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El rebrote de la peste parda

Antonio Morales

Agüimes —

La peste parda avanza de nuevo por Europa. No suelo acudir a las autocitas, pero desde hace un par de años vengo reflejando en textos como éste mi preocupación por la expansión de la extrema derecha xenófoba y racista; sobre ese apego al suicidio colectivo que cada cierto tiempo se adueña de la culta y civilizada Europa y que ya llenó de sangre y dolor sus territorios en el siglo XX. Los resultados de las últimas elecciones europeas nos devuelven la mirada a un pasado de camisas negras y pardas que sembraron el Viejo Continente de muerte y destrucción. El austericidio que provoca paro y pobreza y la incapacidad de la socialdemocracia y los conservadores para ofrecer alternativas a los embates del neoliberalismo que cercena la soberanía de los estados y la independencia de las decisiones políticas, están provocando que los jóvenes de muchos países y un porcentaje importante de las clases trabajadoras y de antiguos votantes socialdemócratas estén abrazando desesperadamente las consignas de la ultraderecha euroescéptica y antiinmigración.

Una crisis económica sin visos de solución; la torpeza de un bipartidismo que se retroalimenta, que se reparte el poder y que ha votado conjuntamente, en un 70% de ocasiones, asuntos que inciden directamente en la situación que sufrimos; la quiebra de valores y la pérdida de derechos y libertades; el empobrecimiento de las clases medias; el miedo al futuro de la clase trabajadora; la corrupción estructural y la partitocracia autoritaria fracasada; la disolución de la cohesión social, la globalización económica y el individualismo, están provocando un descontento profundo y abonando el alejamiento de la ciudadanía de las urnas con casi un 60% de abstenciones y una peligrosa espiral antidemocrática de populismo, neonazismo y neofascismo.

El Frente Nacional de Marine Le Pen consiguió convertirse en la fuerza más votada en Francia; en Dinamarca, el Partido Popular, ganó las elecciones con el 26,7 % de los votos; el UKIP británico consiguió alzarse como gran vencedor con el 29% de los sufragios; el Partido de la Libertad austriaco alcanzó un porcentaje de casi un 20%; los Verdaderos Finlandeses, casi un 13%; los griegos de Amanecer Dorado, irrumpen con tres eurodiputados con un 9,34%; Jobbik, de Hungría, se sitúa en un 14,68% y así sucesivamente en Chipre, Holanda, Letonia, Suecia, Alemania, Hungría, Lituania, Croacia, Italia... Y, encima, con el apoyo de la Rusia de Putin que los considera estratégicos para afianzar sus posiciones en Crimea. Además de trasladar la culpa de la precariedad laboral y la falta de horizontes a los inmigrantes –y de provocar el efecto contagio en los democratacristianos y en los socialdemócratas- la extrema derecha europea ha decidido en esta ocasión ponerse una piel de cordero y adornar su discurso con una pretendida defensa de los derechos humanos, las libertades y la atención a los más desfavorecidos.

La disolución de las ideologías para afianzar una gran coalición de la derecha y el centro izquierda hace bascular peligrosamente la balanza de la UE hacia los nacionalismos excluyentes y los euroescépticos, que se enfrentan a una izquierda minoritaria que defiende la democracia y la participación en el desarrollo del proyecto europeo en condiciones de desigualdad. Las tesis que defienden más Europa sucumben peligrosamente frente a los que defienden menos Europa y más fronteras. Nos encontramos entonces ante una ultraderecha rearmada y capaz de condicionar decisiones de futuro en el seno de Europa y en el de cada uno de sus países, ante una izquierda dividida y ante un bipartidismo irresponsable que se guía fundamentalmente por su instinto de supervivencia.

Como plantea José Ignacio Torreblanca, Europa vive atrapada entre dos saltos: “el salto al pasado, que desgraciadamente parece posible, aunque indeseable, y el salto al futuro, que a muchos nos parece deseable aunque imposible en las circunstancias actuales”. No hay más alternativa que rearmar la Democracia. Repensar la democracia para devolverle la autonomía frente al capitalismo más salvaje. Para romper las amarras con la troika de la Comisión (Alemania), el BCE y el FMI que nos ha llevado a este pozo sin fondo; para recuperar a la política y a los políticos honestos frente al pensamiento contable, tecnócrata, deshumanizado y carente de valores y de ética. La salud de la democracia no puede estar en manos de una derecha al servicio de las élites económicas y de una socialdemocracia seguidista que actúa como un calco.

La solución a la pobreza, la exclusión social, el paro, la pérdida de derechos sociales y laborales, las garantías de equidad e igualdad inherentes a un estado de Derecho, no pueden depender solo de las buenas acciones de las ONG. Deben ser los partidos y las instituciones públicas las que, de la mano de la sociedad civil, desde luego, ofrezcan alternativas y soluciones viables. La extrema derecha, que niega la democracia y ofrece opciones tramposas, no puede ser combatida sino con más democracia y, como plantea la Red Europea de Economistas Progresistas, luchando contra la austeridad con fuertes inversiones públicas; controlando las finanzas, eliminando los paraísos fiscales y obligando al BCE a proveer liquidez para desarrollar políticas expansionistas; creando empleo y dando marcha atrás en la divergencia económica; reduciendo la desigualdad y defendiendo el estado de Bienestar y ampliando la democracia con una mayor participación ciudadana en las decisiones sobre el bien común.

El Pacto de Estabilidad suscrito por los socialdemócratas y la derecha europea bajo las premisas de la austeridad y los recortes no solo no ha sido capaz de proponer alternativas a lo que está sucediendo sino que, pasadas las elecciones, vuelven a las andadas y ya están trajinando un nuevo acuerdo del bipartidismo para mantener un status quo que les permita mantener sus privilegios. Y no solo eso: además vuelven a plantear como posible que Juncker, el candidato del Partido Popular Europeo, no sea el elegido para presidir la Comisión, traicionando una vez más las promesas electorales y la decisión de la ciudadanía. Consiguen hacer sobrevivir el bipartidismo, con un poco más del 50% de los votos, y se enrocan alentados por los mercados que han hecho subir las Bolsas y reducido las primas de riesgo en los últimos días.

Es lo mismo que ha sucedido en España. El PP y el PSOE pierden más de cinco millones de votantes y aunque los socialistas han reaccionado convocando un congreso, que nace cuestionado desde sus propias filas, el PP no ha mostrado la más mínima contrición, presumiendo de haber ganado y sin hacer referencia alguna a la corrupción, al desafecto ciudadano y a las políticas austericidas; a la pobreza, el desempleo o los desahucios; a los incumplimientos electorales, el fraude social y la estafa democrática. Hay quien apunta incluso a un gran pacto entre ellos que les permita sostener el sistema hasta no se sabe cuando. Los que hoy controlan el Parlamento y la Justicia y los que han pactado para modificar la Constitución, siguiendo el mandato de los mercados, deben tomar buena nota del rechazo que provocan en los ciudadanos, a no ser que prefieran la inmolación o la incertidumbre para el futuro de la democracia. El continuismo en estos momentos no nos puede llevar sino a un sacrificio de la democracia que solo puede ser detenido por la decidida y transformadora participación de la ciudadanía en el devenir colectivo y por la necesaria unidad de las organizaciones de izquierdas -en Canarias, también, por supuesto- capaces de ofrecer una alternativa al bipartidismo y al gobierno de las élites.

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