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Una prórroga para Teresa Cruz

El presidente de Canarias, Ángel Víctor Torres y la consejera de Sanidad, Teresa Cruz Oval

Juan Manuel Bethencourt

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Dice Teresa Cruz Oval, consejera de Sanidad del Gobierno de Canarias, que ella no se llama Lourdes ni Fátima para resolver milagrosamente los problemas de un sistema tan complejo como el que le ha tocado dirigir. Pero se llama Teresa, nombre muy adecuado para tomar como referencia e inspiración si entendemos la gestión de la sanidad pública canaria como lo que es, un calvario que es preciso asumir de buen grado. “Los días que duraba esto andaba como embobada, no quisiera ver ni hablar, sino abrasarme con mi pena, que para mí era mayor gloria”, dejó escrito Santa Teresa de Ávila para describir la Transverberación, el proceso íntimo de conexión con Dios protagonizado por la fundadora de la orden de las Carmelitas Descalzas. Sin llegar a la experiencia mística, la actual consejera y diputada socialista está comprobando en carne propia las dificultades del cargo que ocupa. Por el momento, y tras varios días marcados por los rumores insistentes de cese, Teresa Cruz ha obtenido una prórroga a la que ella misma, en un ejercicio de sinceridad que podría ser entendido como disposición al sacrificio, ha fijado plazo: un año de legislatura. Estas son algunas claves sobre la gran controversia política de la semana.

Lo que dicen los datos. La nota informativa emitida por el Gobierno de Canarias el pasado jueves, y en la que describe los datos de la lista de espera quirúrgica a finales de 2019, resulta bastante esclarecedora aun habiendo generado titulares contradictorios. ¿El tiempo medio de espera para una operación en Canarias sube o baja? Pues según, porque una cosa es tomar como referencia el año entero y otra acudir al segundo semestre, que es cuando se produjo la llegada del nuevo Ejecutivo y por ende del equipo que ahora dirige la Sanidad pública en las Islas. Atendiendo a este segundo criterio de medición, la lista de espera para operarse crece y los datos son para estar preocupado. Se revierte por tanto la tendencia a la baja que marcó los dos años y medio de José Manuel Baltar como consejero de Sanidad, un tiempo controvertido pero que dejó un recuerdo de eficacia y conocimiento del terreno que pisaba el máximo responsable del departamento por sus credenciales profesionales en este ámbito. Baltar no redujo la lista de espera con 16 millones de euros, como había prometido en una frívola declaración previa a su nombramiento, lo hizo con mucho más dinero porque los males del sistema canario, que son los de cualquier comunidad autónoma pero agravados por la insularidad, son estructurales y no conceden opción al milagro. Pero nadie se atrevió jamás a dudar de la solvencia del consejero ni cuestionar su preparación para esta responsabilidad. Teresa Cruz, diputada del PSOE de Tenerife con experiencia en el ámbito de los servicios sociales, no goza ni gozará nunca de esa prerrogativa, una cuestión que al actual Gobierno le ha costado entender.

Gobernar contra los médicos es imposible. La complejidad del sistema sanitario y sus protagonistas principales hace imposible dejarse vencer por dos tentaciones: entregar el mando a los médicos y gobernar contra ellos. Eso Baltar, recuperado como unidad de medida por los problemas de su sucesora, lo tenía clarísimo. Una de las cosas que deberá aclarar Cruz es el origen de una extraña filtración que atribuye a los facultativos del sistema público parte de la responsabilidad en los cuellos de botella que impiden una reducción de la lista de espera quirúrgica. Según este documento, del que todo el mundo se ha desmarcado en los últimos días -entonces, ¿quién lo redactó?-, los médicos acomodan el método a su interés crematístico y no al revés. Dicho así, en genérico, con argumentos de brocha gorda, suena fuerte y además injusto, cómo se han apresurado a recordar los colectivos profesionales. Otra cosa es que lo dicho en el “borrador preliminar” (en palabras de Cruz) sobre los males del sistema sanitario sea totalmente falso. El documento introduce elementos ciertos y así hay que entenderlo. Todo proceso reformista se encuentra con el rechazo visceral derivado de los intereses corporativos. Pero el mismo documento deja en mal lugar a una consejera que admite en el punto de partida de su gestión que el objetivo es el diagnóstico y no el remedio, quizá simplemente porque el remedio no lo sabe o no lo sabe aún. Ojo: los cuatro años de una legislatura son un periodo de tiempo demasiado corto como para tomar plazos de aprendizaje, y habrá que asumir de una vez que la gestión pública a ciertos niveles no admite periodos de prácticas. “Si algo no ha sido analizado, considerado y preparado antes de que uno asuma el poder, en el fondo ya hay pocas posibilidades de que llegue a hacerse nunca”, dejó escrito Nicolás Sarkozy en su libro Testimonio, de 2007. Y aunque es obvio que el presidente francés estuvo lejos de cumplir tal propósito, llevaba toda la razón.

