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El reto de la Iglesia

Rafael Álvarez Gil / Rafael Álvarez Gil

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Tema revoltoso donde los haya, como en el resto de asuntos donde lo clerical está presente, está al servicio de la más ramplona demagogia por parte de defensores y detractores. Muchos programas televisivos, parlanchines del panfleto, al tratar cuestiones de este calado a través del cutre debate nocturno, se han enriquecido recibiendo sms y publicidad que engordan sus cuentas bancarias. Eso es lo que realmente les importa. Pero en estos temas, como diría el poeta del romanticismo, aquí yace media España muerta por la otra media.

La Iglesia, como todas las confesiones religiosas, tiene pleno derecho a emitir su opinión. No sólo ante sus fieles, sino también de cara al exterior. Es más, enriquece el debate y la calidad democrática de nuestro país. Es decir, generar pensamiento, pero no legislar. Ello requiere, antes que nada, coherencia en el tiempo. Las opiniones hay que emitirlas independientemente del color del gobierno del momento. Porque luego vienen las críticas, por pasar de ser la Iglesia de las procesiones a la Iglesia de las manifestaciones.

En mi opinión, este es un tema de grises, donde hay que ponderar, ser prudente y tener mucha sutileza. Donde más vale quedarse corto, que pasarse. No se debe legislar al calor de la pasión o al apego de un editorial. A su vez, no hace falta leer a Maquiavelo, para saber que no se puede gobernar con el rosario en la mano.

Yo, al menos, a los dieciséis años, me bañaba en las Canteras, me creía el mismo Andoni Zubizarreta jugando de guardameta al fútbol con mis amigos y no entendía por qué, la chica que me había gustado todo el verano, ahora, pasaba de mí. Luego me confesó, que lo nuestro para ella había sido una experiencia iniciática. Amor donde los haya. Y es que si vivir no es nada fácil, a los dieciséis años es toda una andanza y desventura, donde la madurez y la inteligencia emocional brillan por su ausencia.

Lo que debe preocupar a la Iglesia, no somos los socialistas, sino la ausencia de valores, la frivolidad y la falta de compromiso, desde los políticos hasta los personales, que impera en nuestra sociedad.

Los socialistas hablamos de laicidad, no de laicismo. De una laicidad incluyente, positiva y en pie de igualdad de todas las confesiones. Sin privilegio alguno, pero donde la religión puede ser una faceta importante de la vida personal y social del ciudadano que lo desee. Ponemos en valor la libertad religiosa, y no vamos a pasar del Estado confesional al laicismo de Estado.

En cambio, me permito sugerir que la Iglesia debe resaltar el Concilio Vaticano II y recuperar el legado de Juan XXIII y Pablo VI, abandonando actitudes propias del preconcilio.

Lo que no puede ocurrir en la Iglesia española, es que todavía se añore a valiosos cardenales como Vicente Tarancón. La realidad interior de la Iglesia es plural, y tiene el mismo derecho a ser reflejada desde fuera. No todo es Rouco Varela o Antonio Cañizares. Por ejemplo, Jon Sobrino y Martínez Camino son jesuitas, ¡pero son tan distintos entre sí! El primero, vive apegado a la pobreza social salvadoreña pudiendo dar clases en las mejores facultades de teología de Italia o EE.UU, en vez de la Universidad Centroamericana. El segundo, es exponente del conservadurismo de un tiempo pasado. Tenemos una Iglesia en blanco y negro, para una sociedad en color.

Hay una parte de la historia de la Iglesia española que merece ser recuperada de la papelera de reciclaje. La del tardofranquismo que luchó contra la dictadura. La de una cárcel en Zamora que recluyó a los sacerdotes que contestaron al régimen valiéndose del blindaje de la sotana. La que dio amparo al nacimiento de CC.OO, y fue precisamente en un convento donde detuvieron a los sindicalistas que serían los protagonistas del proceso 1001. La del caso Añoveros, donde al obispo de Bilbao le prepararon un avión en el aeropuerto de Sondika para expulsarlo del país, y finalmente no se atrevieron, por la amenaza de excomunión que les esgrimieron desde el Vaticano. Estos acontecimientos son tan importantes en nuestra historia, como la España del martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma y cuna de San Ignacio que retrataba Menéndez Pelayo.

En el proceso de canonizaciones, ya de por sí algo muy discutible, se santifica a Teresa de Calcuta y Escrivá de Balaguer, aunque por motivos bien distintos, vía exprés. Por el contrario, monseñor Romero e Ignacio Ellacuría siguen en lista de espera. Aunque ciertamente, los realmente santos son los crucificados diarios en esta tierra.

Hay que ser abiertos, escuchar a teólogos como Hans Küng o Juan Masiá y no expiar de culpas inventadas a la teología de la liberación. Como decía el cura de mi colegio mayor, a veces un poquito de marxismo no viene mal.

Somos muchos los cristianos que dedicamos un tiempo de nuestras vidas a la política. Incluso, a pesar de los prejuicios, desde el PSOE.

Ser humilde, tener rigor intelectual y no condenar a los que no piensan como tú, es a la larga, para este como tantos otros asuntos, la mejor actitud para afrontar el debate público.

*Secretario de Comunicación del PSC-PSOE

Rafael Álvarez Gil*

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