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El suplicio cotidiano y voluntario de los noticiarios

Carlos Castañosa

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Supone un severo trauma moral y emocional conectar, recién despierto, la radio o la TV con intención de captar las primeras noticias del día, o sintonizar programas en los que se comenta la actualidad, entrevistas o tertulias donde cada uno suelta su prédica, como idea incuestionable, para prescindir de la realidad porque con su única verdad solo dice cómo le gustaría que fueran las cosas… Sin tener en cuenta que al irradiar una opinión propia a través de las ondas, en imágenes o impresa en una columna escrita, se le está hablando a multitud personas que merecen el respeto de la veracidad en el discurso que se les emite.

Es complicado deslindar los conceptos de noticia y opinión, por cuanto la primera debe ser aséptica y exenta de impresiones individualizadas. No es menos cierto que los criterios personales deberían ser transmitidos con la prudencia que induce saber que hay un gran número de almas receptoras del mensaje; que lo absorben como un nutriente psíquico y que, por lo tanto, puede influir con mayor o menor intensidad en cada consciencia, según la atención, la capacidad de asimilación y la sensibilidad particular. Bastaría esta reflexión para estimular el sentido de la responsabilidad en quienes, a veces, se encuentran con un micro a su alcance, pero no siempre con un discurso plausible.

Punto y aparte, ajeno a esta reflexión, es la propaganda política, que nada tiene que ver con el derecho constitucional de la opinión pública a la veracidad; ni con la deontología periodística, por cuanto los espacios dedicados a tal fin son contratados bajo precio como anuncios publicitarios; al mismo nivel, por ejemplo, que las páginas de contactos o las esquelas de los difuntos. Por lo tanto, los principios éticos de la profesión no se ven mancillados por el ejercicio de esta práctica que, como recurso económico, es ajena al desarrollo vocacional del “informar, formar y entretener”…

Es otro tipo de negocio; aceptado popularmente –quizá porque no haya otro remedio–, pero es muy desagradable tener que sufrir todos los días y a todas horas la matraca catalana, el máster de Cifuentes, el chalé de Iglesias o la sentencia de la manada.

En la 2ª mitad del siglo pasado (1952/1987) triunfó una publicación semanal: “El Caso” en formato de periódico diario, que se hacía cargo de todos los sucesos, delitos, accidentes, crímenes pasionales, juicios y escándalos de todo tipo, que mantenía a la ciudadanía cubierta del morbo suficiente y con temas varios de comentario coloquial. No en vano se le apodó el “periódico de las porteras”. Es de suponer que si ahora existiera se dedicaría a los Gürtel, los ERES, los Puigdemont, la familia Pujol y la rendición (?) de ETA. Así, los demás medios tendrían espacio para ejercer con la misma dignidad actual pero con mayor comodidad, la función comunicadora que la sociedad les tiene encomendada.

Por correlación, sería muy interesante y práctico que, en una onda parecida, surgiera una publicación específica, exclusiva y única, dedicada a la propaganda política, en la que se pudiera mentir sin sonrojo; que liberase así a los medios honrados del baldón, y a veces chantaje, al que están sometidos. El negocio sería redondo para el neófito, pues sus pagadores utilizarían sin reparo dinero público –como hacen ahora, pero así sería más transparente–. Y las empresas normales, liberadas del compromiso impositivo, se podrían nutrir de la publicidad honrada de servicios y productos de consumo, y de las aportaciones de sus usuarios, que deberían valorar el derecho a la libertad de información y pagar por ella… Sería más barato que lo que se hace ahora con nuestros caudales públicos.

Téngase en cuenta que desde una prensa libre podría reivindicarse con eficacia, por ejemplo, que los partidos políticos se subvencionaran con las cuotas de sus afiliados; al igual que los sindicatos de siempre. Lo mismo que las corporaciones y organismos tipo OCDE y otras instituciones parásitas… Dinero que revertiría en entidad del producto periodístico y, sobre todo, en calidad de los puestos de trabajo relacionados con la comunicación.

Parece que el futuro del periodismo vaya a encarrilarse por esa vía. Es evidente que esto no puede seguir así, so pena del fracaso definitivo. No solo del periodismo en sí, sino de la sociedad en su más amplio sentido. Motivo de supervivencia… general.

Aparte de todo, me encantaría poner la radio, abrir un periódico, enchufar la tele o repasar los digitales sin tener que sufrir la angustia por tanta basura repetida en los noticiarios de cada día.

Este artículo fue publicado en www.elrincondelbonzo.blogspot.com

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