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Cuatro novedades y un caudillo por Alberto Herrera

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Entonces, ¿no habrá ninguna novedad? Pues sí. Si nos fijamos bien, vemos que estamos ante el VIII Congreso Insular y, sin embargo, a la hora de contar a los presidentes anteriores, la cuenta nos sale siete.

Estamos, por tanto, ante un acontecimiento único: por primera vez en la historia del Partido Popular en Gran Canaria, el presidente saliente repetirá un nuevo mandato porque será reelegido. En realidad reelegida, porque se trata de María Australia Navarro.

Quizás, el hecho de que se trate de Mª Australia sea la segunda novedad. Frente a las personalidades relevantes de Felipe Baeza, Nicolás Villalobos, Juan Andrés Melián, Mª Eugenia Márquez, Juan José Cardona y Miguel Jorge Blanco, todos ellos presidentes electos, puede resultarnos curioso que quién resulte reelegido por primera vez sea, precisamente, la menos relevante, la menos conocida. Y eso que lleva en la escena política desde que, en el año 2000, José Manuel Soria la sacara del anonimato para designarla senadora por Gran Canaria. Inmediatamente después la designó para ser la secretaria de Organización del PP en Canarias, y posteriormente consejera de Presidencia del Gobierno autónomo, y a continuación directora de “Rumbo Norte” (?), y parlamentaria autonómica, y portavoz parlamentaria; y, no obstante, nos parece muy discreta a todos, no por su aspecto, siempre cuidado, pero sí por su escasa notoriedad. A pesar de los años transcurridos desde que Soria la descubriera y la designara para funciones relevantes, no ha sido aún capaz de resultarnos relevante. No ha sido la protagonista de ninguna propuesta interesante en labores de gobierno, ni autora de ninguna frase ingeniosa en el coso parlamentario. Y, desde luego, no nos parece que sea una persona capaz de aunar apoyos en torno a ella. En la descripción de líder no figura ella. Eso es así.

Y eso que ha contado desde el principio con el apoyo total de José Manuel Soria. Recordemos que del último congreso insular, el VII, resultaron dos agraviados: Víctor Jordán, que tuvo el atrevimiento de apoyar a un candidato alternativo; y el candidato alternativo, que tuvo la osadía de serlo, Paulino Montesdeoca. Ambos tuvieron que abandonar sus labores de gobierno en la Comunidad Autónoma porque Soria quería de Presidente insular a una protegida suya, por una de esas circunstancias de “causa-efecto”, tan habituales en la política, aunque al común de los mortales nos pueda parecer un pelín mezquino. Desde luego, en el PP nadie ha gozado de tantas oportunidades como Mª Australia; así como tantas “atenciones especiales” aquéllos que no coincidían con el ánimo presidencial.

Después de aquel congreso poca actividad ha habido. ¡Cualquiera se atreve! De hecho, cada vez concurren menos afiliados y simpatizantes a los pocos actos que se organizan desde entonces; se trate de una asamblea local, una conferencia, un mitin o un acto electoral. Recordemos que en la última campaña electoral, el acto principal, el mitin organizado en el Centro Insular de Deportes para acoger al candidato Mariano Rajoy? no se llenó. Por primera vez, un acto de campaña no se llena. Hemos pasado de las paellas multitudinarias en La Puntilla, o los mítines en la Grada Curva del Estadio Insular, a no llenar el Centro Insular de Deportes. Ni tampoco a cubrir las mesas electorales con la solvencia de antaño. Y eso en unos tiempos de triunfos electorales sucesivos resulta extraño.

De repente, los afiliados y simpatizantes del Partido Popular en Gran Canaria han comprendido que sólo se les espera para ocupar asientos en actos de otros, donde han de permanecer callados y sentados. Aplaudiendo cuando toca y abandonando el lugar cuando acaba. Así no vale la pena participar.

Por eso, por primera vez en la historia del Partido Popular en Gran Canaria, y ésta es otra de las novedades de este VIII Congreso Insular, no se ha celebrado la Asamblea de Elección de Compromisarios en el municipio capitalino para un Congreso Insular. No se ha celebrado porque se han presentado, o les han presentado como a los voluntarios en la extinta mili, a tantos candidatos como plazas había, ni más ni menos.

