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El origen de las especies

Antonio Cavanillas / Antonio Cavanillas

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Para empezar Darwin no negaba la existencia del Ser Supremo. Estudió teología y estuvo a punto de ser pastor de la iglesia anglicana. Tras múltiples y valiosas observaciones llegó a la conclusión de que las especies, en estado natural, podían variar de unas a otras, cosa más que dudosa hasta donde sabemos. A la luz de la ciencia de su época, afirmaba que “las especies no son inmutables, descendiendo las de un mismo género de otras especies”. Para hacer frente a los detractores que negaban sus teorías, aseguraba que “no es una objeción válida el que la ciencia hasta el presente no dé luz alguna sobre el misterio de la esencia u origen de la vida”. Tratando de resumir las novedosas, interesantes y revolucionarias tesis de Darwin, diré que el investigador creía firmemente que “una especie puede dar nacimiento a otra y todos los organismos parten de un origen común”. Para entendernos: según Darwin, tras millones de años de evolución un percebe puede transformarse en una almeja.

El problema no se reduce a creacionismo bíblico frente a evolución y big bang. El big bang ?descubierto por George La-Maitre, un científico y sacerdote católico belga- y la evolución no plantean en sí un problema para la religión ni el cristianismo. Tal será cuando Pío XI condecoró a La-Maitre por su descubrimiento. Es más, la teoría de la gran explosión conduce fácilmente a la noción de un poder superior que ha creado el universo a partir de la nada. Precisamente por ello, Alfred Hoyle, un prestigioso matemático, se burló de la misma dándole el nombre de big bang, que ha hecho fortuna. Poco antes de morir, Hoyle, un ateo militante, hizo un llamamiento al mundo de la ciencia para que encontrara un soporte explicativo a la teoría de la evolución antes de que ésta, en su actual formulación, cayera en el descrédito. Y es que, a la luz de los recientes descubrimientos en física, matemáticas, aleatoriedad y probabilidad, se está generando una elite de pensadores y científicos partidarios de la existencia de una inteligencia suprema, es decir, lo que habitualmente llamamos Dios.

Darwin hablaba de la evolución de las especies, hecho más que comprobado, de la supervivencia del más fuerte, algo evidente, pero ello no tiene suficiente entidad explicativa para sustentar la creación de vida, por lo que surgió no ha mucho la más sofisticada teoría de la mutación genética al azar. Es famoso el planteamiento de Arthur Edington, reconocido astrólogo, quien afirmaba que un batallón de chimpancés tecleando al azar acabaría escribiendo con tiempo suficiente la Enciclopedia Británica. Poderosa chorrada sólo coreada por agnósticos testarudos, pues, según matemáticos y expertos en probabilidad, mil millones de chimpancés tecleando al azar una vez por segundo una combinación de 18 letras desde el inicio del universo, hace aproximadamente 13.700 millones de años, tendrían una posibilidad entre mil millones de escribir la frase To be or not to be, el inicio del celebérrimo monólogo de Hamlet. Algo todavía más complicado que se repita una mano en el juego del bridge.

A pesar de ello son muchos los aspectos positivos del Darwin investigador, gloria imperecedera de Inglaterra y de la humanidad, e inmensos los avances que sus teorías aportaron a la ciencia. Él sugería que el hombre descendía de un primate, más exactamente de un chimpancé que, a lo largo de millones de años, había ido variando su morfología y modus operandi, bajando primero de los árboles, pasando a caminar sobre dos patas para, al fin, aprender a trabajar la tierra, pulir la piedra y malear el bronce y los metales. Y a la claridad del saber científico en su siglo hay que reconocer que su teoría era creíble y aun más: hasta plausible. De ello la infatigable búsqueda del eslabón perdido por sus seguidores e incondicionales, tarea ímproba y vana donde las haya pues tal eslabón no existe. Por ello me maravilla que, en la televisión pública, exactamente en el telediario de la noche que dirige Lorenzo Milá, el jueves 12 del presente febrero un cantamañanas, ¿o fue mujer?, afirmara categóricamente que el hombre desciende del mono.

Al calor darwiniano y explotando la indudable buena fe de aquel sabio, un no pequeño número de cándidos, arribistas y seudo científicos, normalmente poco informados y casi siempre ateos, son más papistas que el Papa y van más lejos: Dios es una entelequia y la Iglesia de Cristo una estafa que dura ya dos mil años; lo único cierto es la ciencia y la única ley lo tangible, la inteligencia, el saber y la evolución que lo explica todo; todo, añaden, empezó con la citada explosión y el agujero negro, el dichoso big bang; tras él se sembró el cosmos de partículas orgánicas que medraron sobre todo en los mares, surgió la ameba, el protozoo se multiplicó, varió y se trasmutó para dar lugar a las especies y al final al hombre. O sea, que todas las especies proceden de una ameba e, incluso los que no saben nadar, fuimos peces.

