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La muerte no hace justicia, señor Sharon

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Aquel día dejó de sonar Ummi, una bellísima canción de Fairuz dedicada a las madres. El piano fue silenciado para siempre. Las cortinas del salón se tiñeron de negro. Ocurrió en Gaza hace muy pocos días.

Antes hubo un 15 de septiembre de 1982. El campamento en Sabra y Chatila se vio invadido en aquella oscura noche por elementos falangistas libaneses enviados por Sharon a la caza y captura de guerrilleros de la OLP, circundado por el llamado ejercito de defensa israelí que previamente había ocupado Beirut occidental violando los acuerdos suscritos entre Israel y EEUU sobre la ocupación del Líbano.

Ariel Sharon, ministro de defensa israelí entonces, estaba al mando de las fuerzas judías. Ocuparon puntos estratégicos y dieron luz verde a la entrada de las hordas falangistas (cristianos) libanesas. Entraron a saco y lo que menos encontraron fueron guerrilleros palestinos. La inmensa mayoría de los habitantes de los campamentos eran mujeres, niños y ancianos.

No hubo piedad para ellos y las cifras de la masacre llevada a cabo llegaron casi a tres mil asesinatos a sangre fría. Durante la noche del ataque el cielo permaneció iluminado por las bengalas judías. El ataque sobrepasó la noche y fueron treinta horas de locura, de borrachera de sangre. La masacre fue calificada como genocidio (resolución 37/123 de la Asamblea General de la ONU).

Aquel 15 de septiembre de 1982 ha quedado en el recuerdo los palestinos como la masacre de Sabra y Chatila y como primer responsable de la misma Ariel Sharon; desde entonces se le conoce, entre los palestinos, como “el carnicero de Sabra y Chatila”.

Excusas como “en Chatila los no judíos mataron a no judíos, ¿qué tenemos que ver nosotros en eso?” (jefe del Gobierno israelí), y el incuestionable conocimiento de los hechos de los ministros y funcionarios judíos no les movió ni un solo dedo para detener la matanza y menos aún para impedirla.

Previo a la entrada en los campamentos, los soldados israelíes ya habían repartido bolsas para los cadáveres.

Ni el informe Kahan, ni la falta de argumentación jurídica para encausar a Sharon, forzado entonces a abandonar la política ni la liberación de responsabilidades del falangista libanés Hobeika impidieron que el sionista fuera nombrado primer ministro de Israel en 2001 y aquel otro ejerciera en la política libanesa.

La historia se escribe con ríos de sangre, la que se enmarca en el llamado eufemísticamente “conflicto” palestino-israelí. Los ataques a Gaza y el asesinato de seres inocentes por los bombardeos israelíes es una constante de la que no nos libramos tampoco en estas fechas.

No hay proceso de paz, antes al contrario, es la continuidad de un proceso de usurpación de tierras, -y no a cambio de paz, como se enunciara en los acuerdos de Oslo-, que continúa asociada a vejaciones y humillaciones de la población palestina por parte, no solo del ejercito de Israel, sino por los colonos judíos. Toda una bofetada a cualquier norma de derecho fundamental internacional, y a la propia vida en sí misma.

Si se tiene presente una de las tantas máximas sionistas, “una tierra sin pueblo (Palestina) para un pueblo sin tierra (judíos)”, y la arrolladora entronización de judaizar todo el territorio de la Palestina histórica ( “Palestina es el estado natural de los judíos”) y el expediente de expulsión de los palestinos hacia tierras fronterizas (“Jordania es el estado natural de los palestinos”) se puede comprender fácilmente que no se terminará este derramamiento de sangre hasta que el sionismo más duro alcance los objetivos que se plantearon desde sus inicios.

No les ha valido el establecimiento del estado de Israel en 1948, después de una vergonzante injusticia histórica que tomó cuerpo en aquella resolución 181 de 29 de noviembre de 1947, -que suponía la consecución del primer objetivo del sionismo-, sino que los objetivos no se cumplirán hasta que toda Palestina se convierta en el Estado judío de Israel. Para ello, los medios propuestos son evidentes: apropiación de todas las tierras, expedientes de expulsión de los palestinos, culpabilización de las víctimas palestinas, la negación de su existencia misma. “¿Palestinos, qué son palestinos?” (Golda Meir)

No cejarán en el empeño irreductible de conseguir el Gran Israel que abarcará desde el Nilo hasta el Eufrates. Usarán todos los medios, leyes, normas internacionales ad hoc, negación de cualquier derecho que asiste a la población palestina, interpretación de las resoluciones de la ONU a su conveniencia, excepto claro está la 181.