Hemos pasado, en muy poco tiempo, de organizar Asambleas multitudinarias, bulliciosas, activas, tensas, participativas, a no organizarlas por falta de gente. Es triste.

El resultado es que, por primera vez, va a ser reelegida presidente del partido en Gran Canaria la persona que menos apoyo social ha tenido nunca el partido en la isla. Ésta es la cuarta y última novedad de este Congreso: la falta de apoyo de la afiliación. Y es que en el Partido Popular en Gran Canaria reina la apatía.

Por ello, creo llegado el momento de recapacitar sobre lo que no se está haciendo bien. Y lo que no se está haciendo bien es entender qué es una organización, qué es un partido político, cuál es la función que deben desempeñar los afiliados en un partido político, qué es opinar, qué es respetar la opinión de los demás. Qué es, en definitiva, la democracia y cómo se encauza, en democracia, la diversidad de opiniones para terminar por fijar la postura de partido.

Yo creo, y es mi opinión personal, que lo que falla es algo, una conducta social, que es, por otro lado, muy española. Recuerdo de mis años en la escuela que mi profesor de Historia, el padre Escribano, decía que los españoles a lo largo de los siglos resultábamos siempre muy caudillistas y más papistas que el Papa.

Por alguna razón, que aún ignoro, en España surgen personas con la habilidad de arrastrar a otras en sus aciertos, pero sobre todo en sus errores y a lo largo de periodos de tiempo relativamente largos.

No pretendo recordar que hubo un momento en que un tal Aníbal Barca decidió cruzar los Pirineos y que arrastró con él a miles de incautos, de no sé cuántas tribus ibéricas, en una aventura en el que el final iba a consistir, básicamente, en depositar los huesos de la bravura ibérica en suelos extraños por los siglos de los siglos. Ni pretendo tampoco hacer memoria de los que vinieron detrás de él, para no herir susceptibilidades en este siglo XXI.

No. Lo que pretendo es algo mucho más humilde y concreto en estos tiempos, en esta isla y en el Partido Popular.

En general se cree que José Manuel Soria llegó a la presidencia del Partido Popular en Canarias como resultado de la dimisión de José Miguel Bravo de Laguna durante la particular y aciaga noche electoral de este, en mayo de 1999. Pero no fue así exactamente.

Todo empezó en 1996, un año después de que José Miguel Bravo le escogiera personalmente para ocupar la alcaldía de Las Palmas de Gran Canaria, tras las elecciones municipales de 1995. Aquél año hubo otro Congreso regional y a su presidencia optó José Manuel Soria? Y habría ganado de calle si le hubieran dejado presentarse. En efecto, siguiendo el principio popular de “un Congreso, un candidato”, Francisco Álvarez Cascos, a la sazón Secretario General del Partido Popular, frenó las aspiraciones de Soria con la promesa de que su momento llegaría en la siguiente convocatoria congresual. Bravo lo sabía y provocó su dimisión en 1999, antes del Congreso previsto para ese año, para no verse obligado a enfrentarse a una figura en alza como Soria. A cambio, se quedó con la presidencia del Parlamento autónomo. Una jubilación dorada.

Desde aquel instante, de 1996, Soria empezó a recabar los apoyos necesarios para alcanzar la presidencia del partido en la región. Curiosamente, la mayor parte de los apoyos venían de los populares de toda la vida, de los que veníamos de, la al menos añorada por mí, Alianza Popular.

