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La república de Islamerina

Luciano Armas

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Erase una vez una isla tropical paradisiaca cuyo sistema de gobierno era una república, y que estaba asociada a otras islas y tierras adyacentes, con las que formaba la Confederación de los Estados del Paralelo 32. Así me lo contaron.

No es que Islamerina fuese precisamente una Arcadia Feliz, aunque tenía muchos de los ingredientes que la mitología atribuye a ese imaginario paraíso heleno, pero sí es cierto que gozaba de una próspera economía basada en una fértil y productiva tierra, un excelente clima que atraía un turismo sediento de sol y exotismo y una potente industria naviera que competía con los astilleros coreanos, además de un importante nodo de comunicaciones y naciente nido de empresas relacionadas con las nuevas tecnologías y la sociedad del conocimiento. ¡Vaya, como que aspiraban a ser un pequeño Silicon Valley!

Gozaba su población de la que formaba parte una amplia clase media, de una sanidad, unos servicios sociales y una educación envidiables, disfrutando además de un nivel de renta superior al de otros estados de la Confederación, (Aunque últimamente sometida a un progresivo empobrecimiento), lo que no dejaba de ser motivo de fricciones con otros estados, que reclamaban medidas de compensación y de solidaridad .

Pero como la felicidad casi nunca puede ser completa, Islamerina tenía un gran problema que le ocasionaba serias fricciones con sus socios que le exigían tomara medidas contundentes: Un altísimo índice de delincuencia y corrupción.

Cierto es que no se trataba habitualmente de delitos contra las personas que representaban un pequeño porcentaje de los mismos, sino de delitos contra la propiedad, delitos societarios y delitos relacionados con la administración, como los de prevaricación, cohecho, malversación de fondos públicos y omisión del deber de perseguir determinados delios.

Los habitantes de Islamerina parecían habituados y resignados a estas conductas, pero como esas prácticas suponían un elevado coste para las arcas públicas, y además, esta república se había convertido en refugio de delincuentes de otros estados asociados, el Gobierno de Islamerina recibió un ultimátum de la Confederación en el que le instaban a acabar con ese elevado índice de delincuencia, amenazándole incluso con expulsarle de la misma, lo que le acarrearía de producirse, enormes perjuicios de todo orden.

Estaba reunido el Gobierno, con los informes y estadísticas sobre la mesa, que indicaban que el índice de delincuencia de Islamerina era casi un cuarenta por ciento superior a la media de sus socios. “¡Hay que tomar medidas contundentes, ya!”, gritó el Presidente al tiempo que daba un puñetazo sobre la mesa. “¡Tenemos que acabar con este bochorno, y calmar a nuestros socios que ya han tenido mucha paciencia y amenazan con expulsarnos. Tenemos que bajar esta estadística de delitos como sea!”.

Con cara compungida, el responsable de interior, se quejaba de los pocos medios con los que contaba, y de los frecuentes sobornos de que eran objeto sus agentes. A su vez, el responsable de justicia describía un panorama desolador, ya que con tan elevado volumen de delitos, las lagunas de la legislación y los juzgados colapsados por tantos asuntos, se dilataban durante años y años la culminación de los sumarios, lo que contribuía muchas veces a la prescripción e impunidad de los delitos.

“Tengo una idea, Presidente”, manifestó el responsable de industria, que hasta ese momento había permanecido callado. Y en voz baja y casposa, comenzó a detallarles su propuesta ante las caras de asombro y admiración de sus compañeros. Terminó la reunión del Consejo, y con caras de satisfacción y complicidad abandonaron la sala acariciando mentalmente la satisfacción que les produciría el éxito de ese plan, que se iba a poner en marcha de forma inmediata.

Al día siguiente, el responsable de justicia convocó a todos sus asesores y les explicó el plan: Había que bajar la estadística de delitos, costase lo que costase. Y si interior y justicia no tenían medios y los que tenían estaban colapsados, (Lo cual no dejaba de ser por otra parte una estrategia política), la solución vendría con una modificación del Código Penal: Si lo que hoy es delito se convierte en falta leve, falta administrativa, o simplemente desaparece como figura delictiva, no cabe duda de que bajarán notablemente las estadísticas de delitos que nos abruman y nos hacen aparecer ante nuestros socios como cuna y refugio de delincuentes.

Y como del dicho al hecho a veces sólo hay un pequeño trecho, y el grupo de gobierno tenía holgada mayoría, en un pis-pas cambiaron las leyes, amnistiaron a delincuentes, se archivaron procedimientos en curso, y los juzgados se convirtieron en remansos de paz por el poco trabajo que tenían, ya que después de años de sobretensión y agobio, permitían ahora a los funcionarios y jueces salir a tomar el cortado y leer la prensa en el bar de enfrente todos los días.

Cuentan que pasado cierto tiempo, el Presidente reunió ufano a sus colaboradores, y con cara radiante les mostraba la última estadística de la Confederación de Estados del Paralelo 32, que indicaba que Islamerina tenía el más bajo índice de delincuencia entre todos sus socios.

Me contaron, que los primitivos habitantes de Isla de Pascua, aislados en medio del Pacífico, perecieron víctimas de un colapso ecológico y medioambiental provocado por su desmedido afán depredador de la naturaleza.

No me contaron como terminó la historia de Islamerina, pero posiblemente el hecho de no estar aislados, les haya permitido sobrevivir.

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