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¿A que mola fomentar las desigualdades?

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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El dato, aunque escandaloso, no debería sorprender a quienes tuvieran unos mínimos conocimientos históricos, sobre todo, de la Edad Media y su sistema feudal. Puede que los modos y las maneras hayan cambiado, pero la riqueza ha cambiado muy poco de manos, en estos últimos siglos.

Y ahora, en época de recesión, las desigualdades se acentúan mucho más que antaño, devolviéndonos a los tiempos en que los señores manejaban la sociedad a su antojo y se aprovechaban de los recursos y las personas, como si de simples peones en el tablero de juego se trataran.

Piensen, si no, en las verdaderas razones de una guerra como la de Iraq, orquestada para controlar los recursos petrolíferos del país, a costa de cercenar las aspiraciones de toda una generación de jóvenes norteamericanos. La consigna era clara; es decir, invadamos un país para que los dueños de las compañías petroleras, los constructores de armas y los contratistas privados incrementen sus beneficios y luego puedan pagar las campañas políticas de quienes no dudan en plegarse a los dictados del capital.

¿Y si después hay una crisis financiera por el abuso de la especulación?...Pues nada, se pide ayuda a los gobiernos, se capitalizan las entidades financiaras y se imponen recortes sociales para atemorizar al común de los mortales.

Porque, de eso se trata. De fomentar las desigualdades y así lograr mantener acentuadas las divisiones sociales y luego manipularlas al antojo de cada uno.

En realidad, nuestro país es un maravilloso ejemplo de cómo esta política puede ayudar a quienes mienten, roban, calumnian y demás lindezas, todo con tal de perpetuarse en el poder con una destreza y soltura que sorprende por la cara con lo que lo hacen.

Y, por supuesto, si hay que recortar, lo primero que se recorta es la educación, la sanidad y los gastos sociales, aunque los sueldos de los altos cargos se dejen intactos.

Con una educación deficiente, las personas no tienen herramientas para defenderse de las mentiras, la doble moral y los mensajes engañosos que muchos de los mandarines políticos repiten una y otra vez.

Fieles a la consigna del doctor Joseph Goebbels, cuanto más repiten una mentira, más posibilidades tienen de que la sociedad la acepte como verdad. Luego vendrán las rectificaciones con matices, en horario nocturno y que solamente ven cuatro, pero la duda ya está sembrada.

Controlando la sanidad, y entregando parte de su gestión a entidades privadas, el miedo logra transformar un simple catarro en una pulmonía triple que traerá aparejada una costosísima factura. Añadan las interminables listas de espera, un buen modo de ahorrar en gastos ?por cálculo probabilístico muchos paciente pueden morir antes de pasar por la consulta y/ o quirófano- y el cuadro no podrá ser más desolador.

Y con la demolición de los servicios sociales, y todo lo que estos servicios traen aparejados -las casas de acogidas, las ayudas a las personas dependientes o las guarderías públicas- se mantiene condicionados a quienes no tienen recursos para poder pagar estos servicios de forma privada.

Como ven, la consigna es dividir y vencer, a costa de cualquier cosa, y así no perder nunca las riendas del poder. Las ruinas, las tragedias personales, las generaciones que se están perdiendo a causa de la pésima gestión inmobiliaria y el mal llamado “Boom” de la construcción y las secuelas de la especulación bancaria nacional son fruslerías. ¿A quién le puede importar que una directiva se suba el sueldo y se otorgue una pensión vitalicia, nada más llegar a su cargo? En realidad, a nadie, porque es una práctica habitual y ansiada por el común de los mortales que bien a gusto se cambiaría por dicha persona.

O sea, que no sólo se fomentan las desigualdades, sino la corrupción más descarada y los abusos de poder con dinero ajeno. Tampoco es de extrañar en un país donde defraudar a la hacienda pública supone un motivo de orgullo para quien lo hace y a fin de cuentas para queluego algún organismo público lo derroche, mejor me lo quedo yo, pensará el defraudador.

Sea como fuere, estos últimos meses han sido muy ilustrativos para ver cuál será la forma de operar de quienes, tras meternos en este tremendo lío, ahora se presentan como los salvadores del mundo, dotados de una sapiencia extrema y conocedores de todas las verdades absolutas del universo.

La verdad es no hubiera estado mal que hubiesen utilizado toda esa sapiencia para evitar que la burbuja inmobiliaria llegara a las cotas que llegó, o para controlar la excesiva especulación económica que terminó por estallar. Y ya puestos, enterarse de que en Iraq no había armas de destrucción masiva ni nada por el estilo.

Puestos a pedir, tampoco hubiera estado mal que se enteraran de que la energía eólica es más ecológica que el gas, que las banderas son más inútiles que las bibliotecas y que las personas son mucho más importantes que lograr el voto de los fundamentalistas ideológicos, capaces de vender a un país por la cuenta de resultados.

Claro que pensando así no se logran los apoyos para ganar unas elecciones y mucho menos se lograr tener a la sociedad dividida, atemorizada y sin esperanza en un futuro mejor. Ya lo saben, fomentar las desigualdades mola, y mucho, mucho. Y si no me creen, salgan a la calle y se darán cuenta de cuál es la sociedad en la que vivimos, lejos de las patrañas que unos cuantos se empeñan en dibujar, y sin cortarse lo más mínimo.

Eduardo Serradilla Sanchis

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