El sector privado ya no es el malo. La nota informativa del Gobierno recurre a un argumento un tanto exótico para explicar aquello que admite con plausible sinceridad, que la lista de espera quirúrgica ha crecido con el nuevo equipo al comando. Según la misma fuente, esto es así porque el anterior Ejecutivo agotó en los primeros seis meses del año los recursos destinados a la concertación con el sector sanitario privado, insinuando una desbocada carrera del equipo anterior para maquillar las cifras en las semanas previas a las elecciones de mayo pasado. Tal afirmación, aparte de inverosímil, es incierta, porque la colaboración del Servicio Canario Salud con las empresas del sector sanitario en materia asistencial y quirúrgica se ha mantenido tras el ingreso en la Consejería de Teresa Cruz y su equipo. Y parece que seguirá así, lo cual resulta sensato aunque contradictorio con toda la metralla emitida durante los últimos cuatro años por algunos de los partidos que hoy forman el Pacto de las Flores. Entre estos partidos estuvo el PSOE o al menos una parte del mismo, por cierto. Pero tanto Ángel Víctor Torres como Román Rodríguez, y también Teresa Cruz, tienen claro que la reducción de las listas de espera no puede ser confiada al servicio público en exclusiva, ni a corto ni a medio plazo, por razones estructurales. De modo que finalmente la sanidad privada no es el demonio para un Gobierno autonómico de izquierdas del que forma parte Podemos. Pero ya no sorprenderá tanto en un tiempo en el que la formación morada ha pasado en tiempo récord de agitador callejero a adalid de la institucionalización.

El papel de Ángel Víctor Torres. Alguien que conoce bien al presidente canario lo ha dejado claro: Ángel Víctor Torres no es un tipo de gatillo fácil y, siendo como es, ha llegado donde ha llegado. Razones políticas y personales convertían al posible cese de Teresa Cruz en un trago amargo para un presidente que, lo dijo él mismo el viernes en Radio Marca Tenerife, llamó en primer lugar a la actual consejera en la ronda telefónica para conformar su gabinete. Una decisión de tal calado, que no dejaría indiferente al PSOE de Tenerife, tendría algunas contraindicaciones y efectos secundarios, y antes Torres debería tener muy claro que el remedio adoptado, su sucesor o sucesora, garantiza las propiedades curativas señaladas en el prospecto. Como nadie puede asegurar tal cosa, y como además Cruz ha sido atacada con cierta saña por sectores sindicales muy radicalizados en este asunto (con UGT, la organización de trabajadores teóricamente más cercana al PSOE, en papel protagonista), el presidente canario ha optado por detener la carrera de improperios que ha marcado la presente semana, aprovechando también el desmarque de colectivos profesionales más interesadas en resolver lo suyo, la oferta pública de empleo que negocian con Cruz, que sumarse a unas exigencias de cese ya adoptadas por los partidos de la oposición parlamentaria. Y es conocido que exigir el despido de un cargo público es un buen modo de blindarlo, porque nadie quiere salir en la foto como el gobernante derrotado que al final hace lo que sus adversarios piden. Teresa Cruz dispondrá, pues, de una prórroga por tiempo indeterminado, pero necesariamente corto. No es la única: vivimos tiempos de fugacidad líquida, en los que todo cambia en pocos meses, semanas e incluso días, y la crónica política es un buen ejemplo de ello.

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