Un inciso. Añoro a Alianza Popular por varias razones: la más importante es sentimental, me afilié a Alianza Popular y recuerdo con mucho cariño aquella época en la que parecía que éramos una enorme familia en la que todos nos profesábamos un afecto especial, tribal; también, porque con la llegada de los demócratas-cristianos y los liberales perdimos la esencia de lo que éramos, porque en la derecha, en realidad, y quizás esto es algo que se desconozca, carecemos de ideología, creemos más en una forma de vida que en una idea que nos ancle y nos supedite; lo que funciona, ¿por qué cambiarlo? Esa es nuestra máxima, por esto nos llaman conservadores. Y, por último, por aquello de “dime de qué presumes y te diré de qué careces”. El tiempo deja claro que, ni tan demócratas, ni tan cristianos, ni tan liberales, sino todo lo contrario. Sin embargo, los de derechas de toda la vida creemos en el ejercicio de la libertad; la mía, la tuya, la de todos. El Estado está para servirnos a los ciudadanos, no al revés. No somos súbditos, sino que somos el pueblo. No somos administrados, sino administradores; yo pago, yo mando. Se acabó el inciso y continúo.

Organizábamos reuniones en todos los municipios, en las que, sobre todo, le presentábamos a José Manuel a nuestros compañeros de partido, ya que él desconocía quiénes éramos, quienes eran las personas de referencia en cada lugar, cómo era nuestra estructura territorial como organización, etc.

Recuerdo el efecto que causaba José Manuel allá donde le lleváramos. Era un crack. Todos quedaban maravillados, no sólo por lo que decía y como lo decía, sino por su seguridad, su contundencia y su amabilidad y cercanía. El Caudillo iniciaba sus pasos ante la general aprobación de todos? Y no nos dimos cuenta.

Como se sentía caudillo, nos hablaba con parábolas. Nos decía: “No he venido a cerrar el partido, sino a abrirlo a todos, a los que están y a los que aún no han llegado, a todos. Como en un equipo, no sólo contamos con un capitán y los titulares, sino que tenemos el mejor banquillo, todos ustedes, todos nosotros. Y todos tenemos que salir al campo y jugar”. Más que alegría, lo que provocaba en nosotros era apoteosis. Había gente que comentaba: “se acercó a mí, me dio un fuerte apretón de mano, y mirándome a los ojos, me llamó por mi nombre”.

En fin, no hay que alarmarse, ni rasgarse las vestiduras, ni tirarse de los pelos, ni avergonzarse por eso. Al fin y al cabo, eso son comportamientos normales que han ocurrido siempre a lo largo del tiempo y en todos los lugares. Forma parte de nuestra forma de ser humana. Hay personas que tienen la capacidad o la habilidad de encandilar a los demás y ya está. Lo que pasa es que hay líderes natos que saben sacar buen provecho en beneficio de todos y otros que sólo buscan un objetivo personal y excluyente.

Mi opinión es que José Manuel Soria es de estos últimos. Poco a poco, a lo largo de estos recién estrenados trece años como presidente regional del Partido Popular, Soria ha ido rotando tanto y tanto el banquillo, sobre todo en su entorno más cercano, que la impresión que queda finalmente es que en el Partido Popular no hay líderes de referencia al margen de sí mismo.

Intenten hacer el siguiente ejercicio mental, sobre todo si ustedes son periodistas especializados en política regional, o personas informadas sobre nuestra actualidad política, o afiliados y simpatizantes del PP en Canarias: ¿quienes han sido, en estos trece años, secretarios generales del PP canario? ¿Y diputados y senadores? ¿Y secretarios de organización? ¿Y portavoces del PP en el parlamento regional? Han sido tantos, y tantos, que de repente algunas personas anónimas, sin saber por qué exactamente, han llegado a ser secretarios regionales; y sin saber por qué, dejaron de serlo, y anónimos continúan. Y lo que es peor, siguen sin saber para qué se les nombró. No piensen que esto es una falta de respeto por mi parte hacia esas personas. No. Sólo quiero compartir el asombro, que esas personas debieron sentir, con todos ustedes.

Intenten obviar el eclipse de trece años que provoca nuestro ilustrado rey sol e intenten recordar quiénes han sido diputados por la provincia de Las Palmas durante estos años. ¿Por qué? Pues porque José Manuel Soria no sólo decide quiénes han de ir en las listas, es que también decide quiénes y cuándo han de dimitir de sus cargos electos. Abusa tanto de esta prerrogativa que hasta ha terminado siendo diputada una simpática y entrañable ama de casa, que como premio por encargarse de contestar al teléfono de la sede electoral, un día la pusieron de relleno en una lista. ¡Ja! ¿Quién iba a decirle a la pobrecita que un día iba a poder emular al general Pavía, y a lomos de sus espectaculares zapatos, recién comprados en el barrio de Salamanca, entraría gallarda por la puerta de la Carrera de San Jerónimo?