La cuestión no está en que cualquier acercamiento al asunto judío sea tildado de antisemita, homófobo, o sabe Dios qué, es eso y más. Son los intocables que han hecho de su sufrimiento innegable en el Holocausto el modus operandi para justificar sus más perversas y sangrantes tropelías sobre una población que carece hasta de sus más elementales derechos humanos, amparados por el permanente sentimiento de culpa de Europa y la necesidad de exculpación de la misma.

El poder judío es enorme, está en todas las esferas de este planeta, y se da la mano con los banqueros sin escrúpulos, incluidos nuestros “hermanos árabes petroleros”.

Así las cosas, ¿qué proceso de paz puede llevarse a término con visos de éxito? La asimetría en este panorama desolador es la constante.

Solamente hay un sólido argumento que, a decir verdad, nos sirve de fuerza moral: Palestina tiene la fuerza de la razón e Israel la razón de la fuerza.

Los hitos que van escalando esta tragedia están teñidos de sangre, inacabable hemorragia en masa. De manera interesada se han creado en la práctica dos administraciones palestinas, en Gaza y Cisjordania. Divide y vencerás.

La misma hemorragia que dejó a Sharon en estado vegetativo, después de ser cuestionado gravemente por el sionismo más recalcitrante por la entrega de Gaza a los palestinos, -nexo de causalidad-, es la que provocó la muerte de la niña palestina de tres años en el reciente bombardeo de Gaza, uno más de los tantos.

La diferencia está en que Sharon va a morir, le harán morir, en su rancho del Neguev, rodeado del eco de la noticia mientras que la niña palestina fue arrancada de manera inmisericorde de la vida y la noticia no tuvo más eco que el de la llamarada de un fósforo.

Ya no habrá más canción que dedicar a la madre, Ummi, ni de esta niña de Gaza ni de aquella otra que fue ultrajada, violada y asesinada en los campamentos de Sabra y Chatila cuyo responsable fue Ariel Sharon.

Ni paz a cambios de tierras, ni hoja de ruta ni paz de los valientes. En este circo hay un elemento que quiere subsistir a toda costa para alcanzar sus objetivos, Israel. “Lo que nació por la violencia solo se mantiene por la violencia” y “¿cómo se puede estrechar una mano con el puño cerrado?” Gandhi dixit.

Nadie puede negar los derechos inalienables de los palestinos sobre sus tierras ni su derecho a la resistencia. Indudablemente, la partida está perdida de antemano si se trata de fuerza. Pero la verdad debe prevalecer. La ambición sionista, sin escrúpulos de ningún tipo, tiene un objetivo marcado a sangre y fuego, la judaización de toda la Palestina histórica, el establecimiento de un estado judío por y para los judíos. La metodología es bien conocida por sus hechos y no la ve ni la entiende el que no tenga intención de buscar la verdad.

Una y mil veces habrá que afirmar que los palestinos no gaseamos a nadie, que no hemos sido los causantes del Holocausto, y que en este asunto somos víctimas inocentes y no tenemos porqué cargar con las culpas de nadie.

Dicho eso, conocida la ambición expansionista, imperialista y racista de los sionistas, si fuera blanco y en botella tendría su nombre al igual que lo tiene esta situación. Conjúguese con la resistencia, a la que se tiene el legítimo derecho bajo ocupación militar, y la ecuación es sencilla de entender.

La creación de un estado palestino es geopolíticamente imposible en las actuales circunstancias. ¿Qué vamos a negociar, nuestra dignidad?

Señor Sharon, en casi ocho años ha estado usted en el tránsito entre la vida y la muerte. Quizás ha visto las cosas más claras o quizás siga en las tinieblas. No seré yo quién le enjuicie ni habrá un segundo Nuremberg. La muerte, en cualquier caso, no hace justicia a nadie, ni a Sharon ni a la niña palestina.

Sólo hay una paz posible, la que nace de la justicia, -nuestra única esperanza-, al menos la que anhelamos la gente de buena voluntad, que, también los hay aquí y allá. A ellos apelo, a que eleven la voz y dejemos de ser esa nauseosa mayoría silenciosa.

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