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Los nuevos

Francisco Pomares

Cada día me desconcierta más la ambigüedad calculada de los partidos que se reclaman de la nueva política –Podemos y Ciudadanos-, y el discurso vaporoso que plantean. Quizá la incongruencia más llamativa sea que con la campaña ya completamente en marcha, en Podemos sigan insistiendo en que no se presentan a las elecciones locales, pero los grupos y partidos que se reclaman de Podemos están presenten y bien presentes en todas las ciudades de cierta importancia. Podemos se ha instalado en una suerte de acción política vicaria, en la que todo lo que se hace y se dice es repetir lo que hace y dice su dirección central, y en base a una única estrategia temporal, que es la de llegar a las elecciones generales incontaminados por el poder.

Ciudadanos, por su parte, parece haber copiado el mismo discurso y las mismas intenciones virginales: aquí hasta los programas municipales tienen que hacerse en Barcelona, y el objetivo es presentarse en cuantas más listas mejor, pero no para gobernar –dicen que sólo lo harán si cuentan con mayoría absoluta, algo realmente poco probable en la práctica totalidad de los sitios donde se presentan- sino para hacer partido y crear estructura. Ciudadanos no negociará entrar en ningún gobierno, pero apoyará desde fuera aquellas mayorías que más le gusten, “sin intercambio de sillas”.

Lo de Andalucía es realmente significativo de esta nueva forma de hacer turismo político por las instituciones, sin comprometerse en la gestión y reservándose una infinita capacidad de crítica: Podemos y Ciudadanos no quieren estar en el Gobierno, ni tampoco van a apoyar al Gobierno desde fuera. Lo que ellos pretenden no es gobernar, en el sentido clásico, sino ‘influir’ en la forma en que se gobierna, y su discusión con la candidata Díaz no es programática sino de condiciones. No pretenden llegar a acuerdos sino que exigen gestos de cierta repercusión mediática, como la expulsión de Chaves y Griñán.

Si la nueva política es eso, tiene más de paja mental que de superación de aquellos polvos y estos lodos en los que ahora andamos enfangados. Podemos y Ciudadanos aportan frescura y novedad a la política española, desde luego, y aterrizan en el predio tradicional de la casta con un bagaje de ilusión y expectativa. Pero adolecen de muchos de los vicios que critican: una política que no se implica en la solución ejecutiva de los problemas, que no se moja en el Gobierno, es tan inútil e ineficiente como la vieja política. En política las ideas tienen poco valor si no se trasforman en programas y acciones concretas. Los nuevos, además, tienden a funcionar como una franquicia en la que las ideas y el merchandising se envía enlatado después de pagar una entrada (Ciudadanos), o con una dirección hipercentralista (Podemos) que toma todas las decisiones y que sólo juega a la democracia en la red, pero no la práctica en un partido que pretende ser suma de círculos, pero en el que la base no controla lo de arriba. Podemos, además, también prefiere la política de gestos: la simpática ocurrencia de Pablo Iglesias de regalarle ‘Juego de Tronos’ al rey Felipe es noticia del día y trendig topic en internet, pero no sirve para aclarar la posición de Podemos sobre la monarquía. Más bien sirve para diluirla.

Y esos son los mimbres de la nueva política: un programa interclasista y diluido con más voluntad de crítica que de transformación, una estrategia virginal para no mancharse ni mojarse en nada y un discurso básicamente mediático. Vaciedades y mass media. Lo único de verdad nuevo son las caras. Pero las caras envejecen muy rápido.

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