Seguro que algunos recordarán el titular de un periódico en el que una persona, después de haber sido concejal, consejera insular, diputada y senadora, en una meteórica carrera de sólo cuatro años, expresó: “Un partido político no debería ser dirigido como una secta”.

Pues no, no debería. Como tampoco debiéramos dejarnos manejar como en una secta, aunque a veces parezca que nos favorece. Porque no resulta muy lógico que esa queja se manifieste sólo ante la amenaza de no ser designada por métodos sectarios.

El colmo llegó cuando, en la misma semana en la que se enviaba una circular a los afiliados en la que se les explicaba que debían aportar sus curriculums para optar a ser miembro de las Comisiones Informativas del PP en Gran Canaria, se nombra a Luis Soria López consejero de Industria del Gobierno autónomo. Algo de muy mal gusto, como ustedes comprenderán.

Y no voy a comentar si el hermano llegó a tal honor por sus propias aptitudes, o si necesitó asistencia particular, como ZP necesitó clases de Economía (y así nos va).

¿Acaso no tenemos derecho, en democracia, a elegir a quiénes han de representarnos? Pues no, no tenemos ese derecho. Y si cree que lo tenemos debe saber que las leyes dicen otra cosa: no elegimos diputados, como tampoco elegimos a los alcaldes o al Presidente del Gobierno. Lo que se vota, y pone en el encabezado de las papeletas de votación, es: “Voto a la candidatura presentada por” tal o cual partido. Si a usted le gustan los candidatos, estupendo. Y si no le gustan, peor para usted porque le vienen dados y usted no puede escoger entre fulano o mengano. Lo que se escoge es PP, o PSOE, o CC o lo que sea. Porque es eso lo que se elige: marcas. El resultado de cada elección se plasma en las instituciones con un porcentaje de representación para cada partido político que se haya presentado a esa elección concreta. Y son finalmente los partidos políticos representados en las instituciones quienes eligen a los alcaldes o a los presidentes de Gobierno.

Los diputados no son representantes de la ciudadanía, de igual forma que los concejales no representan a la vecindad, sencillamente porque las leyes no lo permiten. Representan a los partidos políticos; y, más en concreto, a las direcciones de los partidos.

Hay quien abusa de esta peculiar y limitada democracia nuestra para endosarle al ciudadano a algún familiar e ignorando absolutamente a la formación política que lo encumbró. Y está en su derecho legal el hacerlo así.

Y no obstante, sigo clamando por lo mismo: ¿acaso no tenemos derecho, en democracia, a elegir a quiénes han de representarnos? ¿Acaso no tenemos derecho, en democracia, a elegir a quiénes han de dirigir los órganos de dirección de nuestros partidos políticos? ¿Acaso tiene sentido pertenecer a algún partido político bajo estas condiciones tan leoninas para el ejercicio de nuestra libertad de elección? ¿Acaso sobramos nosotros en nuestro sistema político? ¡Claro que no sobramos! ¡Cómo vamos a sobrar si, de una u otra forma, somos siempre el objetivo de cada acción de gobierno! Lo que sobran son las actitudes rancias, como el despotismo de quienes piensan que los compañeros de partido son peones, utilizables y sacrificables, en una partida de ajedrez en la que sólo el Rey debe quedar en pie. Lo que sobra es el nepotismo simplón de quienes ven el poder con un sentido patrimonial. Lo que sobra es la insultante arrogancia de quienes piensan que son necesarias mamparas y escaleras que los aíslen de la gente normal.

Y lo que falta es la reacción conjunta de quienes creen en la dignidad, la libertad y la democracia.

*Alberto Herrera es ex miembro del Comité Ejecutivo del PP en Canarias, ex secretario ejecutivo de Formación del PP en Gran Canaria y ex secretario general de NN.GG. en Canarias

Alberto Herrera*

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