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Nada va a cambiar

Eduardo Serradilla

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Mientras escribo estas líneas, alguien, un ciudadano cualquiera de los Estados Unidos de América, estará entrando en una tienda para comprar un arma.

Puede que la visita esté motivada por la práctica del tiro de precisión en una galería de tiro cubierta, disciplina olímpica que goza de muchos seguidores y que no supone un riesgo para nadie, salvo el riesgo intrínseco que conlleva toda arma de fuego para quienes la utilizan y para quienes se encuentran a su alrededor.  

Puede que la visita esté motivada por el deseo de incrementar una colección de armas, cuya única función es la de ocupar un lugar en una vitrina y servir de deleite a su poseedor, tantas veces como éste quiera.

Y puede que la visita esté motivada por el interés de la persona en cuestión por adquirir una arma automática y/o un fusil de asalto, por ejemplo, una de las múltiples versiones del idolatrado Kalashnikov, una nueva versión del “veterano” M-16, un versátil Knight's Armament Company SR-47 o el compacto IWI Tavor X95, un arma capaz de disparar entre 750 y 950 proyectiles por minutos y que representa el cenit de la industria armamentística hebrea, siempre que se hable de fusiles de asalto para el ejército.

Cualquiera de los ejemplos anteriormente expuestos, NUNCA, NUNCA, NUNCA, debería caer en las manos de un civil sin ningún entrenamiento y sin ningún conocimiento previo del poder de destrucción de cualquier arma de dichas características. Tampoco soy tan naif como para pensar que por llevar un uniforme y tener un entrenamiento previo se evita la tentación de cometer un acto delictivo, pero si se consulta el imaginario y la ya larga lista de masacres cometidas en las últimas décadas en el territorio norteamericano, la mayoría de los asesinos no poseían un entrenamiento militar previo, sino más bien todo lo contrario. Eran personas “normales” que un día decidieron que estaban enfadadas con el mundo, tal y como sucedió con los dos asesinos que asolaron el instituto de enseñanza secundaria de Columbine (abril del año 1999).

En realidad, todo fue la suma de muchas partes. Por un lado, una psicopatía no detectada, el pertenecer a una sociedad que avasalla a buena parte de sus ciudadanos con su desmedida competitividad y, por otro, una excesiva, casi diría que delictiva, permisividad para obtener un arma de fuego pensada, ésta, para escenarios bélicos -no para la vida cotidiana- lo que condujo, y sigue conduciendo, a una tragedia tras otra. Y ténganlo claro, la historia se volverá a repetir, hoy, mañana y pasado.

Y nada, ni nadie hará nada de nada. Por mucho que ahora los mismos de siempre se rasguen las vestiduras, se den unos cuantos golpes de pecho y manden mensajes “consternados” por lo sucedido, sobre todo si ocupan un despacho desde donde podrían hacer algo… Como ya he dicho antes, tampoco harán NADA. Las frases hechas, las soflamas que tanto gustan de soltar los mandarines son tan vacía, huecas e insustanciales que hasta terminan por sonar insultantes y nauseabundas.

Es más, mucho antes de que el último casquillo golpeara sobre el suelo, salpicando de sangre las botas del último descerebrado homicida que ha haya entrado en un instituto, universidad, tren, metro, cine, cafetería, etc. alguien entrará en una tienda para comprar un arma automática o un fusil de asalto marca Colt, modelo AR-15, similar al utilizado por un antiguo estudiante del instituto Douglas cuando entró en dicho centro para disparar contra todo y contra todos.

Y la historia se volverá a repetir, sin que nadie haga NADA por impedirlo.

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