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El obispo de Canarias y los santos de la Cope

Federico Utrera / Federico Utrera

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Monseñor Cases lleva ya casi dos años en las islas, le gusta el periodismo y tratar con periodistas, pues el apostolado seglar está íntimamente ligado a la comunicación. De ahí que encargase al reverendo Mario Santana Bueno la homilía para el Día de San Francisco de Sales, que los periodistas católicos celebran como patrono. O que se retratase este año con aquellos que celebraron esta fiesta haciendo apología -impostada o no- de sus oraciones. Aquí nos conocemos ya casi todos y el hecho de que la Cope haya sido premiada, no sólo en el cielo sino en este valle de lágrimas que nos ha tocado vivir, hace que pongamos el ojo crítico en ella, pues ya no sólo son los santos y sus apóstoles los que nos evangelizan mediáticamente, sino que además les ha caído en gracia una televisión autonómica canaria vía TDT. Se avecinan tiempos de avemarías y rosarios institucionales y ya algo se olía -a incienso, por supuesto- cuando inesperadamente cayó la asignatura de Educación para la Ciudadanía, a pesar de que Paulino Rivero tenía en sus manos el decreto ya elaborado por el anterior gabinete de Adán Martín. Recemos entonces discretamente para que las futuras plagas que nos hayan de llegar sean lo más benignas posibles.

Hombre prevenido vale por dos y, por si acaso, he querido leer la homilía del padre Mario Santana a los periodistas canarios. En ella este sacerdote revela que hay muchos rasgos parecidos entre el hacer periodístico y el sacerdocio católico: “Ambos son una vocación y una pasión. Ambos son transmisores de las noticias de otro o de otros, no de sí mismos. Ambos poseen la potestad de escuchar en la confesión a aquel que quiere ser oído. Los dos se deben a la comunidad y son escuchados por ella. Cada uno intenta llegar al corazón del otro cuando entre sus líneas ha metido su propio corazón. Las dos tareas no tienen horarios definidos ni días fijos de descanso. El sacerdote y el periodista no van a su propio ritmo, su vida se puede planificar poco, la realidad se les impone en sus horarios, en sus intereses, en sus proyectos personales...”. Son bellas palabras las de Mario Santana, y ahí hay un escritor latiendo, pero se le escapa algo: existiendo tantas santidades ejemplares (en Hipona, Cepeda, Yepes...), si debo emular a los santos de la Cope como paradigma del periodismo, me voy a hacer cola a los templos budistas, las sinagogas judías o las mezquitas musulmanas. O mejor me abono al Estado laico y aconfesional que apunta nuestra Constitución y dejo mis creencias -que las tengo, como todo hijo de vecino- para mi ámbito más privado e individual.

Como ciudadanos y más aún como periodistas debemos defender la libertad de expresión de todos los santos -aunque no sean de nuestra devoción- y hasta del Rey cuando lanza también su queja: “Le he dicho a Rouco Varela que recen menos por mí y la Monarquía y se ocupen más de la Conferencia Episcopal que controla la Cope”. Y de su aviso: “si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma irá a la montaña”. Si uno pretende la abdicación, el otro con Pedro Jota ya intentó la decapitación ?y le salió mal- pero cree que a pesar de que con la Iglesia haya topado, sus contactos en Roma (Juan Carlos I nació allí) y su influencia sobre la curia le hacen prever que el desenlace sea esta vez distinto.

Lo más curioso es que Losantos dice que no es practicante, César Vidal ?otro púlpito radiofónico copeliano- es protestante y la Reina Sofía practica el rito griego ortodoxo (como demostró al asistir al bautizo de un hijo de su sobrina Alexia en Lanzarote). Y por si fuéramos pocos, además parió la abuela: Esperanza Aguirre, presidenta madrileña y del PP, ante un posible cese del locutor de la Cope, le va a brindar como alternativa la Telemadrid que ella controla y por eso quiso consultar al rey si daba su bendición. Triste y maleado oficio éste cuando depende de la cotización entre los poderes, por lo que ruego al obispo Cases que, en la medida de sus posibilidades, ponga paz en los corazones y reconduzca a los sembradores de odios al reducto de los confesionarios, donde a buen seguro apaciguarán el fuego luciferino que exhala su corazón... y sus micrófonos.

Federico Utrera

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