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¿Un país de corruptos?

Antonio Morales / Antonio Morales

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Para el Barómetro Global de la Corrupción 2010, de Transparencia Internacional, en España un 73% de los ciudadanos encuestados considera que la corrupción se ha extendido en el último año y que el poder político es el sector más infectado por las prácticas corruptas, alcanzando un 4,4 de valoración sobre 5.

Sin duda, estamos ante un cóctel peligrosísimo, sin que nadie se dé por aludido. La grave situación económica, que ha llenado de miedo, desesperanza, rabia e impotencia a los ciudadanos, nos puede conducir a una deriva de efectos incalculables y Europa, por las experiencias vividas en el siglo pasado, debería tomar buena cuenta de ello. Está claro que, cuanta más corrupción (o cuanta más percepción ciudadana de corrupción), mayor es la quiebra de la confianza en los partidos políticos, en los políticos y, en definitiva, en la política, y mayor es el deterioro de la democracia y, como consecuencia, es mayor el control de los grandes poderes económicos sobre todos nosotros.

Para comprender mejor este fenómeno les recomiendo la lectura de Breve Historia de la corrupción. De la antigüedad a nuestros días, de Carlo Alberto Brioschi, prologado por Baltasar Garzón y editado por Taurus. Este libro hace un recorrido por la avaricia, la podredumbre, el dinero y la corrupción en la cercanía del poder a lo largo de los siglos. Sin que nos sirva de consuelo ni justificación, “engrasar las ruedas” era una costumbre incluso lícita en la Antigüedad -no nos debe resultar extraño entonces que para el capitalismo más duro sea también un elemento dinamizador de la economía- y que, hoy como ayer, el pensamiento de los cínicos (desprecio a las riquezas y lo material) haya quedado en desuso frente al síndrome de Hecatón, que predicaba que, entre la salvación de un tercero y la salvaguardia del propio interés, se debe preferir siempre la segunda solución. Describe también el auge y la caída, en gran parte por la corrupción, del Imperio romano y de Occidente (Vespasiano decía: “el olor del lucro es bueno, de donde quiera que proceda” y Petronio: “solamente el dinero lo rige todo”). El autor se adentra también en el Medievo y la Reforma, en la aparición de los primeros capitalistas y la usura hasta llegar al oro del Nuevo Mundo. Rabelais escribió: “al vicio lo llaman virtud; a la maldad, bondad; su divisa es la rapiña: y todo esto lo hacen con soberana e irrefutable autoridad”. Seguidamente nos lleva al absolutismo -“donde la corrupción política alcanza su punto culminante”- y a la revolución (decía Robespierre que “el vicio y la virtud deciden los destinos de la Tierra: son los dos genios contrapuestos que se la disputan”). Después vendrían la Revolución económica y el imperio colonial, la Restauración y la decadencia que asumía el sentimiento de que el principio de cualquier actuación económica es la falta de escrúpulos. Y finalmente, el siglo XX de los totalitarismos de Hitler, Stalin, Mussolini, Franco?; del liberalismo con el individuo como medida de todas las cosas; del fracaso de los estados socialistas en erradicar la corrupción; de la aparición del término “delitos de cuello blanco”; de la corrupción de la política con el apoyo de las empresas y los lobbys (todo lo que aumente las ganancias está justificado).

Y dicho todo esto ¿estamos realmente ante una situación de corrupción generalizada como apuntan las encuestas citadas al principio? ¿Se trata de una percepción inducida por los que tienen interés en debilitar la política para potenciar el poder económico, o realmente estamos al mismo nivel que Nigeria, Rusia, Irak, Afganistán e India, los países con mayores índices de corrupción según TI? Como dice Ramoneda en el libro citado, “el parecer de la mayoría no es parámetro de verdad ni de moralidad”.

En cualquier caso es una obligación de todos combatir la corrupción hasta el final. La deben combatir los partidos políticos que tienen que comprometerse a desterrar su endogamia y la permisividad de acciones fraudulentas y preconizar la democracia interna y la transparencia absoluta en su financiación, una de las causas principales de la corrupción que soportamos porque genera exigencias, contraprestaciones y muchas veces simbiosis sin fronteras. La deben combatir un Estado fuerte, dotado de leyes potentes, firmes y rigurosas y un poder judicial independiente, soberano y capaz. La deben combatir los medios de comunicación en un mundo que, como dice Garzón, “deciden lo que es y lo que no es, en el que se ensalza o humilla por interés político o económico, en el que se defiende o ataca en función de lo que se obtenga o pierda”. Su responsabilidad es de tal magnitud que puede afirmarse “que de su uso adecuado depende el futuro de una sociedad que, queramos o no, es esencialmente mediática”. Y la debe combatir, fundamentalmente, la ciudadanía. Y vuelvo al libro de Brioschi: “Pero la corrupción no es sólo la de los políticos y la de los administradores públicos, de los jueces y de los empresarios. La corrupción atraviesa, como se ha dicho, de modo democrático la entera escala social, y aporta sus frutos al sistema en su conjunto (?) Pero junto a los temas de la justicia y de la ley como posibles remedios del fenómeno corruptivo es preciso recordar la importancia que debería tener los deberes de todo ciudadano y la honradez de la sociedad civil, de las clases dirigentes y de los operadores económicos”.

Y no se puede quedar todo en mostrar su percepción en una encuesta o en manifestar un rechazo generalizado a la política y a los políticos y después votar masivamente a presidentes de comunidades autónomas o a alcaldes corruptos, ni a practicar pequeñas y plurales corruptelas cotidianas (si puedo burlo el impuesto; si evito la factura, el precio es inferior; si puedo, me ahorro los permisos de obra; ?) pues como dice Brioschi “la indignación moral, como ha escrito Mcluhan, es una técnica utilizada para dotar de dignidad al idiota, lo único cierto es que no afrontar el problema de la corrupción o hablar de él solamente con hipócritas declaraciones de buenas intenciones son, ambas, soluciones pésimas ante un fenómeno del que es difícil negar la importancia en el curso de nuestra historia”.

Para el profesor Gonzalo Gamio (Tomar la corrupción en serio) “la lucha contra la corrupción y la impunidad requiere de instituciones democráticas sólidas, pero también, de un sentido fuerte de ciudadanía (?) Sin ciudadanos vigilantes -y habría que agregar, sin vecinos, trabajadores, consumidores, estudiantes y feligreses vigilantes- la corrupción y el autoritarismo prosperan sin resistencia alguna, en todas sus formas y contextos” y cita a Cicerón cuando señala en “Los oficios” que las personas pueden obrar injustamente de dos maneras: Activamente -cometiendo el delito- o pasivamente que es cuando se mira para otro lado a causa de la desidia, el temor, la indolencia o la complicidad.

Y nosotros, ¿no estaremos mirando para otro lado?

Antonio Morales

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