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El secuestro de Darya

Francisco Pomares

Santa Cruz de Tenerife —

Ya conocen la historia de la joven saharaui Darya Embarek, residente en la isla de Tenerife desde el año 2001. La joven –que tiene ya 25 años- viajó en enero a los campamentos de Tinduf para ver a su padre, que –según le dijeron- estaba enfermo. Desde entonces, está retenida por su familia biológica, que no quiere dejarla regresar a Tenerife y le ha quitado toda la documentación.

Darya llegó a Tenerife siendo una niña de 11 años, y está plenamente integrada en la isla. Hasta que cumplió los 18 años podía decirse de ella que era una niña en acogida, pero hoy –con 25- lo único que puede decirse es que es una mujer secuestrada por sus padres, con la connivencia tanto de las autoridades de la RASD como de las Asociaciones que colaboran y apoyan al Frente Polisario, que ha asumido la mediación en este secuestro, alegando que lo que sus padres biológicos han hecho con Darya no es una retención forzosa, sino que los padres quieren que Darya “aprenda quién es”. Carmelo Ramírez, portavoz de la solidaridad con causa polisaria opina que se trata de un asunto familiar que debe ser resuelto en el ámbito de la familia, y que hay que entender el “choque de mentalidades” que se produce entre la cultura de los campamentos y la nuestra.

Carmelo, que es un tipo decente, tiene razón en que existe un choque de culturas, y que sería bueno resolver este asunto en el ámbito de la familia, para evitar a Darya perjuicios mayores. Pero no basta con decir eso. Carmelo debe usar su enorme influencia para acabar con esta vergonzosa retención, antes de que a Darya le coman el coco o la presiones más allá de lo soportable y acabe por romperse. Hasta ahora el choque de culturas del que habla Carmelo no se había producido: durante 14 años, la joven siempre mantuvo la relación con sus padres biológicos, y desde que empezó a trabajar les envía parte de su sueldo. No fue ella quien decidió cuando era niña venir a Canarias. Fueron sus padres quienes la enviaron aquí. La engañaron para que volviera a los campamentos y desde hace diez meses la tienen secuestrada, aplicando un derecho de familia que no existe en ningún país del mundo, y que Naciones Unidas considera contrario a los derechos humanos. Esa es la cuestión: Darya es una mujer retenida contra su voluntad, convertida en una cautiva por sus parientes. Y tiene edad suficiente para tomar sus propias decisiones. Si Darya fuera menor de edad, este asunto tendría más matices y yo mismo estaría planteando la conveniencia de primar la voluntad de sus padres biológicos. Pero con 25 años, no hay matices que se impongan al deseo de regresar con su familia de acogida, que ha expresado la joven.

El Polisario se retrata cuando dice que para recuperar su libertad, Darya primero tiene que conocer aspectos importantes de la cultura de su pueblo, “aprender quien es”. ¿Y quien decide quien es Darya? ¿El Polisario? ¿Sus padres? Darya sabe quien es, lo que es, lo que quiere ser, y tiene la edad suficiente para no tener que pedir permiso ni a sus padres o al Polisario para acertar o equivocarse.

Entiendo que este es un asunto complejo, y sería un error y una bajeza convertirlo en un arma para la crítica política. Pero –en muy buena medida- se nos juzga por lo que hacemos. El Polisario tiene autoridad suficiente en los campamentos para impedir que se mantenga este secuestro sin más demora. Y Carmelo Ramírez debería revisar sus prioridades: se ha pasado la vida ayudando al Polisario y a los refugiados. Tiene muchísima influencia con ellos. Y este es sin duda un buen momento para usarla.

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