Es decir, que hay científicos, investigadores y gente seria que, como cosa invisible, intangible, arcaica e indemostrable, no creen en un Ser Superior, pero sí en tal dislate. Sólo hay un pequeño problema para tal género de audaces visionarios: existen la cromatina y, Dios sea loado, cromosomas dentro del núcleo de las células en todas las especies. También hay genes. Los genes pueden mutar, evolucionar conforme a Darwin, pero el número de cromosomas y la carga cromática permanece estable. No existe relación entre el número de cromosomas -que definen la especie- y la complejidad evolutiva. Ni entre la cantidad de ácido desoxidorribonucleico (ADN) y el número de cromosomas. Por ejemplo: el ciervo tiene seis cromosomas en su núcleo y el rebeco cuarenta y seis, igual que el hombre (pero con distinta carga cromática). Todas las especies tienen diferente número de cromosomas y de carga cromática. Citaré a algunas: hormiga macho, un cromosoma; hormiga hembra, dos; drosophila melanogaster (mosca de la fruta), 8; caracol terrestre, 24; cardo borriquero, 40; rata asquerosa, 42; hombre del montón y mujer deliciosa, 46 (cambia como sabemos la pareja de cromosomas X o Y); chimpancé 48; asno, 62; caballo, 64; perro, 78; mariposa, 380; helecho, 1260; protozoario, 1600. Y, por no aburrir al personal, no sigo. Sólo recordaré que ni en miles de trillones de años pueden mutarse de manera espontánea carga cromática y dotación cromosómica.

Adiós, pues, a la teoría de la explosión y la negrura lisa u horadada para explicar la vida. Además: ¿Qué hubo antes de la explosión? ¿Qué coño estalló? ¿Quién demonios hizo la materia que explosionó y saltó en mil pedazos? ¿Se hizo sola? Hubo explosión y más de una, de acuerdo, y las que quedan, pero sólo causó un escándalo horrísono que dejó sordo a más de uno. Mi consejo a los escépticos es que se dediquen a bucear por otra parte.

Sí, desde luego, a la evolución; sí, también, a la selección natural que intuyó al gran Darwin, pero no al transformismo. Aquel chimpancé con que soñó el sabio inglés siempre será chimpancé. Lo mismo que los percebes, crustáceos que investigó ocho largos años, supongo que comiéndoselos hervidos en agua de mar, tibios como manda Ruperto de Nola, tras cada indagación. Y las tortugas, que eran su plato favorito en las Galápagos y después a la vuelta, cuando se instaló en las cercanías de Londres, pues Darwin fue un gourmet. Hace miles de años, el hombre de Atapuerca de aspecto simiesco, el de Cromagnon de cejas de gorila y el de Neanderthal de resaltados arcos supraorbitarios, dolicocéfalo, eran ya homo sapiens con su carga genética y dotación cromosómica actual. Afortunadamente han evolucionado en cuerpo y mente, mejorando la genética, hasta ser lo que somos. La mujer, ese ser superior sin el que la vida no se entiende, siempre fue mujer y jamás descendió de una mona, mal que les pese a algunos. Si, a 150 años de la publicación del Origen de las Especies, debemos aprender una lección es la de ser prudentes y no sacar conclusiones ciegas o fanáticas, presentando cualquier teoría como evidente o incontrovertible para, por ejemplo, negar o afirmar la existencia de Dios. Dios existe para los que creemos en Él y para los ateos es pura entelequia. Punto. Bendita libertad la que permite a creyentes y agnósticos compartir mesa y mantel. Brindo desde aquí por mis excelentes y numerosos amigos incrédulos, alguno contrincante ajedrecístico.

Y para terminar un pequeño homenaje a Pierre Teilhard de Chardín (1881-1955), el insigne paleontólogo y filósofo jesuita, autor de una sugestiva teoría sobre la evolución a mitad de camino entre las tesis científicas y creacionistas. Decía en La Aparición del Hombre el genio de Sarcenat (Auvernia, Francia) que el Sumo Hacedor, tras crear al caballo y a la vista de su belleza excelsa, lo comparó con el hombre y dudó dónde poner el alma: si en el más noble de los brutos o en nosotros, miserables gusanos que nos dedicamos a estafarnos (Madof) o matarnos (Gaza) entre sí con un afán digno de mejor causa. Feliz año 2010, pues el 2009 va a ser jodido. (1)

* Cirujano y Escritor.

(1) Felicito el año ya que este artículo fue parido en diciembre de 2008 y retocado ayer. Entonces Madof y Gaza estaban calentitos.

Antonio Cavanillas*

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