesias y conventos y las vejaciones que sufrieron muchos españoles y españolas por la única condición de vestir hábitos; pertenecen al lado más siniestro y rechazable de nuestra historia colectiva. Todas esas víctimas merecían una reparación y la han tenido. Ahora quedan los demás, los olvidados en cualquier cuneta o fosa común, ¿o es que la caridad cristiana no les afecta?

Resulta curioso que sea Rouco Varela, el mayor entusiasta en promover beatificaciones masivas de católicos asesinados entre los años 1934 y 1938, quien invoque peregrinos argumentos para que los restos de los españoles aún no recuperados, permanezcan en sus cementerios ignotos quizá hasta el día del juicio final.

Sostiene, por último, que “a los jóvenes hay que liberarlos, en cuanto sea posible, de los lastres del pasado, no cargándolos con viejas rencillas y rencores, sino ayudándoles a fortalecer la voluntad de concordia y amistad”. Ahí podemos estar de acuerdo. Es por ello que no les contaremos a nuestros hijos que la Iglesia católica, al menos una parte mayoritaria de la misma, apadrinó, abrazó y consagró la dictadura de Franco tras una cruenta guerra a la que denominaba “Cruzada”. Tampoco que un monseñor como Rouco bendijo en su día la “limpia espada del general” ni que la jerarquía eclesiástica de la época concedió al dictador la prerrogativa de entrar en los templos bajo palio.

No, no se lo contaremos, más que nada para no hacerles ni hacernos mala sangre ante tamaña exhibición de cinismo tan rampante como extemporánea. Al final, monseñor, vamos a darle la razón en que “a veces es necesario olvidar”. Es la única forma de no decirle lo mismo que nuestro Rey le espetó a un patoso Chávez: “¿Por qué no se calla?”

*Antonio San José es periodista y analista político, en eplural.eseplural.es

Antonio San José*

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