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Contra la pandemia ultra

Dávide Paiser

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Como una botella lanzada al mar cuyo mensaje llega a nuestra orilla medio siglo después, recibimos la publicación en español de un texto hasta ahora inédito del filósofo alemán Theodor Wiesengrund Adorno, correspondiente a una conferencia impartida en Viena en abril de 1967 bajo el título “Rasgos del nuevo radicalismo de derecha”. Adorno pronunció esta conferencia en la Universidad de Viena invitado por la Asociación de Estudiantes Socialistas de Austria, en el contexto del ascenso electoral del NPD (Partido Nacionaldemócrata de Alemania), un partido de extrema derecha fundado en 1964 y que durante un tiempo consiguió aglutinar a los herederos alemanes del nazismo en una formación política que, formalmente, respetaba las normas democráticas, esquivando así el riesgo de ilegalización que, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, pesa en aquel país sobre las formaciones neonazis. La exposición oral de Adorno, publicada en alemán el año pasado después de permanecer cinco décadas en los archivos de la Österreichische Mediathek, resulta perturbadoramente actual en vista del curso de los acontecimientos políticos de nuestros días, aun salvando la distancia de las cinco décadas transcurridas y con la prevención, que el mismo Adorno apunta, de que no podemos hacer analogías directas entre las situaciones políticas de cada época. Hoy, cuando vemos cómo la pandemia del ultranacionalismo autoritario se expande y disputa la hegemonía mundial a un liberalismo exangüe y a una socialdemocracia agónica, hoy que la derecha radical española nos regala formidables dosis de esperpento e intoxicación mediática en las redes, en la calle y en el Congreso, el breve texto de Adorno, transcrito de una grabación magnetofónica y en un estilo inusualmente fácil y ameno, pensado para la oralidad, supone un extraordinario ejercicio de clarificación acerca de los rasgos del (no tan nuevo) fascismo y de posibles vías para combatirlo.

Comienza Adorno su conferencia afirmando que las condiciones sociales que determinan el fascismo siguen vivas, dado el continuo proceso de concentración de capital en la economía: el fascismo es así un elemento estructural del capitalismo que constituye una tendencia interna del sistema, que ni siquiera dependería de la existencia de un partido político, sino tan solo de una determinada coyuntura, para saltar de nuevo al campo de la política real. Esa coyuntura, descrita por Adorno en 1967, sigue vigente en gran medida hoy: la concentración permanente de capital en pocas manos implica la constante posibilidad de desclasamiento y degradación de unas capas sociales que se consideran subjetivamente “clase media” y que incluso aspiran a una mejoría. A esto debemos sumarle el espectro del desempleo tecnológico que, si ya estaba presente en tiempos de Adorno, hoy se ha agudizado con la digitalización. Igualmente, la concentración del comercio al detalle en las grandes superficies significaba y significa la condena del pequeño negocio a la desaparición, mientras que en el sector agrícola, la globalización y los acuerdos comerciales internacionales han cronificado unos problemas gravísimos, que persistirán mientras no se aborden de manera radical, impulsando la justicia económica para los agricultores, más allá de las subvenciones de turno. Por lo que respecta a los restos del fascismo sociológico tras la derrota en la guerra, Adorno señala la continuidad de una cultura que no ha roto con el pasado a pesar de los juicios de Nüremberg y de los procesos de desnazificación que se llevaron a cabo en Alemania a partir de la ocupación tras la guerra, procesos en los que el propio Adorno y su colega Max Horkheimer jugaron un papel político muy activo con su insistencia en la memoria del Holocausto. ¿Qué diremos de España, un país donde el dictador murió impune, donde los crímenes franquistas han gozado del olvido por imposición y donde aún hoy observamos una escandalosa persistencia de elementos fascistoides en las instituciones judiciales, militares y policiales? En palabras de Adorno, los movimientos fascistas son “expresión de que, por su contenido socioeconómico, hasta la fecha la democracia no se ha concretado de manera real y plena en ninguna parte, sino que ha seguido siendo algo formal”.

Los rasgos del ultraderechismo que describe Adorno comprenden un amplio abanico que nos resulta familiar: la anticipación de la catástrofe y las fantasías sobre el hundimiento de la nación, el populismo punitivo, el paroxismo de la simbología que desvincula el símbolo (por ejemplo, la bandera) respecto de lo que se entiende por él, el militarismo, la xenofobia, el llamamiento a la personalidad autoritaria, el antiintelectualismo... La extrema derecha combina un ínfimo nivel intelectual y la falta de teorización con un gran dominio de los medios propagandísticos: el fin político que se persigue es oscuro, pero se domina el arte de la propaganda. De hecho, nos dice Adorno, la sustancia misma de la ultraderecha no descansa en su proyecto político, sino en la propaganda misma, concebida como una técnica de psicología de masas. Ahí radica su peligro. Adorno, influido por el psicoanálisis, dirá que los cuadros dirigentes de la ultraderecha han demostrado históricamente (y siguen demostrando) unos vínculos muy profundos con la psicosis. Es la unión de psicosis y perfección tecnológica para la manipulación lo que define de hecho a este movimiento. Por lo que se refiere al uso de la mentira política, Adorno nos llama a la cautela: si bien es patente, aún hoy, el uso por parte de los voceros de extrema derecha de “la técnica hitleriana de soltar las mentiras más burdas (…) no todos los elementos de esta ideología son sencillamente falsos, sino que en ella lo verdadero (los problemas reales) entra al servicio de una ideología falsa”, como cuando se aíslan y se sacan de contexto observaciones verdaderas, por ejemplo. La afirmación de que que “los demócratas somos nosotros” y de que “son los otros son los que quieren la dictadura” estaba ya en la oratoria de Hitler. El miedo ante el espectro del comunismo es otra constante que desde hace casi cien años atormenta a fascistas de todo pelaje, como habitualmente comprobamos en unos discursos donde se sigue tachando de “comunistas” a los adversarios de izquierda (“separatistas”, “bolivarianos”, “seguidores del régimen de los ayatolás”, son variantes de nuevo cuño, según la fantasía y el pathos de cada orador de la grada ultra).

Para defendernos de esta lacra política, Adorno, hoy bestia negra de la extrema derecha global y protagonista involuntario de diversas teorías conspiratorias (según los neofascistas, la Escuela de Frankfurt, a la que perteneció este autor, es la culpable de la expansión del “marxismo cultural” por el mundo) propone algunas líneas básicas para fundamentar la acción: en primer lugar, no moralizar ni pretender de antemano una superioridad ética frente a los simpatizantes de la extrema derecha, y menos mediante ideas abstractas, sino prevenir del adoctrinamiento a los potenciales seguidores de esta ideología, especialmente a los jóvenes. Sobre todo, se debe hacer referencia a los propios intereses de aquellos a quienes va dirigida la propaganda, lo cual implica conocer y explicar los “trucos” de la ultraderecha para poder “vacunar” a la población contra sus artimañas. Por otra parte, para Adorno, “la táctica de guardar silencio” no ha dado nunca buenos resultados. Ignorar el peligro no hará que este desaparezca. Antes bien, el nuevo radicalismo de derecha debe ser combatido “en su propio terreno”, esto es, el terreno de la propaganda, “pero sin oponer mentiras a mentiras ni intentar ser tan artero como él, sino luchar realmente contra él con la fuerza aplastante de la razón”.

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