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Por los pelos del sistema: historia de una repoblación

Ana Tristán

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Este fin de semana he cambiado el asfalto de Madrid por el cuarzo de las montañas leonesas. He dejado la jungla de hormigón y lluvia ácida para visitar uno de los tantos pueblos que en la década de los sesenta se fueron vaciando hasta quedar completamente abandonados.

La geografía española, desde la punta de Tarifa hasta el cabo de Touriñán, está plagada de pueblos a punto de desaparecer entre polvo, musgo y lagartijas. La despoblación y el envejecimiento de las zonas rurales es un problema tan común como el abarrotamiento de las ciudades.

En un valle recóndito en la cara sur del macizo galaico-leonés se encuentra el *Pueblo Que No Voy A Nombrar*, donde viven cerca de sesenta habitantes con sus fluctuantes turistas y visitantes. Yo soy una de esas visitantes que acude con frecuencia de retiro de lo urbano, de sus atascos, su miseria y su ansiedad.

Para acceder a él hay que recorrer andando unos 14 kilómetros desde el último pueblo de carretera o bien recorrer 28 kilómetros de pista forestal, a través de las cuales reventé las ruedas de mi maquinita de contaminar.

La repoblación del pueblo comenzó en el año 1989, de la mano de un grupo de ecologistas venidos de distintas partes de Europa con la intención de construir su propia Arcadia alejada del progreso de ladrillo, petrodólares y gasoil de desayuno.

La industrialización acelerada de las ciudades a mediados del siglo XX y el desdén de las mismas hacia el campo se han tragado en su borrado capitalista cientos de pueblos hasta hacerlos desaparecer.

El *Pueblo Que No Voy A Nombrar* se encuentra en una vasta zona montañosa en los límites de El Bierzo con la Maragatería, donde al menos otras diez núcleos de población corrieron igual suerte, completamente abandonados en los sesenta. De la antigua iglesia quedan las paredes de piedra, de lo que fuera el suelo hoy brotan castaños, encinas y rosales silvestres cargados de escaramujo.

A día de hoy, son al menos cinco los pueblos bercianos que han sido repoblados por aventureros y ecologistas de distintas procedencias. Muchos de ellos pasan ya por la tercera generación, los primeros “colonos” construyeron las bases de lo que hoy es una comunidad con sus viviendas, escuela, caminos empedrados, pozas y canales para el abastecimiento de agua. La mentalidad de las nuevas generaciones dista enormemente de la que trajeron los pioneros. Si la aventura empezó siendo bastante hippie y anti-tecnología, hoy ha tornado punki y reivindicativa de los avances tecnológicos que faciliten la vida en el campo. Ya se puede utilizar motosierra y motocultor. Las asambleas son un objeto de estudio fascinante.

A diferencia de lo ocurrido en Fraguas (Guadalajara), los repobladores del *Pueblo Que No Voy a Nombrar* no han sido acusados de usurpación, daños al monte público, ni delito contra la ordenación del territorio por la Junta de su comunidad.

El caso de Fraguas tuvo repercusión mediática cuando en el año 2015 el Juzgado de instrucción número 4 de Guadalajara llamara a declarar a los seis ecologistas responsables de su repoblación.

En un primer momento la Junta de Castilla la Mancha, personada como acusación particular, pedía cuatro años y pico de prisión para cada uno de ellos y 26.000 euros a repartir entre los seis. Finalmente, en mayo de este año, la Junta retiraba el cargo de delitos contra el Medio Ambiente, lo que redujo las condenas de cuatro a dos años de prisión, evitando la entrada en la cárcel.

Por los pelos del sistema.

Estos neo hippies son los Ástérix y Obélix de la España posmoderna y post-Rajoy. El Aparato quiere destruir sus cabañas, arrasar sus cultivos y apresar a sus caballos.

En el año 1968 en Fraguas quedaban tan sólo cuarenta habitantes, la resistencia del éxodo rural. Ese mismo año la Junta decidió expropiarlo y destinarlo a la explotación de pino maderero y a la realización de prácticas militares. Consecuencia de las cuales fue prácticamente destruido.

Por su parte, el pueblo innombrado quedó completamente abandonado en 1964, diez años después un incendio destruyó las pocas casas (y la iglesia) que aún quedaban en pie. En 1989 fue cedido a unos alemanes que presentaron un proyecto de Repoblación como Eco-aldea ante la Junta.

A día de hoy, treinta años después de ser repoblado, los viejos y nuevos habitantes de esta Arcadia berciana siguen manteniendo un compromiso con la autogestión y la soberanía comunitaria. La escuela es gestionada por los padres, el comedor, los baños secos, el bar o la tienda son coordinadas colectivamente en asambleas periódicas.

A diferencia de lo ocurrido con Fraguas, en *El Pueblo Que No voy A Nombrar* la Junta y el Ayuntamiento ayudan a financiar las labores de reconstrucción y mejora de los caminos. En este caso, la Autoridad central ha apostado por incentivar las tareas de repoblación y el turismo rural.

Este es el principal motivo por el que no quiero desvelar su nombre. Lo que me faltaba es ver autobuses de turistas cargando maletas y vasos de Starbucks en mi Arcadia rural.

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